Las apariencias catalanas
El independentismo catalán se ha convertido #en un movimiento sin proyecto y con consignas
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Lunes, 13 de noviembre 2017, 01:27
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La ocasión electoral desperdiciada por el expresident de la Generalitat, en el inicio de su ofuscación política, está siendo aprovechada ya por todos los partidos políticos catalanes. Incluso por los antisistema de la CUP que no piensan dejar pasar la oportunidad de seguir condicionando la agenda de sus adversarios. Una vez superado el desconcierto inicial de los independentistas al conocer la intervención del Estado, la reacción general a las elecciones no pudo ser más receptiva. La de los ciudadanos sometidos a una constante ducha de tensión social en los últimos meses. La de los propios políticos, incluidos los organizadores del desbarajuste de una república fantasma, que vieron una salida a su propio desbloqueo.
Ayer Rajoy apostó fuerte al dirigir sus mensajes a los abstencionistas. Para que se impliquen con el voto como lo hicieron en las dos manifestaciones de Barcelona en las que protestaron contra la Generalitat que les había llevado al enfrentamiento social y a la incertidumbre económica. Para que la Cataluña plural se haga visible.
A estas alturas ya nadie duda de que el ‘procés’ ha saltado por los aires. Ni sus promotores niegan el fracaso. Su entramado de resistencia civil, plante al Estado arrogándose una soberanía para el Parlament que no les corresponde, ensoñación de que sus leyes son las válidas y que no habría ninguna consecuencia por funcionar con un poder paralelo, ha pinchado en hueso.
El independentismo se ha convertido en un movimiento sin proyecto y con consignas. Con unos dirigentes que han acabado por acuñar unas siglas parecidas a las del «Junts por el sálvese quien pueda». Perdieron la iniciativa hace tiempo. Ahora venden más victimismo que república. Pero están movilizados. Es lo que les queda. La calle. La manifestación del pasado sábado en Barcelona desbarató la tesis de quienes creyeron que el renuncio de Carme Forcadell ante el Tribunal Supremo desmovilizaba a los suyos. Siguen muy organizados a pesar del desconcierto que reina en sus bases por la actuación descoordinada de sus dirigentes. Sus candidatos no van a poder retomar las promesas de un Estado imaginario. Ni arriesgarse a volver a saltarse la legalidad. Pero, de momento, la bandera de la libertad de los políticos presos es un combustible permanente para la maquinaria electoral.
España es un país democrático, con separación de poderes, libertad de expresión y con una justicia tan garantista que los acusados de haber delinquido al arrogarse competencias que no le corresponden están teniendo la oportunidad de hacer propósito de enmienda para librarse de la cárcel. Mientras Oriol Junqueras y sus compañeros barruntan en prisión cómo acogerse a la treta de Carmen Forcadell para estar tan libres como Puigdemont pero con más margen de maniobra, la causa sobre los «presos políticos» seguirá su curso. Hasta el PNV les acompaña.
Puigdemont no quiere enterarse pero el franquismo dejó de existir hace más de cuarenta años. Y la Guerra Civil, por mucho que se empeñen en resucitarla los sectores más recalcitrantes del nacional populismo forma parte de nuestra historia más trágica y vergonzante. Pero terminó hace 76 años. No tiene sentido (común) hablar de presos políticos en la España de 2017. Ni siquiera Amnistía Internacional acepta la etiqueta de presos de conciencia para estos políticos que se saltaron la legalidad como si tal cosa.
Los gobernantes que han propiciado este dislate siguen jugando a las apariencias en medio de una desbandada tan solo camuflada con las movilizaciones. Pero han llegado hasta aquí después de haber arrastrado a Cataluña al lado oscuro de la ilegalidad y el desafío al Estado democrático. El panorama electoral dibuja dos bloques casi impermeabilizados entre secesionistas y constitucionalistas. Puigdemont cada vez más radicalizado y aislado de los suyos por voluntad propia. Santi Vila a punto de tirar la toalla si el PDeCAT insiste en la independencia unilateral. Junqueras calculando su victoria y las alianzas con Podemos. Después de la desbandada, pactarán. El 21-D no dejará sobre el panel una mayoría absoluta para los rupturistas. Pero seguramente habrá una mayoría contra la Constitución y a favor del derecho a decidir. A los constitucionalistas les aguarda una movilización sin precedentes. Para defender el Estado de derecho. ¿Quién, si no?
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