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Siempre he querido dedicar una columna al sábado. Si no lo he hecho antes es porque me parecía un tema poco importante. Pero, es curioso, con la edad se reconsideran muchas cosas. Lo que antes parecía muy importante deja de serlo. Lo importante es trabajar, he pensado yo toda mi vida. Qué insensato. Y puede que lo fuera, no digo que no. Pero ahora que ya me queda poco para jubilarme creo que puedo decir que lo importante de verdad, lo mejor de la vida son los sábados. Los viernes tienen esa cosa de la víspera que es tan efervescente. Y los domingos, bueno, a veces los domingos se atragantan un poco. Pero los sábados son los que hacen que merezcan la pena el resto de los días, eso es lo que creo. Son días de luz, aunque llueva. No envidio ni he envidiado nunca a nadie por su dinero o por su éxito. Solo envidio a los músicos. Me habría gustado mucho saber tocar el piano. O el violín. O por lo menos la humilde flauta. Si supiera tocar la flauta, la tocaría el sábado por la mañana. Y al atardecer. Me gustan los atardeceres en general: ese momento de semipenumbra en el que todo permanece en suspenso como si fuera la eternidad. Y me gustan, en particular, las tardes de sábado, llenas de promesas. Pero amo todavía más las mañanas, entre las diez y la hora del aperitivo: ese es el momento cumbre. No hay nada como el aperitivo de los sábados. Después del aperitivo el día empieza a declinar y todo se desliza más o menos penosa e irremediablemente. Sin embargo durante el aperitivo, en ese momento, en la puerta del bar, antes de comer (si es que luego comes, porque a lo mejor no comes y tampoco pasa nada), pero en ese instante está todo bien. Te has juntado con unos amigos y estás tomando algo y hablando. Y eres mejor de lo que eres normalmente. Si supiera tocar la flauta lo haría por los aperitivos de los sábados de la vida. Esto no es una columna, claro, sino una especie de revancha. En el fondo, solo quería lanzar un brindis por las horas pasadas en los bares. Y por todos aquellos con los que alguna vez he compartido un aperitivo. Hay quien prefiere los desayunos, puedo llegar a entenderlo. Y otros prefieren las cenas hasta las tantas, para cantar o para lo que sea: no tengo nada en contra. Pero yo prefiero el sencillo aperitivo. Durante el aperitivo somos mejores personas: ese es el mensaje que ahora traigo. Diría que incluso el mundo entero es mejor durante el aperitivo. Ahora no puedo porque aún estoy trabajando, pero en cuanto me jubile pienso tomar el aperitivo a diario: que cada día parezca sábado. Un día me moriré, claro. Pero el día anterior, si puedo, me habré tomado el aperitivo. No hace falta tener muchos amigos, basta con que sean buenos. Y que estén ahí. La vida no sería igual sin los aperitivos de los sábados. Solo quería que quedara claro eso.

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