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EDITORIAL

La vanidad del asesino en serie

FERNANDO MARÍAS

Lunes, 18 de febrero 2008, 03:32

El otro día presenté en Madrid a un novelista que en realidad se bastaba y sobraba para presentarse él solo: el británico Peter James, escritor y productor de cine -curiosa simbiosis-, y autor de la excelente 'Muerte prevista' (Roca editorial), es un narrador nato que nos embelesó a pesar de la barrera del idioma. Entre otras, contó esta historia real que concentra la esencia de su literatura: mucho que contar y capacidad para contarlo de forma apabullante, sin adjetivos de más.

USA, dos décadas atrás. Un asesino en serie mata a doce mujeres a lo largo y ancho del país sin dejar una sola pista que permita su captura. El FBI tiene muchos sospechosos, pero ninguno encabeza la lista porque falta un elemento determinante, la prueba definitiva. Tras la duodécima víctima, el asesino desaparece y no vuelve a matar. Fin del prólogo.

Once años después. Un periodista segundón de Wichita tiene que escribir dos páginas para el suplemento dominical y, resacoso o desganado, cubre el expediente recurriendo a la vieja historia del asesino en serie que se desvaneció. Quiere la suerte, la buena o la mala, según quién de los personajes de esta historia la mire, que decida concluir el reportaje aventurando la idea de que el asesino desapareció porque tenía miedo de ser atrapado. Esa misma suerte buena o mala hace que el reportaje llegue a manos del asesino felizmente retirado. Ofendido y furioso, también arrogante, envía al periodista una carta, por supuesto anónima, en la que asegura que se retiró sólo porque le complació hacerlo, y para rubricar su seguridad se jacta de los crímenes, contando detalles que sólo el verdadero criminal podía saber. Aunque el FBI analiza con precisión extrema la carta, el asesino no ha perdido su meticulosidad, y no hay en el papel o el sobre la menor pista. Excepto por un detalle. Un agente observa algo en apariencia nimio: el sello de correos está ligeramente inclinado, como si el asesino lo hubiera pegado con descuido o apresuramiento, a merced todavía de la cólera que le llevó a escribir la carta. Y en efecto: hay en el dorso del sello un rastro de saliva que mediante las pruebas de ADN conducirá a la identificación del criminal.

Ciertamente, ¿no es la vanidad uno de los peores regalos que la genética nos ha hecho a la especie humana?

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