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Josep Maria Beà. VICENTE ORTEGA
«Me caen más simpáticos los perdedores que los triunfadores»

«Me caen más simpáticos los perdedores que los triunfadores»

El dibujante barcelonés Josep Maria Beà recibirá en Getxo un premio homenaje a su carrera profesional en el ámbito de las viñetas

BORJA CRESPO

Sábado, 28 de octubre 2017

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Conversar con artistas de amplia trayectoria, veteranos en lo suyo, es una auténtica delicia. Josep Maria Beà (Barcelona, 1942), dibujante, escritor, pintor y unas cuantas labores más, certifica esta idea. Su filosofía sobre la vida y el arte ha quedado impresa en varias de sus obras, desde la afamada ‘Historias de la Taberna Galáctica’ a ‘7 vidas’. Durante el Salón del Cómic de Getxo recibirá un premio homenaje a su carrera profesional en el ámbito de las viñetas. En su currículum figura el impulso de la revista ‘Rambla’, además de colaborar para EE UU en los años 70 para cabeceras míticas como ‘Creepy’ o ‘Vampirella’. Formado entre Barcelona y París, cita a Shintaro Kago, Peter Bagge, Daniel Cloves, Chester Brown, Debbie Dreschler, Guy Delisle, Riad Sattouf y Robert Crumb entre sus autores foráneos preferidos. «De la casa no puedo obviar a mis colegas de siempre, Carlos Giménez, Jordi Bernet y Kim, grandes fieras donde las haya», remarca entusiasta. «Y de las nuevas generaciones cito primero a mi querido amigo y casi hijo Jaime Martín, Paco Roca, Juanjo Guarnido, Ana Oncina, Albert Monteys, Natacha Bustos, David Rubín, Pep Brocal, Emma Ríos, Ramón Boldú, Javier Rodríguez y tantos otros a los que pido perdón por no añadir a la lista».

– Ha vuelto a la palestra, se han reeditado de golpe varias de sus obras. ¿Contento?

– Contentísimo. Todos estos trabajos fueron realizados en la década de los 80, una época de desmesura en la historia del cómic español. Los quioscos estaban a reventar de revistas de historieta y los dibujantes no dábamos abasto para llenarlas. En mi caso, siendo editor de la revista mensual ‘Rambla’, llegué a dibujar oculto tras una docena de seudónimos. Hubo momentos de auténtica esquizofrenia en los que no sabía cuál era mi verdadero estilo.

– ¿Qué supone recibir un galardón como el del Salón del Cómic de Getxo?

Un gran honor al poder constatar que el trabajo de tantos años ha llegado al público, ha ejercido su efecto y que todo el esfuerzo ha merecido la pena. Me siento muy honrado y sumamente agradecido.

– Estaba algo desaparecido del mundo del cómic, ¿cansado?

– Percibí que en el mundo del cómic ya había alcanzado todos mis objetivos y había tocado el techo de mis posibilidades como dibujante, por lo que a continuación intuí que todo sería una reiteración, un bucle artístico en lamentable desaceleración. No quise ser espectador de mi propia decadencia y decidí poner fin a mi carrera.

«Procuro llevar a mis amigos al paroxismo mediante la risa. Conseguir algo parecido es glorioso»«En los 80 llegué a dibujar oculto 
tras una docena de seudónimos. Era una esquizofrenia»

– ¿Cómo ve el medio actualmente?

– Procuro estar al día de todo lo que ocurre en el ambiente, leo todas las novelas gráficas que suelen recomendarme y muchas de ellas me parecen extraordinarias. Pero si algo quiero destacar de todos los nuevos trabajos es la libertad gráfica con la que los dibujantes pueden expresarse hoy en día. Por fin, el dibujante ha podido liberarse de la atadura que suponía tener que emplear un inflexible estilo realista como era obligatorio en mi generación.

– Suele estar al día, alimentando un espíritu jovial, explorando nuevas voces. ¿Qué autores de hoy le interesan?

– Todo aquel que consiga transmitirme una buena historia. Que consiga emocionarme de la misma manera en que me emociona la literatura, la pintura o el cine, sin necesidad de hacer grandes ostentaciones gráficas.

– ¿Qué recuerda de la aventura americana? ¿Ha cambiado mucho el mercado?

