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Mel Gibson, durante el rodaje de 'Hasta el último hombre'.
Héroe con principios

Héroe con principios

Mel Gibson estrena 'Hasta el último hombre', una cinta que demuestra la notable mano detrás de la cámara del actor y cineasta

Borja Crespo

Miércoles, 7 de diciembre 2016, 18:09

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Mel Gibson es un artista completo, cinematográficamente hablando, y un completo impresentable para la prensa amarillista (y sus propios seguidores). Gusten o no sus desvaríos etílicos y sus inoportunas declaraciones políticamente incorrectas, que dan para mucha discusión, es de recibo aceptar su notable mano detrás de la cámara y su indudable carisma frente a ella. Ideológicamente nos da más de un susto no sabe quedarse callado como el sutil Eastwood-, pero, improperios y salidas de tono aparte, analizando las virtudes del genio sin que nos nuble la problemática de sus torpes mensajes a pie de barra, desnudándole de su verborrea desatada a horas intempestivas, el protagonista de 'Mad Max' (1979), una distopia renacida que puede quedarse corta ante el futuro que nos espera, es, ante todo y sobre todo, un hombre de principios. Lo de hombre lo lleva a rajatabla, en exceso, con aires de machito sonrojantes, la noche canalla le confunde, pero hoy en día defender los principios y cumplir con nuestro ideario se antoja un disparate, luego hay que aplaudir el tesón de este tozudo australiano que ya demostró en las poderosas imágenes de 'Braveheart' (1995) que el ser humano ha de luchar por sus ideales hasta el fin de sus días.

Como actor, Gibson bordaba en 'Payback' (1999) el rol impertérrito de un sujeto capaz de arrasar con todo con tal de cobrar una ridícula deuda económica. El problema de su enemigo, una entidad criminal, no era obviar el pago de una cantidad de dinero. El error mayúsculo era no cumplir con su palabra. Con el honor no se juega. Maltratado por la prensa sensacionalista, dados sus desafortunados comentarios homófobos y antisemitas, tan demodé, Gibson ha conseguido embaucar a crítica y público con su nueva aventura como director, 'Hasta el último hombre', centrada en la historia real de Desmond Doss, un joven médico militar que participó en la Batalla de Okinawa en la II Guerra Mundial y se convirtió en un héroe sin tocar un arma, siendo el primer objetor de conciencia en la historia estadounidense condecorado con la Medalla de Honor del Congreso. Nuevamente el incombustible Mel, una de las voces más interesantes y cuestionables del momento en Hollywood, se preocupa por la esencia de un individuo que defiende sus principios contra viento y marea, jugándose el pellejo. El resultado casa perfectamente con una filmografía coherente, obsesionada con la redención a través del sufrimiento y, sobre todo, con la figura del héroe, como ocurriese en 'Apocalypto' (2006) y, con diferente estética pero mismo sentido, en 'La pasión de Cristo' (2004), de la que prepara una secuela, por si no quedó claro su discurso reaccionario, tan bien orquestado, mal que nos pese a algunos.

El protagonista de 'Hasta el último hombre', interpretado por Andrew Garfield, rostro del insípido último Spider-Man, muestra un profundo rechazo al conflicto bélico, pero a pesar de ello decide servir como médico al ejército de los EE UU. Se enfrenta a un juicio militar por negarse a coger un rifle, pero su valentía en el frente japonés le permite ganarse el respeto de su batallón. Desmond Doss arriesgó su vida para auxiliar a sus compañeros, convirtiéndose en un símbolo de heroicidad. La palabra coraje iba unida irremediablemente a su gesta. Gibson, que no se colocaba tras la cámara desde 'Apocalypto', firma un filme crudo, con escenas de explícita violencia que retratan la filosofía defendida por Desmond Doss, querer salvar vidas en vez de quitarlas, cuestión abierta a la polémica habiendo pisado la guerra. ¿Puede un pacifista convertirse en un ídolo militar? Queda la cuestión en el aire. Estamos ante una propuesta profundamente antibelicista, agresiva visualmente, que no esquiva escenas salpicadas de sangre y vísceras. A pesar de los escándalos, Gibson se empeña en "hacer un cine que nadie quiere hacer", según sus propias palabras, otro dato a tener en cuenta. En tiempos de blockbusters dedicados al género superheroico, el truhán de la saga de culto nostálgico 'Arma letal', que ya cuenta con serie de televisión actual, prefiere reivindicar a héroes con los pies en el suelo, que se mueven en la vida real, que no lucen capa ni pueden volar. Es una opción, ¿la fe como superpoder? No hay que quitar el méritos artístico a este católico tradicionalista que, acorde a su personalidad contradictoria, orina sobre algún que otro mandamiento tras ponerse hasta arriba de líquidos espirituosos, arrimando lamentablemente la cebolleta como un viejo verde desbocado. Los defensores de su arte deben tomarse su patético comportamiento con ironía. "No tengo más remedio que creer en un poder superior", ha comentado en más de una ocasión, "porque si tengo que confiar en mi mismo para salvarme, estoy perdido". Aunque la líe en su desvelada privacidad, sus películas son dignas de atención, no vayamos a tachar de la historia del cine a maestros como John Ford o Sam Peckinpah.

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