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Antonio Muñoz Molina.
Antonio Muñoz Molina, ni 'flâneur' ni 'badaud'

Antonio Muñoz Molina, ni 'flâneur' ni 'badaud'

El escritor andaluz levanta acta en esta nueva entrega narrativa de su vagabundeo por distintas ciudades como Madrid, París y Nueva York, para sufrir y disfrutar de la perplejidad de estar vivo

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Sábado, 24 de febrero 2018

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La figura del 'flâneur' quedó consagrada como tópico literario gracias a Walter Benjamin, quien la toma de Baudelaire y de su visión de la metrópoli moderna, que no es otra que París con todos sus bulevares, sus cafés, sus escaparates, sus prostíbulos, su fauna humana… El 'flâneur' no es un paseante cualquiera sino que tiene mucho de ocioso, de holgazán, de hedonista y del aristocratismo heterodoxo o marginal del dandy. La mayoría de los autores que han teorizado sobre él, incluido el propio Benjamin, lo han opuesto a la figura del 'badaud', que sería una versión cutre del andarín urbano, una especie de plebeyo en el arte del vagabundeo que se deja embobar por todo lo que ve de una forma impersonal y acrítica. El 'badaud' tendría que ver, más que con el 'flâneur' parisiense de Baudelaire, con 'El hombre de la multitud' que describe Allan Poe en uno de sus cuentos, un sujeto incansable al que el narrador sigue durante días por el Londres del siglo XIX y que sería algo así como la versión anglosajona del español 'Vicente, que va adonde va la gente'. En su nueva entrega literaria, Antonio Muñoz Molina nos propone un arquetipo de paseante que no es ninguno de los citados, pero que tiene, al mismo tiempo, algo de ambos y que queda muy bien definido en el título ('Un andar solitario entre la gente'), tomado de un famoso verso de Luís de Camões que Francisco de Quevedo reprodujo literalmente en un soneto calcado al del poeta portugués en una época en la que el plagio no estaba tan mal visto como hoy.

En realidad, ese paseante que Muñoz Molina nos propone como personaje y narrador en primera persona es él mismo en un discurso que excede el carácter narrativo para adentrarse en el diario, en el dietario, en el libro de viajes o en una escritura lindante con la poesía en prosa en muchos momentos. Es la naturaleza de cajón de sastre que tiene el género novelístico lo que permite considerar una novela a un volumen de 494 páginas tan excelentes como carentes de algo que se parezca a un argumento o de cualquier atisbo de ficción. Se trata de un monólogo torrencial, aunque fragmentario, que recoge el fluir del pensamiento, las sensaciones o las observaciones de su autor y protagonista mientras vaga por las calles de distintas ciudades -París, Madrid, Nueva York, Lisboa…- y transcribe con una grafomaníaca pasión el pulso de la vida, el ritmo de sus habitantes, el olor de sus establecimientos de comida, el color del aire, el ruido de las charlas que oye, de los pasos en las aceras o de los motores de los coches.

Hay algo de taquigráfico en estas páginas en las que el texto comparece sin alinear en el margen derecho, a la manera de una composición poética. Y algo, en efecto, de poesía en el modo en el que deja discurrir su voz para describir lo que sucede a su alrededor, para saborear la perplejidad de estar vivo o incluso dejarse aturdir por una realidad más pesada, más densa y extensa que su consciencia. Antonio Muñoz Molina no es un 'flâneur' porque esa es una condición que exige cierta distancia con el paisaje y que tiene que ver tanto con el disfrute como con la diletancia. El 'flâneur' es un diletante de la vida y esa actitud choca frontalmente con la concepción moral que este escritor tiene del oficio literario y de la existencia en todos sus rostros, incluido el contemplativo. El 'flâneur' tienen también algo o mucho de 'voyeur' y Antonio Muñoz Molina no es un mirón sino un testigo que da testimonio. Por esa razón, su ironía no es gratuita ni desinteresada sino una forma, un método de compromiso. Tampoco puede ser un 'badaud' porque la fascinación o el aturdimiento que experimenta ante un agente externo es asimismo de carácter moral, no puramente sensitivo. Ve un anuncio de helado de chocolate y basta con que lo nombre escuetamente para transmitir al lector que detrás de ese laconismo hay un lúcido juicio. Para cuando reproduce el eslogan publicitario («Atrévete a un Magnum Doble. LIBERA A LA BESTIA.») ya ha recurrido a la alusión culturalista y ya ha visto, en la mujer leopardo que vende esa marca, la metamorfosis del doctor Jekyll en el señor Hyde que describe la novela de Stevenson.

Además de la cita 'compartida' por Camões y Quevedo, hay otra de Joyce con la que se abre el texto: «Un libro no se debe proyectar de antemano…» No es un epígrafe banal para unas páginas en las que asoma algo muy parecido a la 'corriente de conciencia' con la que el escritor irlandés narró la aventura de Leopold Bloom por el Dublín de 1904.

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