– Aquello era otra dimensión. No existían los ordenadores ni el vídeo, ni los videojuegos, ni internet, ni tabletas, ni móviles, ni la voraz tele de ahora. Incluso los superhéroes estaban de capa caída. El cómic ocupaba una muy buena porción de la tarta del ocio. Cuando trabajaba para las revistas ‘Creepy’, ‘Eerie’ y ‘Vampirella’, de James Warren, las tiraas era brutales, cubrían todo los EE UU y llegaban al resto de países anglosajones. Sin exagerar, el número de lectores sobrepasaba el millón y medio mensual. Algo así, cuando me ponía a idear un guión y dibujarlo sentía una responsabilidad muy especial, me daba cierto vértigo, y los honorarios también. Pero era un vértigo maravilloso.

– También le atrae la música, ha compuesto las bandas sonoras de alguna de sus obras.

– A mis dieciocho formé parte de un grupo, Los Dálmatas. Hacíamos giras veraniegas por hoteles de la Costa Brava tocando para guiris. Hace unos diez años formé un dúo con mi amigo y gran escritor Sergi Puertas, a base de guitarras, sintes y secuenciadores digitales. Realizamos las bandas sonoras que acompañarían en formato CD los álbumes ‘La esfera cúbica’ y ‘Historias de Taberna Galáctica’.

– ¿Nunca hay que abandonar la experimentación?

– Jamás. No puedo dejar de interesarme por infinidad de cosas y, en muchas ocasiones he intentado profesionalizar mis hobbys: si una actividad me divierte mucho procuro convertirla en algo que pueda rentabilizar como oficio.

Fusión

– Al repasar su trayectoria, la sensación es que se fusionan cómic y arte.

– Durante muchos años, junto a tantos colegas, me dediqué a dibujar intentando emular a los grandes maestros yanquis: Raymond, Robbins, Caniff, Foster, Barry, etc. Era muy difícil evolucionar, nuestro estilo estaba completamente amanerado, pero cuando comencé a descubrir maravillas del mundo de la pintura decidí que, a mi manera, tenía que incorporar todo aquel resplandor en las viñetas de mis historias. Así he procurado hacerlo a lo largo de mi carrera, aunque el cómic también es una forma de arte en sí mismo.

– Con ‘La técnica del cómic’ muchos dibujantes de hoy vieron la luz, ¿es consciente?

– Es algo que siempre me sorprende. Todo empezó casi como una broma. En 1984 había dejado la aventura de la edición de la revista ‘Rambla’ y constituí mi propio sello editorial, Intermagen S.A. No sabía con qué producto empezar a editar y mi amigo el agente Jordi Macabich me llamó por teléfono y me dijo: saca al mercado una colección de fascículos semanales sobre aprendizaje de cómic, que ahora hay mucha afición. Y así lo hice.

–¿Puede citar alguna de sus mayores influencias?

– Max Ernst, Max Brödel, Francis Bacon, Lucien Freud, Hyeronimus Bosch, Andreas Vesalio, ‘El inspector Dan’ de Eugenio Giner, ‘El Capitan Marvel’ de C.C.Beck. ‘Nat el grumete del Santa Cruz’ de Ferdinando Tacconi, todo lo de Alex Toth, Frank Robbins, Dan Barry y Stan Drake, EC Comics...

Chris Claremont, figura de Marvel

Chris Claremont (Londres, 1950) es un nombre clave en la historia del sello Marvel, conocido especialmente por su labor en la serie X-Men. Inició su colaboración con la editorial estadounidense, especializada en el género de superhéroes, con apenas 19 años. Su primer guión fue para una historia corta incluida en un especial anual de ‘Nick Furia’. Tras compaginar la escritura con estudios teatrales entró en la serie ‘Puño de hierro’, junto al ilustrador John Byrne, en 1974. Posteriormente insufló energía a la saga de los mutantes, convertida en jugosa franquicia cinematográfica. ‘Wolverine’ o ‘New X-Men’ son algunas de las cabeceras con su impronta. En 1991 abandonó Marvel y emprendió otros proyectos en empresas como Image, Dark Horse o DC Comics, hasta su regreso en 1998 como director editorial y guionista regular de ‘Los 4 Fantásticos’ y otras publicaciones. En el año 2003 vuelve a ‘Uncanny X-Men’ y ‘X-Men’, y lanza ‘X-Treme X-Men’ junto al dibujante valenciano Salvador Larroca. Ha participado también en ‘Excalibur’, ‘New Excalibur’ y ‘Nightcrawler’, entre otros títulos.

– El humor negro y el surrealismo son indispensables en su trabajo.

