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Un bote de rescate

Un bote de rescate

España es líder en el uso de antidepresivos y somníferos. Son necesarios para combatir trastornos graves, pero no siempre curan, crean adicción y tienen efectos secundarios. «No son perfectos, pero sí la mejor alternativa disponible»

inés gallastegui

Lunes, 9 de abril 2018, 01:10

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Los psicofármacos no funcionan y, además, matan. Así podría resumirse el alarmante mensaje que el biólogo y médico danés Peter Goetzsche divulga por el mundo a través de libros y charlas y que trajo a España hace unas semanas en una conferencia en el Instituto de Ciencias de la Nutrición y la Salud de Madrid. La idea de que los ansiolíticos, los antidepresivos o los somníferos se recetan con demasiada alegría sin reparar en sus efectos secundarios ni en su limitada acción curativa no es nueva, pero quizá en los últimos tiempos tenga más difusión por dos motivos: uno, su imparable expansión -España es uno de los mayores consumidores de Europa- y dos, el creciente predicamento de la quimiofobia (aversión irracional a los productos químicos), las medicinas 'alternativas' y la teoría de la conspiración según la cual la industria farmacéutica, en realidad, no quiere curar al mundo de sus males, sino mantenerlo enfermo para ganar más.

En un artículo para promocionar uno de sus libros, Goetzsche aseguraba que el consumo de psicofármacos es la tercera causa de muerte en Gran Bretaña, solo por detrás de las enfermedades cardiacas y el cáncer. ¿Cómo? Según él, por sus efectos secundarios: pacientes con demencia tratados con antipsicóticos que aumentan el riesgo de infartos, ictus y diabetes, caídas propiciadas por los somníferos, o suicidios provocados por los antidepresivos.

Pero el médico danés va más allá y asegura que estos fármacos son inútiles. «La industria inventa trastornos mentales para tener gente adicta a sus productos», afirmaba poco después. En su opinión, solo algunos casos extremos deberían ser tratados con medicamentos. Por ejemplo, sostiene que los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), los antidepresivos más populares, basan su efectividad en corregir un desequilibrio químico en el cerebro (un déficit de ese neurotransmisor) cuya existencia, según él, nunca ha sido probada. El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) por el que miles de niños son medicados -hasta el 10% en Estados Unidos- no es, a su juicio, un trastorno mental, sino una etiqueta puesta a chavales movidos o curiosos. Y la psicosis severa que sufren los enfermos con esquizofrenia, trastorno bipolar o depresión grave debería ser tratada con «psicoterapia, empatía y amor».

La química o las palabras

¿Estamos ante una nueva batalla en la guerra entre defensores de dos enfoques distintos para promover la salud mental, quienes abogan por inducir mediante sustancias químicas la 'normalidad' al cerebro de los pacientes y quienes apuestan por curarlos hablando, para modificar sus conductas y pensamientos negativos?

Las críticas a la psiquiatría no son nuevas. En el siglo XIX se denunciaba el trato degradante en los manicomios y en el XX, el electroshock y la lobotomía. El desarrollo de fármacos modernos y la humanización de la atención psiquiátrica suavizaron los ataques, pero sigue habiendo quien cuestiona la medicalización de problemas no patológicos, el paternalismo hacia los enfermos y los conflictos de intereses entre médicos e industria.

«Existe una autocrítica dentro de la psiquiatría, pero no existe nada parecido en el campo de las psicoterapias», asegura el psiquiatra Pablo Malo. El autor del blog 'Evolución y neurociencias' recuerda que distintos metaanálisis (revisión de muchos estudios científicos sobre un mismo tema) coinciden en que las psicoterapias no son más eficaces que los fármacos -a veces, solo un poco más que el placebo-, que también hay intereses económicos detrás de determinadas terapias -venden libros, cursos o aplicaciones de móvil- y que la psicología no está exenta de efectos adversos, entre ellos, el empeoramiento del trastorno tratado o las ideas suicidas. El experto pone los ejemplos del 'mindfulness', «una industria que mueve millones» a pesar de que su eficacia no ha sido suficientemente probada, y la controvertida terapia de recuperación de recuerdos, que inducía a través de hipnosis la creación de episodios falsos en la memoria y acabó con familias destrozadas y padres y cuidadores juzgados por abusos sexuales o malos tratos que no cometieron.

Malo replica que el médico danés «busca los datos que le convienen para servir a su ideología» y «no tiene formación ni experiencia como psiquiatra», por lo que quizá ignore que «hay psicosis que pueden remitir espontáneamente a psicoterapias, benzodiacepinas (un sedante) o simplemente a placebo, pero también hay psicosis que se cronifican y no responden a ningún tratamiento de los conocidos hasta la fecha. Y en medio de estos dos extremos hay una mayoría en los que es imposible evitar el uso de antipsicóticos, especialmente en las fases agudas de descompensación».

