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DECEPCIÓN. Javi Martínez agarra a Dady. / LUIS ÁNGEL GÓMEZ
El arte de hundirse
ANÁLISIS

El arte de hundirse

MIGUEL GONZÁLEZ SAN MARTÍN

Martes, 22 de enero 2008, 03:27

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Nos quedaba un partido como éste. Creíamos que nos habíamos tragado ya lo peor de lo peor que un equipo como el nuestro era capaz de ofrecernos. Sin embargo, estábamos equivocados, nos habíamos quedado cortos en nuestras expectativas más pesimistas. Se puede, en un exceso de torpeza, jugar igual de mal de lo que el Athletic lo hizo ante Osasuna, pero es prácticamente imposible jugar peor, un partido más penoso, impropio de Primera División, seguramente incluso de Segunda (que le pregunten a la Real si, jugando partidos como éste, ve plausible volver a Primera). Un partido lamentable. Los partidos como éste se pierden de cualquier manera, por un tropezón, un rebote, una tontería, pero sobre todo, sabemos con toda certeza, aunque nos gustaría equivocarnos, que no se ganan nunca. Desde el minuto veinte sospechamos que acabaríamos perdiendo, con una intuición de la que habríamos renegado gustosamente. Jugando de esa manera, no merecíamos una victoria ni un empate. Nos hubiera gustado, ya desde ese minuto veinte, tener hilo directo con el entrenador, pedirle que hiciera algo, aunque no diera resultado, que abandonase, al menos, la torpe idea del empate a cero. No era sólo que nos pareciera gallináceo ese propósito, sino que sospechábamos, con esa certidumbre que nos dan cincuenta años de verle al Athletic, que esos partidos no acaban habitualmente en empate, sino que suelen perderse. Se pierden de rebote, por un gol metido a última hora, en un tropezón, un rebote, una carambola, del modo que sea, pero se pierden. Se pierden prácticamente siempre.

En la teoría del suspense, en las películas de Hitchcock, los espectadores saben que hay una bomba debajo de la mesa, y en cambio los protagonistas no parecen darse cuenta, están en la higuera. Los espectadores sólo nos equivocamos en que Osasuna, aunque nadie, ni siquiera sus aficionados (probablemente tampoco sus jugadores) hubiera sido capaz de soñarlo, fue capaz de meter dos goles y no sólo uno, sin que nos diéramos cuenta apenas de cómo lo hizo, aprovechándose de nuestra mediocridad y de la niebla. En todo caso parecía difícil que el Athletic reaccionara, después de eso.

La tontería de la jornada la hizo Yeste. Se diría que siempre hay algún jugador del Athletic dispuesto a dar un paso al frente a la hora de las tonterías que nos acercan al despeñadero. Se turnan a esos efectos. No sé si en la plantilla del Athletic se lee mucho, pero se diría que los jugadores se pasan, de mano en mano, ese manual respecto del que Borges hacía bromas inteligentes, 'El arte de hundirse'. No sólo fue Yeste. No es cosa de cebarse con Yeste, que en otras ocasiones nos ha sacado de apuros. Fue el equipo al completo quien no jugó en ningún momento para ganar ese partido incomparablemente más sencillo que muchos de los que nos quedan. El Athletic apostó por un empate ramplón, por un punto inmerecido. Se conformó con un empate ante uno de los equipos más flojos de Primera. Junto con Yeste, compartieron la responsabilidad de la derrota, en primer lugar y como máximo representante, el entrenador, quien dio la impresión de no jugar nunca a otra cosa, frente a un equipo mediocre. Tampoco el resto de jugadores pareció sentirse capacitado para obtener, ante un rival desusadamente vulgar, un resultado mejor.

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