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Anne Francis es la protagonista de 'Planeta prohibido' (1956).
'Planeta prohibido'

'Planeta prohibido'

Joyas impopulares ·

El director Fred M. Wilcox adapta la fantasía futurista literaria, en la que no faltan los guiños a Julio Verne, a una expedición de astronautas que llega a un planeta gobernado por un expatriado

Guillermo Balbona

Santander

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Jueves, 26 de abril 2018

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Antes de los sofisticados desembarcos en Marte y otras conquistas espaciales en pantalla por parte del lenguaje más efectista y megalómano, digital y sobredimensionado, existió una visualización modesta en medios, imaginativa en recursos y soluciones y enorme en su concepción metafórica y simbólica de la sociedad y las tribulaciones históricas de su tiempo. En este sentido la década de los cincuenta se construyó con una sucesión de películas, entre ellas varias obras maestras y muchas otras fruto de serie B, nada desdeñables, que fueron empapando de un territorio contagioso y empático parábolas, discursos distópicos y horizontes aparentemente lejanos que apuntaban a la guerra fría, a presunciones apocalípticas y miedos primarios.

Títulos en los que cabe la evolución de la humanidad, el miedo al otro a través de la figura del extraterrestre, lo insondable e inabarcable del espacio, las especulaciones futuristas y las crónicas marcianas. La velocidad de la luz, la desaceleración, las pisadas sobre un territorio inasible e ignoto se funden en el arranque de 'Planeta prohibido', uno de esos filmes fundamentales que arrojan luz e ingenio a la hora de adentrarse no ya en un género, la ciencia ficción, sino en explorar nuevas vías.

Cartel promocional de 'Planeta prohibido' (1956).
Cartel promocional de 'Planeta prohibido' (1956).

En apariencia la mirada de Fred M. Wilcox retrata a una expedición de astronautas que llega a un planeta gobernado por un expatriado. El Nautilus, el capitán Nemo, el exilio, el desarraigo, las afueras, los márgenes...son factores que asoman en esta historia que sigue mostrando signos de imaginación desaforada: el protagonismo robótico, los primeros signos de 'computadoras' conectadas con la mente humana; la reinvención de un paisaje y determinados objetos que revelan un intenso imaginario por más que a la retina de hoy todo se antoje anticuado e ingenuo.

Lo cierto es que 'Planeta prohibido', además de esos guiños a Julio Verne y a la fantasía futurista literaria, aderezada por las lecturas políticas y el fantástico metasocial, destaca singularmente por su inspiración en 'La tempestad', de William Shakespeare. La ciencia-ficción de los años cincuenta vivió inmersa en la obsesión comunista, en la caza de brujas, en las primeras apariciones de platillos volantes. En ese clima 'Planeta prohibido' echa mano de un presupuesto generoso y la idea de la adaptación shakespiriana con la traslación de personajes de Próspero y Miranda.

Anne Francis, Leslie Nieisen y Robby the Robot en 'Planeta prohibido' (1956).
Imagen principal - Anne Francis, Leslie Nieisen y Robby the Robot en 'Planeta prohibido' (1956).
Imagen secundaria 1 - Anne Francis, Leslie Nieisen y Robby the Robot en 'Planeta prohibido' (1956).
Imagen secundaria 2 - Anne Francis, Leslie Nieisen y Robby the Robot en 'Planeta prohibido' (1956).

El planeta Altair IV, el comandante y su equipo, el doctor Morbius y su hija construyen un microcosmos en el que intercambian simbolismos sobre el futuro de la civilización, los desafíos, adoraciones y confrontaciones hombre-Dios y la posibilidad de aniquilación y el peligro de extinción. Una mirada a esta película revela profundidad de campo discursiva, planteamientos reflexivos aunque parezcan superficiales, seducción camp y vintage, la estética pulp (ahora renacida con Guillermo del Toro) y señales filosóficas, nunca pretenciosas, antes que cine de acción, en un cruce de caminos que envuelve la aventura.

Fotografiado en Cinemascope, el filme del cineasta que dirigió varias entregas de Lassie y cintas como 'Leila' discurre preso de una atmósfera y un perfume especial gracias al uso original de la música electrónica. El artesano Wilcox logra trazar una inquietante atmósfera, domina y doma los ritmos y consigue impregnar los escenarios de lo que hoy llamaríamos cierta realidad virtual. Contextualizada en el año 2200 la película resultó un éxito comercial al poner de moda al robot Robby y el vestuario (las minifaldas) de la protagonista Anne Francis. El contraste entre una cuidada dirección artistica y los dilemas, discursos y diatribas sobre la revolución tecnológica y un futuro robotizado conforman una atractiva apuesta visual y creativa.

El filme posee y maneja el pulso imaginativo de unas ideas imposibles, donde la acción es sustituida por una sombra de presagios, augurios, colisiones pesudocientíficas y debates. El desasosiego, la amenaza invisible cruzan sus huellas con las de un monstruo que se presiente. Los decorados, el toque kitsch, la cámara subjetiva y los efectos visuales de Disney construyen un universo tan entrañable, a ojos de hoy, como propietario de una textura intransferible.

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