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'El Patio', Triana (Gong-Movieplay, 1975)

'El Patio', Triana (Gong-Movieplay, 1975)

No reconocido por crítica y público hasta casi un año después de su publicación, el estreno sonoro de Triana es una de las muestras indiscutibles del rock andaluz, e incluye varias de sus obras maestras

CÉSAR CAMPOY

Miércoles, 11 de enero 2017, 18:34

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En los inicios fue el maestro Sabicas, artífice, indudable, de la internacionalización del flamenco. Con aquel 'Rock encounter', en el cual las guitarras española (la suya) y eléctrica (la de Joe Beck) coqueteaban hasta la extenuación, abrió definitivamente la senda de lo que algunos acabaron definiendo como flamenco-rock y, otros, como rock andaluz. Los coqueteos de este género ancestral con el pop habían venido desarrollándose desde la primera mitad de la década de los 60 del siglo pasado, a través de referentes como el rock instrumental pionero, o casos puntuales como los de Los Brincos ('Flamenco') o Los Cheyenes ('Válgame la Macarena'). A partir de aquí, todo vino rodado en diversas capitales andaluzas (sobre todo, Sevilla), que, a partir de 1967, vivieron una suerte de explosión musical, cargada también de cierto sentimiento reivindicativo de lo propio. Se trataba de fusionar los sonidos internacionales (blues, soul, rock progresivo..., muchos de ellos, de última generación, importados desde las bases norteamericanas en el sur de la península), con otros tradicionales, mamados desde la infancia.

Así surgen referentes del rock andaluz como Gong (otros pioneros), Nuevos Tiempos, Guadalquivir, Alameda, Tartessos, incluso los madrileños Taranto's, y, sobre todo, los Smash de Gualberto García, Julio Matito y Manuel Molina, que, en 1971, bajo la tutela de Alain Milhaud, consiguieron marcarse aquel mítico sencillo compuesto por 'El garrotín' y 'Tangos de Ketama'.

El homenaje a Gong, precisamente, se convertirá en excusa perfecta para que el productor musical Gonzalo García-Pelayo, pieza indiscutible del género, de nombre a uno de los subsellos de la discográfica Movieplay. Y Gong, efectivamente, se convertirá en vehículo desde el cual el rock andaluz acabará conquistando toda España. Uno de sus principales arietes, como el lector adivinará, será Triana, una formación cuyos integrantes, en los orígenes de la banda, ya atesoraban cierta experiencia. El guitarrista Eduardo Rodríguez Rodway había militado en los Flexor's y los mediáticos Los Payos (sí, los de 'María Isabel'); Juan José Palacios Tele, había hecho lo propio en combos como los propios Gong o Gazpacho, y el compositor, teclista y vocalista Jesús de la Rosa había demostrado su buen hacer en aquellos Nuevos Tiempos y Flor y Nata. Los tres acabaron encontrándose en Tabaca, una prometedora formación que, poco a poco, fue diluyéndose hasta que Eduardo, Tele y Jesús, ya solos (aunque los mismísimos Lole y Manuel estuvieron a punto de formar parte del proyecto), decidieron embarcarse en una aventura que cambió la historia de la música española.

En ella, los tres músicos lograron encontrar el cobijo de un García-Pelayo que, como en otros artistas, vio la posibilidad de convertir a Triana en representantes de algo diferente, capaz de innovar en aquella industria musical española que vivía momentos convulsos. El objetivo, no sencillo, parecía claro: aglutinar ese legado brindado por los pioneros, para fusionar flamenco con psicodelia y, sobre todo, rock progresivo.

Bajo esos parámetros, se encierran, desde finales de 1973 a principios de 1974, en los míticos estudios Kirios, Gonzalo, Jesús, Eduardo y Tele, acompañados de Manolo Rosa (al bajo) y Antonio Pérez García (guitarra eléctrica), y, a la mesa de sonido, Pepe Fernández, Juan Vinader, Pepe Loeches y Luis Calleja. Todo un 'dream team' al servicio de una de las colecciones de canciones más sentidas que dio nuestra música en los 70 del siglo XX y, por supuesto, todo un emblema del rock andaluz.

En aquellas pocas semanas, aquella familia echa el resto para poner todo su sentir en un disco marcado (como buena parte de la carrera de Triana) por cierto aire agridulce y cariacontecido; un disco repleto de lucimiento instrumental, de barroquismo, de experimentación (esas pinceladas continuas a base de sintetizador), de atractiva generación textual, y, sobre todo, de pasión, mucha pasión. De los siete temas que lo integran, seis de ellos son composiciones de De la Rosa y, tan sólo uno de ellos (precisamente el único que no es obra suya, sino de Tele y Manuel Molina), 'Todo es de color', tiene una duración de menos de cuatro minutos.

