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Guillermo Balbona
Jueves, 6 de abril 2017, 21:15
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Imagine que los personajes inadaptados de 'Vidas rebeldes' vuelven a su adolescencia con idéntica atmósfera. Pues esa traslación se transparenta en 'La última película', ('The last picture show'), de Peter Bogdanovich. Una poética crepuscular donde las pérdidas, los derrames, los sueños frustrados invocan un tiempo que dice adiós.
Hay nostalgia, mirada iniciática y un encuentro frontal con la vida siempre filtrada por el cine como lenguaje y como liturgia que expresa un lugar en el mundo, Anarene, esa geografía tejana de ficción. Destierro, ecosistema apátrida, pérdida y afectos conjugan este poema en blanco y negro, naturalista, donde la melodía surge desde dentro, sin música incidental. Outsider del cine norteamericano, Bogdanovich, el cineasta de 'Luna de papel', firma una historia de insatisfacciones, un sueño roto. Entre una sala de cine, espacio simbólico que enmarca cada trayecto vital, un café y un billar discurre este sombrío relato. El autor treinteañero adapta una novela de Larry McMurtry cuya historia, ambientada en la década de los 50, está habitada por adolescentes insatisfechos y aburridos. Los excelentes trabajos de Timothy Bottoms, Jeff Bridges, Cloris Leachman y, sobre todo, de Ben Johnson y Cybill Shepherd, que acabaría vinculada sentimentalmente al director; y la fotografía de Robert Surtess (Ben-Hur) subrayaron la potencia dramática y su verdad narrativa.
Crítico excelso antes que cineasta, apasionado y fervoroso militante en el cine de Howard Hawks, Bogdanovich firma una obra inteligente y sincera cuya emoción aparentemente soterrada, con un latido propio, deja escuchar la atmósfera de las sensaciones de un tiempo a punto de caducar. Juegos de liberación y perversión, tristeza y melancolía, frustraciones e infidelidades... todo es ocaso y nostalgia.
Mientras, la televisión crecía como una amenaza para el cine y el Hollywood clásico vivía sus estertores. En realidad todo el filme del cineasta de '¿Qué me pasa, doctor?' es la historia de una erosión, ilustrada en ese viento que de manera constante se revela como el azote que va desgarrando la herida del tiempo.
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