Escenario urbano y chic

En la carta, cuidadosamente presentada en un sobre con antiguos bocetos de ingeniería, se mezclan con soltura referencias prestadas de la cocina italiana, nikkei, americana o vasca. Aquí se puede comer desde un steak tartar hasta una parmiggiana, pasando por un tataki de atún o un bacalao al pilpil, todo ello ejecutado con solvencia por un equipo que comanda el joven Eric Rodríguez del Canto. La oferta es tan extensa y variada que no hace gala de especialidades, aunque sí recoge un puñado de propuestas que los propios clientes se han encargado de encumbrar.

Destaca el huevo a baja temperatura con chipis fritos, que se convierte en un suculento aperitivo si se comete la trastada de romper sin piedad su ordenada presentación para impregnar los clásicos calamares a la andaluza de una untuosa mezcla de yema, parmentier y salsa tártara. Más discretos se muestran el ya omnipresente ceviche, en este caso a base de langostinos, acompañados de Idiazabal y guacamole en una fusión algo evidente de lo vasco y lo latino; o un arroz meloso picante con merluza al horno, que no termina de aprovechar las cualidades del pescado como sí lo hacen los fideos Pad Thai salteados con verduritas y langostinos, el niño mimado de la carta.

Los más voraces pueden dar cuenta de una buena selección de carnes de calidad, alguna de sus hamburguesas o de un sanjacobo ‘deluxe’ bajo la rimbombante etiqueta de Cordon Bleu, pero como no es de buen tono comer a dos carrillos en un lugar tan lleno de gente guapa, nos inclinamos por un pulpo a la brasa sobre puré de patata rota y mojo verde. El ingrediente de moda, el tratamiento de moda y una presentación lista para Instagram ¿Qué podría salir mal?

Nada. Lo cierto es que esta propuesta gastronómica, cocinada para gustar a todos los públicos, se permite pocos fallos. Quizá se echa de menos en las mesas de Colombo algo de la audacia con la que están decoradas sus paredes. Ese combinado de estilos capaz de mezclar el capitoné con estampados navajos y el industrial con el art déco, agitado en una coctelera setentera, es probablemente lo más conseguido del restaurante, cuyo verdadero artífice no está en los fogones. Se llama Lázaro Rosa Violán, decorador de prestigio con un indudable olfato para la hostelería, y además de Colombo ha cocinado otros exitosos escenarios para comer en Madrid, Barcelona, Londres o Bilbao.