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Seven con un palillo en la boca

Seven con un palillo en la boca

'Que dios nos perdone' es un brillantísimo thriller ambientado en un Madrid de pesadilla con la visita del Papa y el 15-M como telón de fondo

Oskar Belategui

Jueves, 27 de octubre 2016, 15:52

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Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña obtuvieron un merecido premio al mejor guion en el último Festival de San Sebastián por Que dios nos perdone, un thriller protagonizado por dos policías en busca de un asesino en serie de ancianas en el tórrido verano de 2011, cuando Madrid recibió la visita del Papa mientras seguía el campamento del 15-M en la Puerta del Sol. Su mérito: dibujar unos personajes complejos y humanos, describir una ciudad de pesadilla perfectamente reconocible y capturar la desazón de un país sumido en la corrupción y la desesperanza. Con El hombre de las mil caras y Tarde para la ira en cartelera, no cabe sino concluir que el cine de género vive un momento dorado en España.

Sorogoyen (Madrid, 1981)ya había dado muestras de su talento con Stockholm, que empezaba como una comedia romántica a lo Antes del amanecer chico conoce a chica una noche y se la lleva a casa y en un atractivo giro argumental derivaba en algo más malsano con la sombra del síndrome de Estocolmo del título. Una película sin subvenciones, preventas ni distribución, que reunió los 60.000 euros del presupuesto capitalizando los sueldos de actores y técnicos y contó con las aportaciones de 300 mecenas anónimos en Internet a través del crowdfunding.

Stockholm se proyectó en el Festival de Málaga de 2013, de donde salió con los premios a la mejor dirección, guion y actriz (Aura Garrido). Allí la vio el productor Gerardo Herrero, que llamó al director para preguntarle si tenía algún guion en el cajón. De un filme por el que nadie vio un euro Sorogoyen ha pasado a otro distribuido por una major, Warner, que estará seguro entre las candidatas a los Goya. Una intriga brillante y cañí, que podía definirse en una imagen: Seven con un palillo en la boca.

Que dios nos perdone no cuenta nada que no hayamos visto en otras cintas de policías antitéticos en pos de un psicópata. Pero lo hace tan bien y en un paisaje tan reconocible que no queda sino quitarse el sombrero ante el desparpajo y el oficio de su autor. La película elige como ambientación los días abrasadores y caóticos en los que el 15-M aún coleaba en Sol, mientras Madrid se llenaba de un millón y medio de jóvenes peregrinos llegados de todo el mundo para ver a Benedicto XVI.

Un asesino en serie de ancianas pone en jaque a dos agentes de policía que no pueden ser más diferentes. Antonio de la Torre borda al cerebro de la pareja, un tipo apocado y tímido, fruto de su tartamudez, que se tumba en el suelo en la misma posición de sus víctimas para empaparse de la escena del crimen. El detalle de meterse la punta de la corbata en el pantalón cuando se inclina ante un muerto en la morgue da cuenta del celo con el que el actor malagueño ha abordado su personaje. De la Torre tardó un año en aceptar el papel porque le preocupa que su tartamudez resultara ridícula, solo dijo sí tras trabajar con el responsable de la Federación Española de Tartamudos, contratado por los productores como asesor.

Frente a la vulnerabilidad y paciencia de su personaje se sitúa el de Roberto Álamo, que da vida a su temperamental compañero. Una bestia parda que ha dejado tuerto a otro policía en una pelea y cuyo trabajo pende de un hilo debido a sus arranques de ira. Dos tipos solitarios por distintas razones, uno porque le cuesta relacionarse con las mujeres y otro porque su vida familiar es un desastre. Son muy buenos en su trabajo, cada uno a su manera. Cometen actos deleznables, aunque Sorogoyen no entra a juzgarles. En San Sebastián dio mucho que hablar una agresión sexual del personaje de De la Torre a su vecina. «Nosotros, como cineastas, no juzgamos. Y, además, intentamos no reducirles a una sola palabra o adjetivo», justificaron los guionistas.

Que dios nos perdone acierta a dibujar un Madrid real y al mismo tiempo de pesadilla, el mejor retrato de la ciudad visto en cine desde El día de la Bestia, de Álex de la Iglesia. Si en aquella el apocalipsis era demoníaco, aquí es social. De las putas de la calle Desengaño a las señoras bien en las cafeterías del barrio de Salamanca, el filme muestra una urbe corrupta y malsana, donde el peso de la religión tiene consecuencias macabras. Bares con carajillos y serrín en el suelo, pisos interiores con olor a anciano. «Quería que la trama policial fuera tan importante como los personajes», cuenta Sorogoyen, que se inspira lejanamente en la figura del Mataviejas, un asesino en serie que acabó con la vida de dieciséis ancianas en los años 80.

Que dios nos perdone atesora imágenes crudas pocas veces se ha visto con tanto detalle un cuerpo en una sala de autopsias y resulta políticamente incorrecta en su derroche de testosterona y brutalidad policial. «Muestro el uso de la violencia en la sociedad actual», apunta su director. «Son personajes solitarios que se comportan de manera discutible debido a su soledad». Ambientar la historia durante la visita del Papa tampoco es gratuito. «Yo vivía en la calle Montera (junto a Sol) y ese verano fui testigo de cómo las autoridades políticas no dejaban a los miembros del 15-M acampar en la calle. Había hostias de la Policía constantemente. Sin embargo, se permitió que un millón y medio de personas vinieran a la ciudad por la visita de Ratzinger. ¿Pero no se supone que nuestro Estado es aconfesional? ¿Por qué tenemos que pagar con nuestros impuestos la visita de todos esos religiosos?».

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