Inicia tan sentido recorrido por las entrañas de Triana una de las obras maestras del grupo, la celebérrima 'Abre la puerta', convertida en símbolo popular del proyecto pese a durar, prácticamente, 10 minutos. Una larga introducción, repleta de matices y variedad de instrumentos, finaliza (o prolonga su vigencia) con un fraseo de Jesús, que acaba dando paso a un estribillo brillante y enérgico en el cual todos los integrantes (repárese en la rítmica de Tele) muestran sus cartas apenas comenzada la aventura. Inacabables solos y transiciones instrumentales se van combinando con una letra evocadora y, por momentos, seductora. Hasta que, una vez alcanzado el minuto seis, retorna una calma engañosa; la misma que va a servir para dejar claras las posibilidades de cada uno de los pilares de Triana: la incuestionable maestría al toque de Eduardo (definitivamente, no nos hallamos ante un impostor que disimula sus limitaciones a base de fusión rockera), la genialidad de Tele a la batería (capaz de inventar y recrear decenas de ritmos, ¡incluso palos flamencos!), y la grandiosa capacidad de De la Rosa para dirigir tamaña avalancha.

A partir de aquí, el nivel apenas bajará el listón. Con 'Luminosa mañana', guitarra y teclados entablan un mágico diálogo que se torna soberbio en ciertos pasajes, mientras que 'Recuerdos de una noche' reivindica con furia el sentimiento andaluz de la criatura. 'Sé de un lugar' abre la cara B de este disco, a partir de una melancolía sonora que atrapa y que, en diversos momentos, a través de desarrollos variados, logra que lo flamenco alcance cotas lisérgicas nunca antes expuestas con tamaña claridad de ideas, y que muestra la mejor versión vocalista de De la Rosa.

Por su parte, 'Diálogo' vuelve a retomar aquel romance vivido entre teclado y guitarra, aunque, en esta ocasión, se ve arropado por una sección rítmica de infarto (las líneas de bajo y batería son para disfrutarlas en solitario). Da paso a otro de los himnos de Triana, 'En el lago', convertido en cima creativa de De la Rosa a partir de un magnetismo particular que surge de un ritmo cautivador, hipnótico, ayudado de infinidad de arreglos y pinceladas que supuran sensibilidad, y cuya frenética recta final acaba desembocando en una dulce sensación que estalla de manera abrupta.

Cierra esta obra magna la breve, pero popular, 'Todo es de color' (clásico, además, también interpretado por Lole y Manuel, uno de sus creadores), una concesión a las raíces. Toda una declaración de principios, tras la marabunta sinfónica a la que acabamos de asistir.

Con llamativa portada de Máximo Moreno, aquel disco, oficialmente llamado 'Triana', pasó a ser conocido como 'El patio' (precisamente, gracias al diseño de portada). Vio la luz el 14 de abril de 1975, y su repercusión fue, prácticamente, ridícula. Varios meses después, y merced al boca a boca, llegaron los laureles que auparon a Triana a lo más alto de la lista de formaciones hispanas más respetadas.

Ese, aunque tardío, indudable éxito alcanzado por 'El patio', de hecho, obligó al trío a seguir demostrando, su maestría, tanto compositiva, como interpretativa. Así, en 1977 y 1979 vieron la luz otras dos magníficas criaturas sonoras, 'Hijos del agobio' y 'Sombra y luz', que convirtieron a Triana en uno de los fenómenos musicales más importantes de la década en España. Precisamente con el inicio del nuevo decenio, el arte primitivo de la formación fue apagándose paulatinamente, aunque todavía fue capaz de fabricar temas con empaque como 'Tu frialdad' o 'Un mal sueño'.

La noche del 13 de octubre de 1983, Jesús de la Rosa sufre un accidente de tráfico a la altura de Burgos. Un día después, tras ser intervenido de urgencia, fallece, y la aventura de Triana, prácticamente, llega a su fin. Tanto Eduardo como Tele siguieron probando suerte en la música, y el segundo, no sin cierta polémica, ideó varias formaciones bajo la mítica marca. Tras su muerte, en 2002, dicha polémica continuó ya que el nombre de Triana siguió siendo utilizado por músicos sin relación con la formación original que, incluso, han llegado a editar algún que otro disco, a años luz de éste que hoy nos ocupa, pieza fundamental de la historia de nuestra música que, sin exagerar, marcó senderos que continuaron, sin ir más lejos, el gran Camarón con aquel 'La leyenda del tiempo'.

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