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Un retrato de la artista, que nunca se dejó fotografiar en la edad madura.
Al rescate de Nahui Olin

Al rescate de Nahui Olin

Una película que se estrenará este año recuperará la figura de esta poeta, pintora y musa mexicana contemporánea de Frida Kahlo y revolucionaria en su vida y su obra

BEGOÑA RODRÍGUEZ

Jueves, 4 de enero 2018

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La nahuimanía reemplazará a la fridomanía. Habrá postales, camisetas y gorras con las iniciales N. O., líneas de perfumes y productos de belleza», ha aventura el premio Cervantes José Emilio Pacheco. Jaime Romandía, productor de la película ‘Nahui’, que se estrenará este año, corrobora esas palabras: «Nahui Olin debería ser una figura de culto. Es más importante que Frida Kahlo».

«Si tú me hubieras conocido con mis calcetas y mis vestidos cortitos, hubieras visto debajo… y mamá me habría enviado a buscar unos gruesos pantalones que me lastiman allá abajo». Nahui Olin (María del Carmen Mondragón era su verdadero nombre) fue un volcán, un juego de placer y dolor en una mirada verde: «Es la intimidad y el gozo de un cuerpo frágil entregado al arte, es un cristal delicado tan lleno de amor, que cualquiera podría ser tentado para buscar a alguien por quien perder la cabeza como ella», escribe Eduardo Limón.

Nacida en julio de 1893 en el seno de una familia acaudalada del ‘porfiriato’, fue envida a París siendo una niña. Su destino era un internado y allí tuvo la oportunidad de descubrir sus dos grandes pasiones: la pintura y la poesía.

Cuenta Andrea Méndez, que con solo diez años, ya se vislumbraba la innata sensibilidad de Nahui Olin para escribir: «Soy un ser incomprendido que se ahoga por el volcán de pasiones, de ideas, de sensaciones, de pensamientos, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno y por eso estoy destinada a morir de amor».

En su adolescencia, vuelve a México y no teme afrontar los patrones que marca la sociedad post-porfirista: se le atribuye ser la primer mexicana en usar falda corta y pertenecer al controvertido grupo de las ‘flappers’ o ‘pelonas’, mujeres conocidas por llevar el cabello corto y por todo ello ser vistas como ‘modernas’. Conoce a su primer amor, un joven cadete militar, se casa con él y ambos viajan a Europa tras el estallido de la Revolución mexicana. Un regreso al viejo continente verdaderamente fascinante pues su cercanía a la escena artística de Francia les hizo conocer a personalidades como Pablo Picasso y Diego Rivera.

Su legado de prosas, cartas, poemas y dibujos fue sacado a la luz hace veinte años

A los ocho años de matrimonio, y tras revelarse la homosexualidad de su marido, decidió regresar sola a México. Y cómo apunta Eduardo Limón, entonces comenzó «el primer torbellino». Su mente, revolucionariamente europea, la lleva a rodearse de amistades e ideas libertarias, todo ello en un ambiente artístico e intelectual: tomaba café con sus confidentes Tina (Modotti) y Antonieta (Rivas), discutía con Xavier Villaurrutia y fue musa de Rivera, Zurián, Malvido, Charlot e incluso modelo de Edward Wetson, para quien posó desnuda.

Pero, sin duda, «el más excitante y estridente desafío al universo» llegaría durante una exposición en que conoció a Gerardo Murillo, quien más tarde se otorgaría a sí mismo el título de doctor y cambiaría su nombre por ‘Doctor Atl’. Con él aprendió la intensidad del arte… de la sexualidad -a menudo al aire libre- y de las más acaloradas discusiones entre los muros del antiguo convento de La Merced. Con Atl sostuvo una relación amorosa tórrida e intensa, pero también enfermiza, que duró casi cinco años y de la que sobrevienen más de 200 cartas escritas por ella, en las que se hace evidente su ninfomanía. Él fue quien la bautizó como Nahui Olin, que significa ‘renovación continua del Universo’.

'Nahui y Agacino frente a Manhattan'
'Nahui y Agacino frente a Manhattan'

Amor y muerte

Tras tener y abandonar a varios amantes, a los 40 años conoció al capitán Eugenio Agacino, de quien se enamoró perdidamente. La estabilidad de su relación la llevó a crear una prolífica colección de poemas -que aludían al cosmos- y de pinturas de estilo naïf. Lamentablemente, la muerte de Agacino por una intoxicación en alta mar fue un golpe del que Carmen Mondragón jamás se recuperó. Se retiró de la vida pública y optó por la soledad que acarreó una devastadora locura: vivía con decenas de gatos y se la podía encontrar deambulando por la alameda. Deshecha, demente, sucia, obesa, sin un centavo, «cayó para no levantarse jamás».

Carmen Mondragón formó parte de un grupo de talentosas mujeres que durante las décadas de 1920 y 1930 produjeron uno de los períodos más activos y apasionantes del arte en México. Sin embargo, más allá de su trabajo, el legado de Nahui Olin, como recuerda Méndez, yace en su singular biografía. Fue una mujer que siempre gozó y exaltó su sexualidad, plasmándola en sus poemas y pinturas.

Hace 20 años, Tomás Zurián, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Adriana Malvido rescataron su legado, conformado por prosa, poemas, dibujos, cartas a sus amantes y testimonios, a través de los que se conoció su alma erótica y rebelde.

Gerardo Tort, director del filme sobre su vida, la define bien: «Fue una mujer que se atrevió a brincar al vacío». Efectivamente, la pasión fue el motor constante en su vida.

Al final de sus días, enferma, pidió a sus sobrinas que la trasladasen a la recámara donde nació. El 23 de enero de 1978, a los 85 años, Nahui Olin cerró para siempre sus bellos y enormes ojos verdes. Sus restos descansan en el Panteón Español de la Ciudad de México. Toca ahora reivindicar una vida que ha sido aplastada por la pesada piedra del olvido.

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