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Ayer aparecían en estas páginas dos fotografías ilustrando la noticia de que había nuevas quejas en Rodríguez Arias. En una de ellas se veía a un grupo de jóvenes haciendo botellón. En la otra aparecían los restos del botellón abandonados sobre la acera: bolsas de plástico, cartones de vino, etc.

Fue la visión de esa segunda foto la que funcionó en mi cabeza como una revelación. Bueno, no fue para tanto, pero me acordé de algo. De una experiencia personal, como dicen en la tele. Sitúense en una estación de autobuses de una ciudad de Irlanda. Mi autobús está a punto de salir cuando sube un grupo de diez o doce jóvenes. Llevan las cabezas rapadas, camisetas de un mismo equipo de rugby, hurling, o lo que fuese, y un número desproporcionado de cajas con botellas de cerveza. «Vaya, mueres aquí», me digo. El bus arranca y las primeras botellas se abren en la parte de atrás. No son las nueve de la mañana.

¿Cómo terminó el viaje? Para empezar, debo decir que no me mataron. En realidad, ni siquiera molestaron mucho. Aquellos jóvenes no hicieron más ruido del que haría cualquier grupo masculino similar que no llevase colores de guerra ni cerveza. Hubo charlas, risas, selfis, eructos, bromas. Lo que sí hicieron fue bajar cada vez que paraba el autobús a vaciar en la basura la enorme bolsa negra en la que guardaban las botellas de las que iban dando cuenta. Cada vez bajaban en peor estado, pero no dejaron de hacerlo. Cuando llegamos a nuestra ciudad de destino no quedó en el autobús rastro de su presencia. El modo en que en cada parada bromeaban con el conductor hacía pensar que aquello era una costumbre.

Espero que se me entienda. No digo que la solución a lo que ocurre en Rodríguez Arias sea celebrar botellones antes de las nueve de la mañana en unidades de Bilbobus en marcha. No al menos todavía. Lo que digo es que hay en la ciudad un problema complicado que podría solucionarse en buena medida de un modo simple. Bastaría con tener cuidado de no ensuciar, con entender que cuando se sale tarde de un bar hay gente durmiendo unos metros más arriba. Que algo tan sencillo suene tan improbable indica que el problema, efectivamente, es cultural y nos afecta a todos. Es la manera fina de decirlo. La manera menos fina: con más frecuencia de lo que creemos, nos dan clases de modales unos ‘hooligans’.

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