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Un fotograma del drama carcelario.
La fuerza realista de 'La evasión'

La fuerza realista de 'La evasión'

'Le Trou', de Jacques Becker, es un espejo humano sobre conductas, individualismo y solidaridad. Un ejemplo de virtuosismo sobre una masa de ingredientes artesanales

Guillermo Balbona

Jueves, 23 de marzo 2017, 19:50

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Minuciosa hasta lo enfermizo, habitada por un realismo extrañamente límpido y transparente son muchos los que opinan que 'La evasión' ('Le trou', 1960) de Jacques Becker, es una de las tres mejores películas francesas de la historia. Catalogaciones aparte lo cierto es que nadie ha sido capaz de narrar un drama carcelario con tanta fuerza realista. Una novela de José Giovanni sirvió al cineasta para desplegar toda una lúcida visión de la vida en prisión. Y por supuesto, describió hasta el contorno, el detalle y el tono más rigurosamente sutil la excavación de un túnel que condujera hacia la libertad. Un inocente entre criminales, un bucle de claustrofobia y ansiedad, una complejidad de lo simple y un ejercicio de síntesis y precisión narrativa se aúnan en un filme que fue afrontado con escasos recursos y una claridad apabullante.

'Le Trou' es un espejo humano sobre conductas, individualismo y solidaridad. Un ejemplo de virtuosismo sobre una masa de ingredientes artesanales. Un paisaje trillado, objeto de una iconografía cansina y gastada, que el cineasta renueva con original acercamiento. Becker ha confesado en varias oportunidades que la primera idea para la gestación del guion de 'La evasión', nació en 1947, tras la lectura de una noticia periodística donde se daba cuenta del intento de fuga de cinco reclusos de la prisión de La Santé, en París. El cineasta recortó y archivó la noticia hasta que, en 1957, un año después de salir de prisión, José Giovanni, uno de los cinco participantes en la fuga, escribió 'Le Trou', donde relataba su participación en ella, que publicaría la editorial Gallimard fuera de su Serie Negra.

Es aquí donde se cruzan los caminos de Becker y de Giovanni, un supuesto miembro de la Resistencia francesa que, como revelarían en 1993 dos diarios suizos, era en realidad un antiguo colaboracionista llamado Joseph Darniani. Ignorante de estos antecedentes, Becker compra los derechos de la novela y trabaja durante cerca de un año con Giovanni y con el guionista y director Jean Aurel en la adaptación del texto, que describe con gran precisión las duras condiciones de vida en La Santé más acentuadas en la novela que en la película y la tentativa de fuga. Jean Aurel y Giovanni le acompañaron en el guion, y un estilo casi documental y un grupo de actores poco o nada conocidos, entre los que se encuentra Roland Darbant, uno de los integrantes reales de la fuga.

El cineasta de 'Se escapó la suerte' y 'París, bajos fondos' firmó con 'La evasión' su última película. Los entresijos de una fuga, la disección de su proceso, la idea y su realización conforman el viaje interior que el espectador emprende con los protagonistas en este escenario angosto en busca de la luz. Simbolismo e iluminación, con el apoyo revelador, casi narrativa en sí mismo, de la fotografía de Ghislain Cloquet, otorgan autenticidad y textura a una película que cautiva en progresión y crece en implicación a medida que su metraje se convierte en una enredadera. Para 'Le trou' Becker simplificó, depuró, suprimió y eliminó pasajes de la novela en busca de una mirada esencial donde el espectador no se distraiga ni con actores estrella ni con elementos superfluos ni con factores ajeno al relato. Becker conjuga desde las primeras imágenes el cuidado por los detalles con una pulcra estilización y sobriedad compositiva, a lo Bresson, con una construcción maniática de los decorados.

El propio Becker aseguraba que «en un filme auténtico todo debe ser convicente: el menor elemento sospechoso destruye el valor del conjunto». De ahí que suprima el acompañamiento musical (salvo en la despedida) y conceda valor a los silencios y a los ruidos. Esa tensión de vacíos y atmósfera, de sospecha y temor conjuga un sentido personal del suspense que centra la mirada del espectador. A ello sumó el rodaje en tiempo real de varias secuencias, convertidas en leitmotiv de la película o de la formidable escena de excavación del primer agujero, de cerca de siete minutos de duración y de una gran fisicidad, dominada por el ruido de los golpes, las respiraciones entrecortadas, el esfuerzo físico, el sudor, el miedo...

Individuo y colectividad, integración y traición, devoción y libertad colisionan y se intercambian posiciones en este filme en el que el cineasta plasma su mayor preocupación: la de indagar en las dificultades de integración social del individuo, de casar el deseo individual con la voluntad colectiva. Becker singulariza la traición de uno de los personajes simbólicamente con planos y situaciones que van construyendo la sugerencia de lo que sucederá: diferenciando la posición dentro de los encuadres, jugando con el fuera de campo y con la escala de los planos y escrutando sus pensamientos a través de su rostro, o aislándolo del resto. Protagonistas y aventura, arquitectura formal y estética se alternan con el acierto de casting y la excelente dirección de actores singularizando desde el inicio a cada uno de ellos con una cualidad, habilidad rasgos o calificativo.

El enfoque humanista, el espíritu de equipo y colectivo, la construcción del túnel conforman la comunicación de unos valores independientemente de que la aventura tenga un final feliz o no, triunfen o fracasen en su empeño, porque el elogio del ser humano ha estado presente. Una de las imágenes más simbólicas del filme es por todo ello la de unas manos entrelazadas, encontrándose solidarias, como restos arqueológicos humanos entre las ruinas, tras el derrumbamiento del túnel. La camaradería, la dimensión trágica azarosa, la austeridad, el rigor y la elegancia, la huella de Renoir son la zona maestra que se visibiliza ante el espectador.

El microcosmos de Becker genera una mirada concentrada en el deseo de libertad de los personajes al margen de quiénes son, sus motivos, causas, orígenes. Además su virtud reside en la oposición entre su aparente lentitud y contemplación con la sucesión de hechos que impregnan de movimiento a su corazón: los protagonistas para burlar la vigilancia, los objetos y artilugios que utilizan los arriesgados planos, la descripción de la vida en prisión. Lo ordinario, es decir, la rutina diaria de la cárcel y lo extraordinario, los inventos para burlar a los vigilantes son normas en el cineasta que, a su vez, alterna planos muy fugaces de los protagonistas con los más largos y dilatados, filmados en tiempo real y estirados hasta el límite. La utilización de los silencios, el detalle, la planificación fría, su aire documental conforman la estilizada puesta en escena de este canto épico a la amistad, a la tenacidad, al ingenio, a la sangre fría, el coraje y la solidaridad que se derraman por ese túnel, como en la vida, donde caminamos hacia la luz.

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