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eduardo laporte
Sábado, 14 de octubre 2017
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Aún hablamos de «nuevas tecnologías», pero en septiembre del año que viene, el buscador más importante de internet, Google, cumplirá veinte años. Una distancia adecuada para reflexionar sobre su relevancia desde la objetividad y sin prisas (como los ensayos demasiado pegados en el tiempo a fenómenos como las redes sociales o el libro electrónico). ‘Quédate este día y esta noche conmigo’ –versos de ‘Song to myself’, de Walt Whitman– es una novela, aunque a veces su nervio narrativo, reflexivo, recuerde a otros géneros. Pero una novela, a diferencia del ensayo, no busca respuestas taxativas y tampoco las busca Gopegui. Sin embargo, el texto apela a menudo a la parte más racional de nuestro cerebro, como si transitáramos por un ensayo filosófico, exigente en ocasiones. ¿Una novela fría, cerebral? Sí y no. Google lo es. Pero la veterana matemática Olga y el joven Mateo, aspirante a un puesto en la opaca empresa tecnológica, no lo son. En clave de peculiar carta de presentación, toda la novela se presenta como un currículum sui generis que, quizá por vez primera en la historia del capitalismo, muestra una verdadera radiografía humana del solicitante.
– A lo largo de la novela, se interpela a menudo a Google como un ser casi humano. ¿Se puede amar a una máquina? ¿Puede haber incluso un síndrome de Estocolmo?
– Más que una máquina es una empresa… el buscador y otras cosas. ¿Amar a una máquina? Creo que sí; el amor es un fenómeno de la atención, decía Ortega. Otra cosa es que haya una relación de correspondencia con una máquina, pero sí podría darse el caso. Mi relación con Google es de adversidad, aquello que te controla en exceso te produce rechazo.
– ¿Estamos ya en la sociedad orwelliana de ‘1984’ y el Gran Hermano? ¿Ha querido describir ese escenario?
– No, porque la sociedad de la que hablaba Orwell tenía una finalidad política en su control; la de ahora es una finalidad comercial.
– ¿La opacidad de Google es una de las principales señales de alarma?
– Como mínimo es paradójico que si buscas Google en Google haya tan poca información.
– En ‘Acceso no autorizado’ no existía Podemos y tuvo que incluirlo al final para que no quedara extraña su ausencia. Ahora que se ha publicado ‘Quédate este día…’ llegan polémicas sobre el sueldo supuestamente distinto que cobrarían hombres y mujeres en Google… ¿Considera que la actualidad se adelanta a la literatura, dejándola parcialmente obsoleta?
– No me interesan estas rencillas concretas de Google, que vienen a confirmar que el tema está ahí. Hubo un manifiesto interno en el que un trabajador consideraba que las mujeres tenían menos disposición natural para programar y que por tanto la política de cuotas no era buena. Me parece absurdo: una vez que los niños y las niñas crezcan en igualdad de condiciones y puedan plantearse libremente un horizonte no harán falta esas medidas.
Pensar mejor
– Sin embargo, hay estudios que confirman que las mujeres siguen optando por carreras no tan técnicas como los hombres…
– En las series y películas, en los anuncios, ¿cuántas imágenes de ingenieras hay? Tengo una hija adolescente y no te puedes imaginar el tipo de referencias con las que crecen. No se puede hablar de un contexto neutral.
– Entonces, imaginemos una situación neutral, de ciencia-ficción, con 50 hombres y 50 mujeres criados en un entorno puro. ¿No se decantarían por una u otra especialidad?
– Esa situación es imposible… ¿De dónde vienen esas personas, qué han visto, dónde han crecido, qué juegos les han propuesto? En Imaginarium las planchas siguen siendo rosas.
– Su novela hace pensar. ¿Escribe usted para poder pensar más, mejor? ¿Para detenerse a pensar?
– Sí, es una de las ventajas que le veo a la escritura, como escritora, pero también como lectora. No me gustan los libros que me presentan los hechos de manera que no puedo hacer nada, tan solo asentir o callar; me gustan los libros escritos para ser negados, analizados.
– «Es preciso saber más del universo para poder atribuir verdad al intento cotidiano de poner un orden y situar las causas detrás de las consecuencias», leemos en su novela. Nos creemos dioses, pero, ¿y si estuviéramos aún en un estadio muy limitado del conocimiento y viéramos aún la realidad en 2D? ¿Le interesan campos como la física cuántica? ¿Por dónde vendrá la siguiente revolución del saber?
– Por la física cuántica, no. Se le dio mucha importancia, pero ni ha tenido consecuencias relevantes en cómo nos vemos ni tampoco tiene consecuencias a la hora de decidir si estamos o no determinados. No creo que la física cuántica vaya a cambiar nuestros paradigmas filosóficos, pero sí pienso que todavía nos queda mucho por aprender. «Antes de imaginar el bosque hay que imaginar más árboles», parafraseando a Marvin Minsky.
– Su padre (Luis Ruiz de Gopegui, exresponsable de las actividades de la NASA en España) ha publicado muchos libros de divulgación científica y también de ciencia-ficción. ¿Qué relación guarda con él? ¿Le interesa como materia literaria para futuras novelas?
– No… quizá por tenerlo tan cerca. Pero lo que él escribe me ha servido mucho y lo he tenido muy presente en esta novela. Publicó ‘Cibernética de lo humano’ antes de internet y ya planteaba hasta qué punto el cerebro podía ser parecido a un ordenador.
– En la novela hay un acercamiento a la ciencia, pero sin renunciar a lo lírico… Como cuando Olga le pregunta a Mateo «¿puedes contemplar?» ¿De eso se trata, al final de todo, de no perder la capacidad de admirar la belleza?
– Una de las mejores definiciones de la belleza es el homenaje que la vida le rinde a la vida, decía Collingwood. Que haya dolor no debe hacernos olvidar que la vida es un privilegio increíble. Se lucha porque se piensa que la vida vale la pena.
– «Su vida en una ciudad dormitorio cualquiera de un país del sur era tan poderosamente extraordinaria como tú seas capaz de imaginar». ¿Somos víctimas de una idea de la felicidad demasiado inalcanzable?
– A veces escribes frases y no sabes si has sabido transmitir lo que querías contar y me alegra comprobar que sí, que eso era lo que quería expresar.
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