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MIKEL CASAL
Vera Rubin y la parte que le falta al universo

Vera Rubin y la parte que le falta al universo

Con su activismo y sus logros científicos, fue la impulsora de nuevas generaciones de astrónomas y científicas que se negaron a que las hicieran de menos

MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ

Sábado, 3 de marzo 2018

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En 1884, John Thompson, conocido como Lord Kelvin, el genio de las matemáticas, la física, la ingeniería y la termodinámica sugirió que nuestra Vía Láctea contenía una masa mayor que la que podíamos ver y concluyó que «muchas de nuestras estrellas, quizá la gran mayoría de ellas, pueden ser cuerpos oscuros». De ser cierto esto, habría un enorme misterio al que Henri Poincaré, un físico francés, dio nombre en 1906: ‘materia oscura’. Algo que tenía un efecto gravitatorio pero que no podíamos detectar salvo, precisamente, por ese efecto gravitatorio. En 1933, el astrónomo suizo Fritz Zwicky también infirió matemáticamente la existencia de dicha materia oscura.

Esa materia oscura tiene una masa mucho mayor que la que podemos ver en las estrellas. La materia oscura es 4 o 5 veces más abundante (o más masiva) que la visible. En porcentajes, la materia ‘normal’ forma el 5% del universo, la materia oscura forma el 27% y el 68 restante está formado por otra energía misteriosa que es responsable de que el universo se esté expandiendo a una velocidad cada vez más acelerada, como descubrió el telescopio Hubble en 1998.

La evidencia definitiva de la existencia de esa ‘materia faltante’ fue conseguida por una astrónoma que con el tiempo sería considerada un verdadero tesoro nacional en Estados Unidos: Vera Rubin.

Vera Florence Cooper nació el 23 de julio de 1928 en Filadelfia, segunda hija de una familia de inmigrantes, una madre de Besarabia, región de Moldavia, y un padre lituano. En 1938, cuando la familia se mudó a Washington, D.C., la capital del país, Vera empezó a sentir fascinación por la astronomía. Su padre la ayudó a construir un telescopio de cartón para que hiciera el seguimiento de meteoros que entraban a la tierra, y a llevarla a reuniones de astrónomos aficionados.

Al salir del bachillerato, se matriculó en la Universidad de Vassar, la segunda institución de educación superior solo para mujeres de los EE UU, fundada en 1861. Lo que le atrajo a esa institución fue que la primera persona llamada para formar el cuerpo docente de la Universidad había sido la astrónoma María Mitchell, la primera estadounidense que descubrió un cometa. Pero cuando Vera se graduó en 1948 era la única alumna de su generación con la especialidad de Astronomía.

No pudo continuar sus estudios en la Universidad de Princeton se vieron frustrados porque la institución no aceptaba mujeres en su postgrado de Astronomía. Dado que su marido, el físico y matemático Robert Rubin, ya estaba haciendo un postgrado en Cornell, fue a esta Universidad. En tres años obtuvo su maestría allí, para luego, en otro tres años, alcanzar el doctorado en la Universidad de Georgetown con una tesis que demostraba que las galaxias no están distribuidas uniformemente en el universo, sino que forman agrupaciones, un descubrimiento de enorme importancia.

La seducción del misterio

En el prólogo de su libro ‘Galaxias brillantes, materias oscuras. Maestros de la física moderna’ Vera Rubin escribió: «Hemos echado una mirada a un nuevo mundo y hemos visto que es más misterioso y más complejo de lo que habíamos imaginado. Aún quedan ocultos más misterios del universo. Su descubrimiento espera a los científicos aventureros del mañana. Me gusta que sea así».

En 1965 se unió a la Carnegie Institution y se convirtió en la primera mujer que usó el telescopio Hale en el observatorio de Monte Palomar. Las dificultades a las que se tuvo que enfrentar por ser mujer en el ambiente científico, a veces de apariencia trivial (por ejemplo, cuando llegó a Monte Palomar el observatorio no tenía un baño para mujeres) la llevaron a dedicar parte de su tiempo a promover las vocaciones científicas en las mujeres porque, como escribió, la mitad de los cerebros del mundo los tienen las mujeres y para resolver los problemas que nos plantea el universo necesitamos todos los cerebros. Entendió que el cambio que había que hacer era profundo porque, como también escribió: «Todos necesitamos permiso para hacer ciencia, pero por motivos que están profundamente arraigados en la historia, este permiso se le otorga más frecuentemente a los hombres que a las mujeres».

Rotación de galaxias

Su trabajo científico era el mejor sustento a su activismo. En la década de 1970, trabajando con su colega Kent Ford, Vera Rubin hizo un descubrimiento astronómico que cambiaría el rumbo de su disciplina abriendo campos hasta entonces inesperados. Midiendo la rotación de galaxias espirales como la nuestra, determinaron que las estrellas en los bordes exteriores giraban tan rápido como las que estaban cerca del centro. Mientras más rápido giraran las estrellas de los bordes, más masa debía tener la galaxia, pues de otro modo saldrían despedidas del conjunto. La masa que debía tener la galaxia era mucho mayor que la observable.

Vera repitió sus mediciones en 60 galaxias espirales confirmando sus observaciones. Algo desconocido provoca que las galaxias no se comporten como «deberían» de acuerdo a la masa que observamos que tienen. Era la evidencia más contundente de que existía esa interrogante.

Es importante señalar que cuando hablan de materia oscura, los astrónomos no están hablando de materia en sí, es un nombre que se le ha puesto a un misterio porque se comporta «como si fuera materia» y porque «no lo podemos ver», pero nada más. La propia Vera Rubin no creía que existiera una verdadera materia oscura, sino, especulaba, estamos viendo en acción aspectos desconocidos de la gravedad a grandes escalas.

Lo que había hecho contundentemente Vera Rubin era establecer sin duda que el universo que ven los astrónomos es solo una pequeña parte, que, en sus propias palabras, «sabemos muy poco acerca del universo». Sus resultados fueron confirmados una y otra vez en las décadas siguientes.

En 1981, Vera Rubin fue aceptada en la Academia Nacional de Ciencias de EE UU y en 1993 obtuvo la Medalla Nacional de Ciencia que le impuso el presidente Bill Clinton. El premio que le resultó elusivo, sin embargo, fue el Nobel, que muchos consideran que merecía, aunque ella solía decir que uno no debería preocuparse por los premios y la fama, «El verdadero premio es encontrar algo nuevo allá afuera». Aún así, con su activismo y sus logros científicos, fue la impulsora de nuevas generaciones de astrónomas y mujeres científicas que se negaron, como ella decía también, a que las hicieran de menos por ser quienes eran.

Vera Rubin murió el 25 de diciembre de 2016 en Princeton, Nueva Jersey. Los astrónomos de todo el mundo siguen trabajando con sus datos y tratando de resolver el que es, literalmente, el mayor misterio imaginable: ¿dónde está el resto del universo?

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