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Hay que evitar lo irreparable y al Madrid de churros y alcobas del que hablaba Agustín de Foxá, lo ha sucedido otro, que no cree en las reparaciones. La diferencia de criterios con el Consejo de Estado es obra personal de Puigdemont, que quizá no sea mala persona, pero sigue confundiendo a España entera con él. El fugado, que si pusiera los pies en Cataluña se los pararía el Gobierno, no sólo sabe lo que quiere, sino lo que no quiere, que es entenderse con los demás españoles. El viernes, sin ir más lejos, el Consejo de Ministros pretendió impedir la investidura de don Carles, con el argumento de evitar un mal mayor, como si hubiese otro superior al desguace. ¿Se pueden superar los daños insuperables? El Ejecutivo recurrió ante el Tribunal Constitucional la investidura, en persona o por delegación del huido. ¡Qué aburrimiento! Tanto hablar de patrias pequeñas para no saber a qué nación quedarse.

El PSOE corrigió hace dos días a su líder en Madrid y rechazó la lista única de izquierdas, pero esa estrategia choca frontalmente, como es habitual entre los carneros, con la decisión del partido de alejarse de Podemos. La inteligencia sigue sin darnos el nombre exacto de las cosas, quizá porque seamos muy brutos y la busquemos donde no está.

El llamado reto secesionista ha llevado demasiado lejos el tacto de la audacia. Una de las cosas más graves, en opinión de nosotros los catetos, es la despoblación. Hasta en las manifestaciones se echa de menos a la gente y los líderes que echan la vista atrás comprueban que cada vez les siguen menos personas. La confusión no requiere mayores ceremonias y no se puede impugnar algo que aún no ha sucedido. Hay que esperar acontecimientos. Únicamente lo son cuando acontecen y España está en lista de espera.

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