Principales trastornos

  • La química de la tristeza Tristeza, apatía, aumento o pérdida del apetito, insomnio, cansancio, irritabilidad, ansiedad e ideas de muerte son algunos síntomas de depresión. Los fármacos antidepresivos más utilizados son los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (cuyas marcas comerciales más conocidas son Prozac, Paxil, Zoloft y Lexapro) y de la norepinefrina (Cymbata, Pristiq). Muchos producen dependencia y solo deben dejarse gradualmente.

  • De los nervios Taquicardia, agitación, hiperventilación e insomnio son síntomas de ansiedad, que incluye trastorno obsesivo-compulsivo, pánico y fobias. El tratamiento más habitual es con benzodiazepinas, con efectos sedantes y ansiolíticos. Los más conocidos son el lorazepam (Orfidal), el alprazolam (Trankimazin) y el somnífero lormatazepam (Noctamid). Su consumo ha aumentado un 57% en los últimos años, hasta un promedio de 8,6 usuarios diarios por cada cien habitantes, más que en EE UU, según la OCU, que junto a la Plataforma No Gracias impulsa la campaña Pastillas Las Justas.

  • Delirios y alucinaciones Los trastornos psicóticos son los más graves y se caracterizan por la aparición de delirios, alucinaciones y pérdida de contacto con la realidad, entre otros síntomas. El más importante es la esquizofrenia, aunque las personas con trastorno bipolar y depresión grave también pueden sufrirlos. Entre los antipsicóticos o neurolépticos de nueva generación se encuentran la clozapina (Clozaril, FazaClo), la risperidona (Risperdal), la olanzapina (Zyprexa) y el aripiprazol (Abilify). La última novedad es un fármaco de liberación lenta que se administra de forma trimestral, el Trevicta.

Asegurar que se puede curar la esquizofrenia con «empatía y amor» es, a su juicio, «un insulto, no ya a los psiquiatras, sino a la ciencia, a la inteligencia, a la historia, a los pacientes y a sus familias». En el fondo, asegura, el problema es que Goetzsche «no cree que exista la enfermedad mental grave, un trastorno de la mente que el paciente no puede controlar, que genera un gran sufrimiento y que justifica el empleo de medicamentos que tienen efectos secundarios, sin duda, pero son la mejor alternativa disponible».

Peter Goetzsche se escuda en el prestigio de la organización a la que pertenece -y cuya sucursal nórdica dirige-, Cochrane, una red internacional de investigadores, profesionales y pacientes dedicada a contrastar la investigación científica para ofrecer información sobre salud «creíble, accesible y libre de patrocinios comerciales y otros conflictos de interés». Sin embargo, la entidad matriz se distanció en 2015 de sus afirmaciones: «Los puntos de vista del profesor Goetzsche no son los de la organización».

En realidad, la psiquiatría y la psicología son complementarias, y la mayoría de los pacientes reciben ambos tipos de tratamiento, recuerda el presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), Julio Bobes. Un metaanálisis sobre los 21 antidepresivos más comunes, publicado en febrero en 'The Lancet', concluyó que todos son más eficaces contra la depresión grave que un placebo, el falso fármaco que se administra a un grupo de control para comprobar cómo se comporta la enfermedad en las personas por el simple hecho de creer que están siendo tratadas. El trabajo, que revisó 522 ensayos en los que habían participado más de 100.000 adultos, constata el increíble poder de la sugestión, ya que un 30% de los pacientes mejora al cabo de dos meses tomando solo pastillas de azúcar. Sin embargo, ese porcentaje se eleva hasta un 60% entre los que sí toman el tratamiento efectivo. «Los antidepresivos se han ido perfeccionando y no solo son más eficaces, sino que tienen menos efectos secundarios y son mejor tolerados», resalta Bobes.

El catedrático de la Universidad de Oviedo reconoce que vivimos en una sociedad en la que mucha gente se cree enferma cuando no lo está. «Hay pacientes depresivos leves, fruto de situaciones adaptativas: la persona que ha perdido el trabajo, la madre disgustada porque su hijo se ha separado, la abuela que no ve a sus nietos… Problemas de la vida diaria. Luego está la depresión grave, una enfermedad endógena, condicionada genéticamente. Son personas que se meten en la cama y no pueden levantarse, ni lavarse, ni hacer absolutamente nada», explica. Estos, matiza, sí necesitan fármacos.

El malestar de la vida

En esa visión coincide con José Manuel García Montes, portavoz de la Sociedad Española de Psicología Clínica y de la Salud. El psicólogo Hans Eysenck ya sostenía el siglo pasado que el 70% de los problemas de salud mental se curan con el simple paso del tiempo. «A largo plazo, la psicoterapia es un poco más eficaz que los antidepresivos, lo cual tampoco es mucho -asegura el profesor de la Universidad de Almería-. De hecho, casi cualquier 'tratamiento' es eficaz contra la depresión: ir al gimnasio, salir a pasear, estar con amigos, leer un libro o adoptar un perro. Habría que preguntarse qué es la depresión para que casi cualquier cosa que se haga con sentido funcione». El problema, resalta, es que en nuestra sociedad tenemos prisa por desembarazarnos de las dificultades. «La sociedad está psicologizada y psiquiatrizada. Problemas que antes se llamaban estar triste o atravesar una mala racha se han medicalizado. La vida tiene circunstancias duras, y uno tiene que estar preocupado, ansioso, triste… ajustado al momento vital. Lo malo es que insistimos en la necesidad de ser felices y pensar en positivo», reflexiona.