– No solamente en mi trabajo sino en mi vida. Opino que nuestra vida no es como debiera ser. Siempre me he sentido algo incómodo en ella y he procurado mantenerme a unos centímetros de la realidad. Y eso lo he conseguido mediante el uso del sentido del humor. Siempre, desde niño, he procurado restar trascendencia a todo, procurado llevar a mis amigos al paroxismo mediante la risa. Conseguir algo semejante es glorioso. Para mí el surrealismo es una vuelta de tuerca del sentido del humor. En la seriedad impuesta no encuentro acomodo.

– Alguna vez ha comentado, «solo quien ama el cómic puede entender sus imágenes». ¿Es lo que más le llena?

– Aparece en el epílogo del libro ‘La técnica del Cómic’ para dejar claro que el cómic lleva impreso en una capa desconocida un metalenguaje cifrado que, sin ser consciente de ello, ha grabado el propio autor y, también sin ser consciente de ello, el lector traduce este mensaje oculto en forma de pulsiones emocionales de alto rango. Hay personas que perciben un mensaje potentísimo leyendo cómic, en ocasiones extático y en otras hasta psicoterapéutico. En la última edición del Salón del Cómic de Barcelona se me acercó un individuo de unos cincuenta años y me dijo que en los ochenta estuvo ingresado en un instituto psiquiátrico y, gracias a la lectura mensual de mi serie ‘Historias de Taberna galáctica’ se salvó del suicidio. Ese hecho es maravilloso y también justifica todo mi trabajo pero, ¿qué explicación tiene algo semejante?

– Ha escrito varios libros, ¿cómo ve su acercamiento a la literatura?

– Ser dibujante de cómic es una manera de vivir que oscila entre la más absoluta inestabilidad laboral y la posibilidad de que, en un momento dado, tus sueños se materialicen y te encuentres a las puertas de Hollywood, aunque esto último se cruza en la vida de uno como tantas veces lo hace el cometa Halley. Pero puede ocurrir y esta espera es adictiva. A finales de ochenta, y en una de estas fases de inestabilidad, se inició el hundimiento de la industria del cómic. De la noche a la mañana, los dibujantes nos que damos sin trabajo. Entonces mi mujer, mi gata y yo decidimos cambiar de aires y nos fuimos a vivir a un apartamento en la playa, frente al mar. Y allí escribí cinco novelas juveniles para editorial Anaya. La cosa marchaba bien hasta que me advirtieron que debía incluir «valores humanos» ya que en los institutos, los profesores se quejaban de que en mis novelas casi vencía el mal. Lo cierto es que, como menciono en ocasiones, me caen más simpáticos los perdedores que los triunfadores.

– ¿Para cuándo ese esperado salto de ‘Historias de taberna galáctica’ al formato audiovisual?

– A punto estuvimos en los 90 de iniciar el rodaje. Se habían realizado guiones, diseños de personajes, de escenarios, storyboards, vestidos, maquetas, se contrató a Carlo di Marchis –Alien, Conan el bárbaro– que construyó varios animatrónics para el capítulo piloto. Se habían implicado productoras extranjeras como RAI y Universal, ¡qué ilusión!, pero de repente, Televisión Española, viendo el berenjenal en el que se había metido, dio marcha atrás y, de la noche a la mañana, todo cayó como un castillo de naipes. Si el mundo del cómic es difícil, el del cine es desolador. Ahora un conocido director español está buscando financiación para levantar de nuevo ‘Historias de taberna galáctica’ en formato de serie televisiva. No cito nombres porque se gafan los proyectos.

Peter Bagge, todo un inconformista

Peter Bagge es un inconformista del noveno arte, fiel exponente –junto a Daniel Clowes, Charles Burns o Chester Brown– de la historieta independiente americana. Sus historietas están protagonizadas por variopintos personajes, seres disparatados, estrambóticos y caricaturescos como Studs Kirby, Girly-Girl o Chuckie-Boy. Una colección de ‘freakies’ de papel que invitan al cachondeo viñeta a viñeta, rizando el rizo del descerebre gráfico. ‘Odio’, con Buddy Bradley & Co. como reyes de la función, es su serie más conocida, de auténtico culto. Bagge (Peekskill, Nueva York, 1960) se matriculó en 1978 en el Colegio de Artes Visuales de Manhattan. Nunca llegó a acabar sus estudios. Sus primeras historietas, publicadas en fanzines, reflexionaban sobre los mejores años del punk neoyorquino, con especial inclinación por los Ramones, detalle que vislumbra la evidente conexión de su obra con los ambientes musicales. A mediados de los ochenta se trasladó a Seattle, sede de Fantagraphics Books, principal responsable de la publicación del grueso de su obra. En el Salón del Cómic de Getxo podremos ver diversas planchas que resumen su agitada y aplaudida trayectoria.

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