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Un fotograma de 'Mirando hacia atrás con ira'.
La amargura de 'Mirando hacia atrás con ira'

La amargura de 'Mirando hacia atrás con ira'

La claustrofobia, el desgarro y el desasosiego son los ejes de este drama realista de Tony Richardson, que golpea en la entraña de una época en el umbral de los sesenta

Guillermo Balbona

Jueves, 1 de diciembre 2016, 18:52

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En tiempos de eufemismos las palabras deben ser rescatadas, cuando no cuidadas con mimo. La generación de los jóvenes airados, de Tony Richardson a Lindsay Anderson, de 'La soledad del corredor de fondo' a 'If...', era en realidad el emergente grito de un grupo de rebeldes con causa, el 'free cinema', que respondían a un término más definitorio y contundente: iracundos. También desencantados y amargados. En muchos aspectos se adelantaron a la nouvelle vague y, por supuesto, sentaron las bases la mirada social, la cámara en la calle, el retrato generacional, la crítica... de ese cine que acaparó más de dos décadas después la etapa primeriza y fresca del Stephen Frears de 'Mi hermosa lavandería' y 'Abrete de orejas' y, por supuesto, el cine comprometido y militante de Ken Loach que llega hasta su reciente e implacable 'Yo, Daniel Blake'.

Con un fundamento teatral, un cuarteto de actores extraordinarios, desnudez verbal y un tono existencial, desgarrado y sin desfallecer, Richardson firmó 'Mirando hacia atrás con ira', la adaptación de la pieza teatral de John Osborne. Una historia de amor de ida y vuelta, desencanto y furia que tan pronto parece un guiño británico a las obras de Eugene ONeill como el reverso arrebatador de 'Breve encuentro' con ese abrazo final encadenado a una estación de tren que habla de destinos, encrucijadas, vidas cruzadas y trayectos interrumpidos. Un joven Richard Burton, siempre encantadoramente excesivo, abrumadoramente seductor, encarna a Jimmy Porter, ese hombre culto pero rudo que se siente más cómodo en la periferia.

Un inadaptado que pese a su formación se instala entre alcohol y fiereza en un puesto callejero de venta de caramelos. La amargura, la claustrofobia, el desgarro, el desasosiego son los ejes de este drama realista, que golpea en la entraña de una época en el umbral de los sesenta. 'Look back in anger' ('Mirando hacia atrás con ira') cáustica y destructiva del protagonista, interpretado con esa fuerza física e intensidad inherentes a Burton, disecciona los convencionalismo, desnuda las medidas oficiales, pero sobre todo muestra un perfil vital desolador. La obra teatral del bebedor Osborne revolucionó la escena británica. El propio dramaturgo y el director Tony Richardson crearon la productora Woodfall Films que propició la adaptación a la pantalla del drama que retrata a ese atormentado y violento trompetista de jazz que vive en un tugurio con su mujer.

Ansiedad y dureza existencial, vértigo, frustración y fracaso alimentan los pasos del protagonista en un filme duro, desgarrado, que ahonda en las heridas personales y sociales. El mundo se desangra en cada parlamento de Burton en una serie de encuentros y desencuentros catárticos, entre lo siniestro y lo pasional. El matrimonio, la pareja en su hábitat desesperanzado, vive su particular descenso a los infiernos. Es un microcosmos de ilusiones rotas, sueños frustrados y caminos nunca emprendidos. De la radiografía social al naturalismo de ese blanco y negro que parece el retrato ajado de una mirada envenenada. Opera prima de Tony Richardson, cineasta de 'Tom Jones', posee algo de manifiesto y declaración de principios no solo del movimiento del free cinema sino de la nueva ola de cine británico y de la convulsión emocional que en su momento produjo una honda reacción.

Hay un efecto causa marcado por el odio en el interior de un filme con una similar estructura existencial que recuerda a 'Un tranvía llamado deseo' donde el agotamiento, el cansancio y la desorientación cruzan como una tempestad las vidas pequeñas. En ocasiones la realización del filme se muestra sometida al poder de la palabra y solapado por el poder escénico. Pero precisamente la intensidad del lenguaje, las interpretaciones, con Mary Ure y Claire Bloom como sombras femeninas de Burton, y algunas escenas callejeras y salidas de la vivienda iluminan la cinta y añaden elementos simbólicos. Es el caso del paso por una sala de cine de la pareja protagonista donde se escenifica en el patio de butacas y en el exterior la fractura social y generacional de la sociedad británica de su tiempo.

La fuerza, la energía interpretativa compensan el peso de lo discursivo y la gravedad del mensaje se equilibra en una historia de amor/desamor a cuatro bandas entre rechazos, miradas, piropos, fugas y secretos. Su radicalidad, expresada en el tono del discurso y en la agresividad latente del personaje de Burton, reflejan esa intencionalidad persistente: la búsqueda constante de la transformación social y la denuncia de un sistema caduco que merece el cambio obligado. Contestatario y crítico con el mundo que le rodea el veneno empapa la pantalla e inocula su rebeldía y desazón en una historia sin tregua. Los primeros síntomas de racismo, la desigualdad social, la mentira oficial, la marginalidad son elementos que asoman a través de los ojos de Burton. Las diatribas de Jimmy contra la mediocridad de la vida inglesa de clase media, los deseos frustrados, la ansiedad cotidiana colisionan y desprenden un ecosistema que en muchos aspectos sorprende por la actualidad y permanencia de sus constantes vitales. Un grito de raíz teatral que lanza sus esputos sobre el espejo social fragmentado en mil reflejos brutales y descarnados. Un soplo de fuego que busca incendiar la realidad.

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