El Camino de Santiago, y entre los recorridos posibles el llamado Francés, es el más conocido por los peregrinos, que pueden moverse por la fe o no, pero que se hacen sus buenos 940 kilómetros (37 etapas, normalmente, desde Saint Jean Pied de Port hasta la presentación de los saludos al Santo en la catedral). Tiene variantes, depende del punto de inicio, pero siempre son las señales amarillas las que indican que todo va bien. Menos conocido y transitado de momento es el Camino Ignaciano, el de las marcas naranjas. El suyo es un gran recorrido, el GR 120, de más de 650 kilómetros que se mueve hacia el otro lado: de oeste a este, desde su localidad natal de Azpeitia hasta Montserrat y de allí a Manresa, que fue la dirección que tomó el hombre en el año 1522 una vez que tuvo claro su camino espiritual y decidió llegar a Jerusalén, previo paso por Roma. En la ciudad catalana vivió durante once meses, como ermitaño, en una cueva que es parada obligada para quienes siguen sus pasos y realizan ejercicios espirituales.
San Ignacio dejó notas de su caminar, y en función de ellas se organiza el Camino Ignaciano, que atraviesa cinco comunidades autónomas -Navarra la pisa poco, pero la pisa- y suele llevar unas 30 jornadas de marcha si se hace a pie. Se dice de este gran recorrido que es muy exigente, ya que no es extraño que el peregrino -o deportista, o amante de la naturaleza, o de la gastronomía y del vino, que de todo se va a encontrar a su paso- se tope con grandes desniveles y algún puerto de montaña, que es lo que ocurre cuando se sube de Zumarraga a Arantzazu, por ejemplo, o cuando se atraviesa Opakua. Y eso por citar solo algunos de los primeros grandes esfuerzos que hay que realizar en las primeras etapas, las vascas. En la sexta se sale de Santa Cruz de Campezo para llegar a Laguardia, haciendo un trecho por Navarra. Y la séptima, si todo va bien, acaba con el caminante ya en La Rioja, en la localidad de Navarrete.