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Rubén retira unos asientos en Anoeta ARIZMENDI / MICHELENA

Rubén, de 'sin techo' a cuidar de Anoeta

Hace un año Rubén vivía en la puerta 20 del estadio. Hoy trabaja en su mantenimiento

ANA VOZMEDIANO

Lunes, 11 de septiembre 2017

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A Rubén le cuesta dormir en una cama y tuvieron que pasar seis meses antes de que, por primera vez, pudiera conciliar el sueño siete horas seguidas. Le han recomendado que coma carne, pero sigue con el arroz como principal alimento, eso sí, elaborado en una cocina y no en un hornillo a la intemperie. Mundo, su perrazo negro, en cambio, se ha adaptado muy bien a su nueva vida en una casa de verdad, lejos de la puerta 20 del estadio de Anoeta. Ya no es un cachorro, pesa 40 kilos y rebosa vitalidad.

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Puede que Rubén no duerma porque ni su cuerpo ni él hayan podido olvidar aún esa vigilia propia de quienes pasan la noche en la calle, pero ahora es un ayudante de mantenimiento de la Real Sociedad que se acaba de aficionar al fútbol a sus 35 años y conoce las instalaciones de Anoeta como si fuera un guía. Sonríe, se le iluminan los ojos, su tono de voz es diferente al de hace un año. «¿Que cómo veo la vida? Cómo voy a verla, maravillosa, llena de colores. Las cosas han dejado de ser negras».

Hagamos memoria. Hace un año, en un banco de la plaza de Irun del barrio de Amara Berri de San Sebastián, Rubén, un alavés que ni entonces ni ahora habla de sus orígenes, pasaba la mañana y la tarde. Llevaba viviendo en la calle tres años, había rescatado a un perro cariñoso de un contenedor al que lo habían lanzado, Mundo, y contaba con el apoyo y la conversación de vecinos del barrio.

Su hogar entonces era el palco 20 del estadio de Anoeta, que él mantenía limpio y ordenado y en el que, más allá de alguna manta, tenía a Mundo como principal fuente de calor incluso en las peores noches. Ambos eran inseparables y todavía la gente le pregunta por él.

Para muchos, Rubén era un sin techo diferente. No bebía alcohol ni consumía drogas. Tampoco pedía dinero, ni colocaba carteles, aunque aceptaba bocadillos, café, ropa y valoraba de forma especial la amistad de gente como Jose, el de la perfumería; Diego el veterinario o la peluquera de local de la trasera. Ellos, Jose en especial, fueron un apoyo fundamental.

La palabra mágica

La historia de Rubén, que ahora sabe los entresijos de lo que es el cuidado del césped de un equipo de Primera, y que sacó a la luz Diario Vasco hace un año, llamó la atención de la Real Sociedad y surgió entonces lo que él denomina como palabra mágica: oportunidad.

«Es lo mejor de todo. Estaba en lo más bajo. Si ya es muy duro levantarte muy temprano y volver a dormir solo, lo que es peor de ser un sin techo es que nadie te hable, que te consideren una escoria, que no puedas acceder ni a una casa ni a un trabajo y no veas ninguna salida. Es verdad que entonces hice amigos entre la gente del barrio, personas con las que sigo manteniendo relación porque son mis amigos, pero también que me sentía marginado. Es terrible la indiferencia, ver cómo los demás vuelven la cabeza cuando te ven».

Aún refugio de indigentes

Fue su hogar durante más de un año, la puerta 20 del mismo Anoeta en el que ahora trabaja. Pasa todos los días por allí y ve algún colchón, carros de compra, restos de una larga noche a la intemperie. Noches iguales a las que él vivió antes de trabajar en ese césped, de ser fichaje del equipo de mantenimiento y recorrer con su maletín de herramientas los pasillos, estancias y localidades de un estadio que las obras, además, convierten el espacio en laberíntico.

Pese a esa alegría que desprende ahora, sabe que hay otros inquilinos a los que no conoce en la puerta 20, una de las zonas que no se va a ver afectada por las obras de remodelación de Anoeta. A veces Rubén mira el soportal desde el césped, siempre desde la calle, y recuerda que hay mucha gente que vive sin un techo.

