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A LO GRANDE. Iban Mayo cerró una magnífica etapa en los Alpes y se ha colocado tercero en la clasificación general. / AFP
Mayo regresa en el día de Rasmussen
ciclismo

Mayo regresa en el día de Rasmussen

El vizcaíno, pletórico de nuevo, se coloca tercero en la general tras la etapa que vivió otra gesta del danés y la zozobra de Vinokourov

J. GÓMEZ PEÑA

Lunes, 23 de julio 2007, 20:28

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La luz hay que pedirla. Mayo regresó a la pasarela del Tour a la entrada de un túnel, cerca ya de Tignes. Apenas 300 metros de oscuridad. Tránsito suficiente para tapar tres años de ruinas en la Grande Boucle. Del túnel salió el otro Mayo, el indómito. Con su luz recuperada. Con la figura armada para el ataque. De nuevo, se dilataba en los Alpes. Sobre su bicicleta blanca, etiquetada con la figura de un gallo. De su apodo. Así subió a Tignes. A picotazos. Desde el túnel, ya no le vieron: ni Moreau, ni Valverde, ni Schleck, ni Evans, ni Kashechkin, ni Contador. Los mejores ayer. Pero no tanto como para igualar a dos ciclistas con el espíritu del 'Guadiana': Rasmussen, tremendo ganador ayer, y Mayo, tercero ya en la general. Tignes los convocó. Tenía que ser aquí.

Hace 50 años, aquí arriba anegaron el viejo pueblo. La ley del progreso hidráulico. Frenaron el río y lo domesticaron con una presa. Echaron a los vecinos. Inundaron sus casas, su vida, sus recuerdos. Cada diez años, el día que vacían la presa, vuelven. Ellos o sus nietos. Es un rito. Regresan a su pasado. Así hace Rasmussen: un día por Tour. Ayer tenía cita y se llevó el doble premio del liderato. Y así es Mayo. Sumergido y, de repente, de vuelta. Con la biografía de un volcán. Intermitente. Pirata, como su estética. Siempre en la popa de su barco, incluso hundido. Ayer, al salir del túnel, al vaciar el agua de la presa, le dio de lleno la luz. La había pedido. Como Rasmussen.

Fue una fiesta de ataques. La ambición aceleró pronto la etapa. Por el col de Tamie, el T Mobile del líder Gerdemann se puso a revisar el Tour: lanzó a su otro líder, Rogers. Con él se fueron muchos, incluidos Arrieta, Gutiérrez, Azanza, Verdugo, Hincapié, Kohl, Schumacher. Rogers, tres veces oro en el mundial contrarreloj, rellenaba el cuestionario para ser candidato al Tour. Falló sólo en una respuesta. En la referida a los descensos. Kilómetros después, en la bajada del Roselend, le iba a tumbar una curva corrosiva. A él y a Arroyo. El español rodó por el verde, sacudió un nido de ramas y regresó del barranco a gatas. Es un escalador. Rogers no tuvo esa suerte: le paró el asfalto. En seco. Se protegió con el brazo derecho y lo partió. Quiso seguir y lo hizo. Hasta que salpicó su sudor con lágrimas. En las brasas del Tour. Amputado cuando era líder regente. Lloró sobre su testamento. Y el público le tapó con una cortina de aplausos. Ya se palpaba: iba a ser una etapa emocionante.

Piloto automático

Para entonces, Rasmussen ya había pulsado su piloto automático: el mismo que hace dos años en Alsacia, cuando ahogó a Moreau y Voigt; el mismo que en la pasada edición en La Toussuire, la meta que destrozó a Landis. O como en la Vuelta a España que acabó en Cauterets. Rasmussen tiene currículo de francotirador. Nadie le ha visto mirar atrás. Sólo tiene ojos para la lupa telescópica. Tignes era su diana. Dio de lleno. Arrodilló a todos los fugados. Uno a uno. Arroyo y Colom fueron los últimos, ya en el inicio de las dulces rampas de Tignes. Nadie le dio un relevo. Nadie le aguantó. Menudo 'pollo'. Así le llaman. Por el perfil de canto de sus piernas. Es un obseso del peso: llena a medias los botellines, usa zapatillas con dos números menos del que le corresponde. Apenas come. 'Pollo'. Sólo pica. Como ayer. Como Mayo, el 'Gallo'. Era la etapa del corral. De picos largos.

Detrás, lejos de la etapa y el liderato de Rasmussen -líder sólo cuestionado por su debilidad contra el cronómetro-, los ataque llegaron a destajo. Primero Moreau. «Al fin», exclamó Francia. Ansiosa. Y pronto Mayo. «Disfruta Iban, disfruta», le decía Matxin, su director. Bastaba mirarle. Reflejos de pez. Maillot abierto: no se contenía. Es magnético. Hecho para el público. Para disfrutar. Entre Mayo y Moreau resumieron el Tour: sólo les siguieron Valverde, Evans, Schleck, Contador y Kashechkin, el único kazajo. Vinokourov y Kloden seguían tropezando con sus heridas. Con sus pupilas de hielo, pero cada vez más endeudados en el que iba a ser su Tour. Ayer se dejaron otro minuto, algo menos que Pereiro y Garate. Aún maltrecho, Vinokourov resiste, no acepta que su último Tour le dedique una mirada de despedida.

Lejos del kazajo, delante, Moreau despilfarraba balas; Contador pinchaba y luego, furioso, casi remontaba; Sastre y Menchov, guarecidos, saltaban. Tarde. Sin cuesta para colocar una ventosa sobre los de delante. Y Valverde, tímido ayer, sembraba dudas en el último kilómetro. La luz de Tignes no era para ellos. La habían pedido otros. Dos. El desagüe de la presa afloró los restos del pueblo, la memoria de las casas, de las calles, del viejo corral: del 'pollo' Rasmussen y el 'gallo' Mayo. Emociona, pica, el Tour más abierto.

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