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Brigitte Fossey y Georges Poujouly en 'Juegos prohibidos' (1957).
'Juegos prohibidos'

'Juegos prohibidos'

Joyas impopulares ·

La película de René Clément explora un mundo entre la permanente sombra de la crudeza y el costumbrismo rezumado de encanto

Guillermo Balbona

Santander

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Jueves, 1 de febrero 2018

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Infancia y guerra, niños e iniciación, es una ecuación muy presente en el cine francés y, especialmente, en la nouvelle vague. Mucho antes de 'Adiós, muchachos', la excelente mirada de Louis Malle, la pantalla dio cabida al retrato de amistad de dos niños que cruzaban de manera poética las sombras del horror de la segunda Guerra Mundial.

La muerte como espacio de convivencia familiar y cotidiano recorre la historia que René Clément desliza entre la conmoción y la fascinación. ‘Juegos prohibidos’ se mueve entre fronteras difusas donde el realismo poético, el simbolismo trágico, la línea delgada entre la infancia y la edad adulta están siempre presentes en un gesto, en una mirada, en un silencio.

Oscar a la mejor película extranjera en 1952 y premio en Venecia, el filme discurre en perfecto equilibrio entre el horror y la inocencia sin concesiones ni amaneramientos. Hay sentido y sensibilidad, pulso interno en la delicadeza cuando el morbo muestra sus garras y lo oscuro es zarandeado por la ternura, la comicidad y espontaneidad sin caer en lo dulzón. El cineasta de 'A pleno sol', una de las mejores adaptaciones de la obra de Patricia Highsmith, y '¿Arde París?', una atractiva reconstrucción de la liberación de la capital francesa, siempre apostó de manera personal por la historia de 'Juegos prohibidos' con la mirada de los niños como eje. En un principio se concibió como un tríptico con historias distintas a modo de mediometrajes.

Diversas escenas de 'Juegos prohibidos' (1957) protagonizados por Brigitte Fossey y Georges Poujouly
Imagen principal - Diversas escenas de 'Juegos prohibidos' (1957) protagonizados por Brigitte Fossey y Georges Poujouly
Imagen secundaria 1 - Diversas escenas de 'Juegos prohibidos' (1957) protagonizados por Brigitte Fossey y Georges Poujouly
Imagen secundaria 2 - Diversas escenas de 'Juegos prohibidos' (1957) protagonizados por Brigitte Fossey y Georges Poujouly

Coautor de 'La bella y la bestia', que siempre se atribuye en solitario a Jean Cocteau, Clément se movió habitualmente entre el neorrealismo, como en la película que nos ocupa, y el academicismo.'Juegos prohibidos', exenta de dogmatismo y sentimentalismo (al otro extremo de 'La vida es bella', por ejemplo) tiene en las figuras de Georges Poujouly y Brigitte Fossey, en sus interpretaciones entregadas, uno de sus secretos estéticos y de su humanismo y capacidad para conmover.

Una adaptación de François Boyer

Autenticidad y naturalidad empujan la mirada sobre los acontecimientos, en una suerte de ejercicio de contrastes entre lo que se presupone al ambiente bélico y el refugio poético que construye la pareja protagonista. Clément adapta en realidad una novela de François Boyer, quien dejó su huella en el guión de la cinta. Entre bombardeos y disparos, escenarios de tregua, trincheras líricas y fugas ingenuas de fantasía, el filme escudriña la infancia y explora su lugar en el mundo entre la permanente sombra de la crudeza y lo macabro y ese costumbrismo rezumado de encanto, a veces pleno humor y otras de olvido e inocencia fracturada.

Las confesiones en la iglesia y el intento de robo de la cruz del altar mayor son algunos de los ejemplos de esta aventura infantil en el corazón del caos. Un universo de juegos instalado delante de las narices de la ocupación nazi. La música de la guitarra de Narciso Yepes enmarca la sintonía que se filtra entre emociones y miedos. Un cosmos de naturalismo, poesía de lo cotidiano, curiosidad e indagación encierra a los personajes y sus inquietudes, mientras un juego dominante de espejos-reflejos gana la partida a cada paso: la muerte como hecho adherido a la piel de la vida.

El grillo, el topo, el escarabajo... de la campiña francesa acompañan en el camino a los niños que inventan su drama asequible, familiar, cercano. Un canto antibelicista que nunca da la espalda. Su mirada está desnuda. No hay acento moral ni recreación. Lo diáfano es lo veraz. No hay manipulación emocional porque el cineasta deja que fluyan las emociones, los descubrimientos, la piel dura. La amenaza, lo arrebatador, lo inconsciente, lo dramático.

El mundo tiembla pero la vida se aferra como un náufrago. El coraje de la supervivencia nace de una construcción que los niños edifican para masticar la realidad más dura.

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