«Puede que haya algunos que lo elijan como opción de vida, pero otros muchos no. A algunos les habrán quitado a los niños porque no pueden mantenerlos, pero a nadie le importa si les han desahuciado ni por qué tienen que dormir aquí. Cada vez que oigo que han quitado la casa a una familia me pongo fatal, creo que no saben lo que están haciendo con esa gente cuando lo hacen».

Quiere que no se vean marginados, que tengan una oportunidad. «Yo he tenido mucha suerte gracias a que Aperribay conoció mi historia, pero hay muchas personas que necesitan también ayuda. No me refiero solo a ropa, a comida... Son gestos, sonrisas, apoyo», defiende Rubén. «Aquí hay mucha gente necesitada, que está tirada y no ve ninguna salida. Una oportunidad es lo que necesitan».

Ahora que se saluda con todos los empleados, incluidos futbolistas, «que parecen unos chicos majos», Rubén relata que todo cambió cuando el presidente de la Real Sociedad, Jokin Aperribay y su Consejo decidieron ponerle delante esa palabra mágica, oportunidad. «¿Es verdad que eres jardinero?, le preguntaron. «Sí, sí», se apresuró a contestar. Porque él, antes de dejar esa vida de la que no habla, se dedicaba a la poda de árboles y arbustos y el mundo natural siempre le ha gustado.

¿Césped? ¿Jardinería? Rubén estaba dispuesto a hacer de todo. Lo que fuera. Hacía poco había estado pintado un portal y todavía recuerda con rabia a aquel tipo que le pagó diez euros y un bocadillo después de doce horas de quitarle las malas hierbas a su huerto y un despectivo «¿pero tú que te crees que se paga por ahí?».

Diferentes tareas

Nunca hubiera imaginado trabajar en un campo de fútbol y hace un año mucho menos. «Pero me contrataron de prueba y aquí sigo, encantado de la vida... ¿De qué me voy a quejar? Tengo una casa, un trabajo, mi perro está encantado, y el jefe de jardinería, Eneko, me enseña los secretos de este césped. Tiene que estar al milímetro. No es tan fácil como la gente pueda creer. Hay veces que los jugadores hincan tan fuerte la bota que hay que volver a replantar». Su trabajo como ayudante de mantenimiento empezó pintando todos los palcos salvo el presidencial, «que no lo necesitaba porque estaba bastante bien». Luego le tocó catalogar todos los trofeos de la Real Sociedad, un reto para una persona activa como él. «No sólo los de fútbol, ¿eh? Hay muchísimos en otros deportes en los que la Real ha cosechado triunfos. Lo hice uno por uno y, acostumbrado al trabajo físico, este me costó más que cualquier otro». Ahora se siente orgulloso de copas, distinciones, trofeos y banderines que pueden vislumbrarse desde el césped tras los cristales cercanos al palco.

Y es que Rubén está entusiasmado con cada rincón del estadio. Sabe que están oxigenando el césped y que ese ruido que ahuyenta a los pájaros proviene de una caja que emite el mismo ruido que la gaviota territorial.

Rabia e impotencia

Desmontar cada uno de los asientos de la grada Sur es parte de su tarea actual y calcula que más de medio centenar de socios ya han reservado la que fuera su localidad para llevársela como recuerdo. «Algunas hay que tirarlas porque están destrozadas y otras se utilizarán para sustituir otras localidades del campo que están en peor estado».

Disfrutar de los colores de su nueva vida no le impide tener pesadillas o sentir rabia, impotencia y tristeza cuando levanta la vista y ve la puerta 20. Sabe todo lo que pasó allí y sabe también que otros han ocupado su lugar y se sienten, probablemente, tan solos como él.

Unas gotas de herboristería le ayudan poco a poco a regular el sueño, aunque más de una vez tenga que irse al sofá porque la cama de su casa alquilada es demasiado cómoda. Va a apuntarse a boxeo «aquí enfrente» porque tiene «demasiada energía para desgastar» y sale también a correr con su perro Mundo para ver, entre otras cosas, si consigue dormir sin mayores problemas. «Y eso que acabo cansado todos los días, ¿eh? Pero merece la pena», sonríe, ‘dueño’ de un estadio del que ya es socio y en el que el otro día estuvo aplaudiendo los goles contra el Villarreal. «Mis amigos ni se creen que me guste el fútbol», ríe con su ropa de trabajo, que, ¡cómo no!, lleva impreso el escudo de la Real Sociedad. «¡¡¡Ropa de trabajo!!!», insiste con una sonrisa.

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