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El Valle de Fuego de Nevada es el escenario de 'La balada de Cable Hogue'.
'La balada de Cable Hogue': exploración de una derrota

'La balada de Cable Hogue': exploración de una derrota

Sam Peckinpah muestra antihéroes, caballos amenazados por los primeros automóviles y un Oeste que empieza a desdibujarse en una fábula habitada por símbolos y nostalgias

Guillermo Balbona

Jueves, 21 de julio 2016, 16:19

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Melancólica y pausada, atravesada por una poética de la extrañeza, hay algo nostálgico, desmayado en esta exploración de una derrota y una despedida. Es cierto que lo crepuscular ha etiquetado la aventura de Cable Hogue, abandonado en medio del desierto por sus crueles compañeros, pero este trayecto de hombre con rifle y agua posee más de retrato de derrota y pérdida, de adiós y decadencia, que de encendido ocaso. Es un Peckinpah que muestra antihéroes, caballos amenazados por los primeros automóviles y un Oeste que empieza a desdibujarse en una fábula habitada por símbolos y nostalgias. Desde ese lagarto inicial tiroteado, desbrozado en la arena del desierto, donde la piel dura pasa a ser una imagen perecedera y fugaz, asistimos al relato irregular pero teñido de destellos, con una hermosura intrínseca, de un itinerario reflexivo.

Frente al dominio de la acción que vertebra la mayor parte de la filmografía del cineasta de 'Perros de paja', aquí Jason Robards pone la pausa y la mirada sutil, honda, en un ejercicio de contemplación, no exento de amarga dulzura y de suave ironía. Lastrada por problemas de producción, la balada no obstante posee un latido interior, un ritmo extraño que hace de sus altibajos y de su irregularidad un extraño eco. En el fondo estamos ante la historia de un náufrago inmerso en un escenario varado en el tiempo que presenta señales inquietantes.

Romántico y fatalista western, Peckinpah traza los recovecos de una travesía hacia ninguna parte en la que un perdedor se instala en el espejismo de un oasis en extinción, mientras llega el progreso como un tren de medianoche. Hay poesía y belleza, también desengaño, perdición, amparo y complicidad sustentados en el amor, avatares y la búsqueda de un presente isla frente al futuro cargado de incertidumbres. El primer automóvil llega al oeste y Robards, inmenso, llena la pantalla de humor, nostalgia y poesía.

El cineasta de 'Grupo salvaje', que venía de pegar varios puñetazos en la mesa de la crítica y de la taquilla, opta por detenerse en el tiempo, mostrarse intencionadamente apagado, incluso cansino. El personaje de Jason Robards, inolvidable y obligado en cualquier antología del western (quizás el último gran documento del género hasta su recuperación por el 'Sin perdón' de Eastwood) y la meretriz, encarnada por Stella Stevens, ofrecen un retablo humano en busca de su pasado y de sí mismos a través de un lazo de azares y persecución, desde su primer encuentro en la calle polvorienta envuelto en un diálogo convencional repleto de ironía y sensualidad.

Entre puros quemados y el güisqui, 'La balada de Cable Hogue' "Él fue un hombre que eligió vivir en el desierto, y seguro que en el infierno no hará bastante calor para él" suena a trago seco, a paseo por el amor y la muerte en una ruta lírica, incomprendida en su estreno, que provocó miradas desorientadas y desconcierto. Cable Hogue/ Peckinpah, apela al espíritu de libertad, algo nómada, con el cielo protector y una cierta alegría de vivir que impregna el tono nostálgico de este cuento con buscavidas dentro, falsos predicadores, serpientes, traidores y destinos cruzados.

Exento de ese uso peculiar de la violencia que poseía el director de 'Duelo en la alta sierra' y 'Quiero la cabeza de Alfredo García', este filme hoy un tanto olvidado manifiesta cargas de profundidad eróticas, guiños a un tiempo perdido y miradas errantes. Su renovada estética radica en presentar un microcosmos existencial, un ecosistema especial subrayado por las canciones de Jerry Golsmith y Richard Gillis, todo envuelto en un cadencia poética, entre la empatía y la simpatía, subestimada siempre. El tono de comicidad, la tristeza pegada a muchos de sus fotogramas y la mezcla de patetismo y coreografía de la mirada, retrata el desencanto y la necesidad de cambio, el fracaso y el fatalismo, la venganza y la profundidad reflexiva. La película, rodada en el Valle de Fuego de Nevada, acentúa ese clima de aridez, de paisaje en extinción. Años después John Cale incluyó la canción 'Cable Hogue' en su disco 'Helen of Troy', y Calexico hace quince años publicó la canción 'Ballad of Cable Hogue'. Al ritmo de diligencia, con la pausa del ansia que provoca el agua y ese paréntesis existencial de un paisaje anclado y ensimismado, el filme muestra la colisión entre el lobo estepario y la civilización, entre el reptil de piel dura y la fragilidad y fugacidad del tiempo y sus exigentes cambios. Cineasta maldito, Peckinpah sustituye la cámara lenta que estilizó su violencia por una pausa contemplativa en su superficie que esconde arrebatos de visceralidad frente a un entorno hostil. El proscrito y traicionado personaje encarna el fragmento de un mundo que se desvanece frente a otro oficial. El inadaptado director quizás firmó el poema salvaje de su vida.

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