Las frases

  • Pablo Malo - Psiquiatra «En la mayoría de las psicosis es imposible evitar el uso de fármacos»

  • Juan Manuel García - Psicólogo «Lo que antes se llamaba pasar una mala racha ahora se llama depresión»

  • Juan Simó - Médico de familia «Mucha gente no es consciente de que son drogas que enganchan»

Líderes en consumo

Lo que sí es un hecho objetivo es que el uso de psicofármacos crece. El consumo de antidepresivos se triplicó en nuestro país entre los años 2000 y 2013, al pasar de 26,5 a 79,5 dosis por mil habitantes, según datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios. Con ello, pasó de un consumo inferior a la media a uno de los más altos: el sexto entre los 21 países europeos de la OCDE. Lo paradójico es que, mientras en el caso de los antidepresivos el incremento es generalizado, España, frente a la tendencia general del resto de Europa, también ha aumentado el gasto en otros psicofármacos como los ansiolíticos, de 38,1 dosis por mil habitantes en 2000 a 56,3 en 2015, según los datos de la Oficina Estadística de la OCDE -duplicamos la media y somos el segundo mayor consumidor, solo por detrás de Portugal- o los hipnóticos y sedantes, de 17,9 a 30,9, quintos por detrás de los países nórdicos.

«Es preocupante», sostiene Juan Simó, médico de familia y autor de un estudio comparativo sobre la utilización de fármacos en Europa. Autor del blog 'Salud, dinero y atención primaria', cree que la crisis económica ha podido influir -aunque no aprecia en Grecia, mucho más afectada por la debacle económica, esta tendencia-, pero apunta más bien al problema de la dependencia que generan algunos de estos medicamentos. «No es que se frivolice con la enfermedad mental y se receten más de los que se debería; más bien, creo que hay personas que empiezan a tomarlos y no pueden dejarlos fácilmente. Y no hay conciencia de que sean drogas que enganchan», afirma.

«Quería coger el coche y huir de mi vida sin mirar atrás»

Hace año y medio, Ana se derrumbó. No había una causa aparente para su cansancio, su apatía, sus llantos por las esquinas. Ni siquiera se dio cuenta de lo que le pasaba. Fue su familia -su padre y una hermana son médicos- la que se dio cuenta. «Es un cúmulo de cosas», explica. A sus 40 años, esta granadina se encontraba con un trabajo inseguro, estresante y peor pagado que antes, sin tiempo propio y con dos hijas cuyo cuidado depende de ella, porque su marido trabaja cada día hasta las nueve de la noche. No quería estar sola. Quería estar sola. «Por un lado fantaseaba con coger el coche y huir de mi vida sin mirar atrás. Por otro quería que mi marido estuviera en casa con nosotras».

Le diagnosticaron un trastorno ansioso-depresivo y estuvo de baja cinco meses. Lleva más de un año en tratamiento: un antidepresivo (regulador de la serotonina) por la mañana y un ansiolítico para dormir. También ha consultado a dos psicólogas. La primera quería organizar su agenda en busca de tiempo propio, pero sin ir al origen del problema. La segunda le fue mejor, pero después de unas cuantas sesiones solo le recomendaba libros para leer. «Estaba pagando una pasta a cambio de bibliografía -ironiza-. Me encanta leer, pero con la medicación no podía concentrarme». El psiquiatra de la Seguridad Social apenas le dedicaba 5 minutos en cada consulta.

Ahora se encuentra mejor. «Nada ha cambiado. Mis problemas siguen siendo los mismos, pero he aprendido a mirarlos de otra manera», admite. Se ha quitado algunas cargas de encima: antes se obsesionaba con que la cena, el único momento del día en el que los cuatro coincidían en casa, fuese nutricional y gastronómicamente perfecta. «Se acabó el solomillo relleno. Ya no me complico la vida». También dejó su empresa de gestión cultural por internet, un proyecto que le hacía mucha ilusión pero se había convertido en un agobio. Ha encontrado algo de tiempo para ella. «Al principio no te apetece ni salir de casa, pero te fuerzas a hacer pequeñas cosas, ir al gimnasio...».

Hace dos meses, el psiquiatra le dijo que debía ir dejando la medicación gradualmente. Lo intentó con el ansiolítico y volvieron las noches de insomnio. Imposible. Con la reducción de la dosis del antidepresivo a la mitad le han vuelto las crisis de llanto, resultado del síndrome de abstinencia.

«Poco a poco me tengo que ir quitando. Quiero tener la mente más clara. Me noto más lenta para hablar, para escribir, para trabajar; estoy como embotada. Pero me da pánico dejarlo y volver al principio -reconoce-. Es curioso, porque yo he sido siempre antipastillas; tenía que estar reventada de dolor para tomarme algo. No me gusta depender de la medicación con 40 años, porque no controlas tu mente. Bueno, en realidad, nunca lo haces. Esto va a su bola».

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