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IBON ZUBIAUR
Viernes, 30 de marzo 2018
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Es triste que haya habido que esperar al siglo XXI para cuestionar la conducta de tantos artistas con las mujeres. La reacción machista habla ahora de «caza de brujas» y «resentimiento», siguiendo la probada táctica de culpabilizar a las víctimas. Mucho más interesante sería analizar caso por caso los balances de abuso y de sumisión, y por qué tantas mujeres prefirieron entregarse a un crápula que contentarse con el rol tradicional que se les reservaba.
Lion Feuchtwanger fue, junto a Erich Maria Remarque y Thomas Mann, uno de los novelistas más exitosos de entre los que debieron abandonar Alemania en 1933. Fue también un sátiro y un depredador sexual, pero tuvo una única esposa que lo acompañó a las duras y a las maduras. Marta Feuchtwanger dio a sus memorias, que publicó ya nonagenaria, el provocativo título de ‘Sólo una mujer’; siempre reivindicó que había sido feliz. La amena biografía de Manfred Flügge (‘Die vier Leben der Marta Feuchtwanger’, Aufbau, Berlín, 2008) las completa y arroja preguntas actuales sobre la emancipación.
«Mi vida empezó el día en que vi por primera vez a Lion», rememora Marta. Fue el 19 de enero de 1910 en Múnich, donde habían nacido ambos. La familia de Marta era razonablemente acomodada, aunque no tanto como los Feuchtwanger, cuyo primogénito gozaba de una pésima reputación; jugador y putero, sólo acumulaba deudas. Su versión del encuentro en su diario es menos galante: «Con Hartmann-Trepka y una tal señorita Löffler, una muchacha judía no muy lista, pero de mucho temperamento. La arrastramos luego a un café y allí fue debidamente besada.» El romance se prolonga entre la disoluta vida de Lion, pero cuando ella queda embarazada no dudan en casarse. Feuchtwanger padre espeta a su consuegro: «Yo jamás le entregaría mi hija al sinvergüenza de Lion».
Marta eligió entregarse libremente. Admiraba el talento de Lion, que en aquella época no permitía adivinar su celebridad posterior.
La complicidad entre ambos debió de forjarse en esos primeros años, después de que Marta diera a luz en Suiza a una niña que apenas sobrevivió dos meses. Desde entonces viajan por la Costa Azul e Italia, muy lejos del lujo que disfrutarán más adelante: han de empeñar hasta sus relojes y anillos de boda (que nunca recuperarán), enferman de tifus en Nápoles, se trasladan a pie por falta de dinero y el poco que ingresan lo dilapidan en el casino. No siempre pierden: cuando Marta vuelve a quedarse embarazada, viaja sola a Mónaco y convierte cinco francos en cincuenta para pagarse el aborto. En el sur de Italia, un calabrés quiere comprarla. Cerca de Roma, Lion está a punto de sucumbir a una instalación eléctrica porque no ha visto el cartel de ‘Peligro’; Marta lo salva a tiempo. Cuando él pregunta qué habría hecho ella de caer él fulminado, le responde: «Tocarla yo también». Se repetirán esa anécdota toda su vida.
Si algo no fue Marta Feuchtwanger es una mosquita muerta. Su porte de deidad egipcia deslumbraba en los salones, y fue una consumada deportista. De niña se peleaba con quienes la llamaban ‘cerda judía’ y ponía en fuga a bandadas de chicos. Presumía de haber sido la mejor gimnasta de Baviera y hasta de Alemania, y lo cierto es que ganó premios en concursos. Nadaba todas las mañanas en el mar; una vez, en el Adriático, la advirtieron de que había tiburones y ella replicó que era más rápida. Su deporte favorito fue siempre el esquí: todos los años se escapaba sola a practicarlo, hasta que el seguro se negó a brindarle cobertura cuando cumplió los setenta. Con ella se había iniciado Leni Riefenstahl, a la que recordaba como muy torpe porque «tenía miedo de caerse». Y según Marta, «una mujer no puede tener miedo de caerse».
El estallido de la guerra mundial los sorprende en Túnez, donde la determinación de Marta logra sacar a Lion del internamiento y ambos pueden huir a Italia. La aventura habrá de repetirse, en circunstancias mucho más dramáticas, durante la segunda guerra, cuando Lion es recluido en un campo francés (su foto tras una alambrada da la vuelta al mundo), con serio riesgo de ser entregado a la Gestapo. La resuelta Marta, internada ella misma, escapa y logra llegar a Marsella, desde donde organiza la fuga de su esposo con ayuda del vicecónsul americano y Varian Fry.
Desde 1926, al menos, el éxito internacional de sus novelas ha hecho de Lion un hombre acaudalado. Marta será su secretaria en la sombra, su intendente, nutricionista, y entrenadora personal, además de brillante anfitriona: con su majestuosa planta morena, se gana el apodo de Reina de la Noche. Es ella quien le ha sugerido a Lion reescribir ‘El judío Süss’ como novela; será siempre la juez decisiva de sus manuscritos. Y su chófer: conduce temerariamente, pero mucho mejor que Lion, que nunca aprendió a frenar.
Pero será en el exilio cuando Marta despliegue todo su talento y se convierta en una figura legendaria. Su mansión en Sanary (de veinte habitaciones) ejerció de epicentro de la emigración alemana: allí aterrizaron los Mann, los Werfel, su gran amigo Brecht. En Los Ángeles, desde 1943, se repetirá el efecto: la diáspora de intelectuales europeos a la costa californiana fue la mayor transferencia de talento desde la caída de Constantinopla.
Lion y Marta Feuchtwanger convivieron nada menos que cuarenta y ocho años (y Marta le sobreviviría otros veintinueve). Ella recalcaría que su relación se basó siempre en la franqueza y en la total libertad para ambos. Sin duda Marta la ejerció de forma más discreta (Lion anotaba en su diario listas de conquistas y cada encuentro sexual, a los que otorgaba notas según una primitiva escala de «soso, normal, agradable»), y supo ser amiga de varias de las amantes de su marido. A otras las detestó, y en general hallaba que todas se le sometían demasiado y que a ella le tocaba hacer de contrapeso crítico, para que él no sucumbiera a su egolatría. Fueron compañeros leales a su manera, que tuvo poco que ver con la exclusividad sexual. Ella no había sido educada para ser autónoma y Lion fue su vocación. En palabras de Flügge, «vivió al sol y no a la sombra de su fama». Murió en 1987, admirada y cumplida, a los 96 años.
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