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Un fotograma de 'Malas tierras'.
Indolencia criminal

Indolencia criminal

Un debutante Terrence Malick logró en 'Malas tierras' una obra maestra sobre dos jóvenes desnortados que dejan un reguero de muertos mientras huyen de sí mismos

Fernando Belzunce

Jueves, 24 de septiembre 2015, 11:52

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Antes de cumplir los treinta años, un peculiar tipo de Texas que había estudiado Filosofía en Harvard y que contaba con una aportación anónima en 'Harry el sucio' debutó en el largometraje con una pieza maestra que le acreditó como cineasta de culto. Terrence Malick no solo consiguió una gran película sobre unos estremecedores crímenes que sacudieron la América de los cincuenta, sino que logró distinguirse de otros directores, presentarse como una de las voces más relevantes del cine norteamericano y crear un lenguaje propio que sería ya reconocible en sus obras posteriores. Empezaba la leyenda de un cineasta que, amparado por el abrumador reconocimiento de la crítica, pudo huir del eco mediático para cultivar, al estilo del escritor J. D. Salinger, una imagen enigmática que ha contribuido a su mitificación por parte de algunos críticos.

Fallecido en 2010 sin haber concedido entrevistas, la influencia del autor de 'El guardián entre el centeno' sobre Malick no está confirmada, dadas las secretas circunstancias, pero su sombra poética y el tono desazonado que irradia su protagonista parecen planear por el metraje de 'Malas tierras'. La cinta, basada en hechos reales, sigue el sangriento rastro que deja una joven y extraña pareja en su huída por las tierras yermas de Dakota. Se trata de un basurero de apenas veinte años (Martin Sheen) y una indolente quinceañera (Sissy Spacek) que le sigue porque no tiene nada mejor que hacer, aunque le atrae que se parezca a James Dean y que sea capaz de quitarle el aburrimiento mientras mata a todo el que se pone por delante en una desquiciada espiral de violencia y sinsentido.

Esta adolescente de perturbadora inocencia, interpretada por una Spacek sensacional, resulta magnética y se revela como el gran misterio del filme. Guía el relato con una voz en off que -en lo que acabaría siendo uno de los sellos del cine de Malick- funciona más como un monólogo que como una herramienta para la narración. Como una exposición de sentimientos que señalan la deshumanización y la pasividad de este personaje que reacciona con indiferencia ante las muertes, incluida la de su propio padre, y que solo parece capaz de mantener conversaciones intrascendentes, ya sea con el patético inadaptado que tiene a su lado o con aquellos que van a morir. Palabras vacías que muestran una devastadora incomunicación y una violencia soterrada.

Imágenes y pensamientos

Filmada con una maravillosa fotografía, otra carta de presentación de Malick, 'Malas tierras' se apoya también en la sorprendente banda sonora de George Alice Tipton, que logra evocar la inocencia y una llamativa nostalgia, quizás por una época, la de los cincuenta, que tanto parece gustar a su director. El filme se deleita en su avance, recreándose en detalles y sin permitir que los asesinatos marquen el ritmo del metraje. Conecta con increíble sensibilidad las imágenes con los pensamientos de sus personajes y con las ideas que quiere transmitir su director, como la pérdida de la infancia -cuando la joven se detiene a observar a unos niños tras la muerte de su padre- o la huída a ninguna parte, escenificada cuando caminan por una vía de tren que no saben a dónde conduce. La soledad de los protagonistas se refleja primero en sus paseos por las calles vacías del pueblo, donde caminan tranquilos por un asfalto sin coches, y se acentúa después al llegar al desierto, con planos de luz crepuscular que dan cuenta de la inmensidad de aquel vacío por el que se mueven los dos jóvenes desnortados. Dos almas en declive y tan inhóspitas como las tierras que pisan.

'Malas tierras', que recibió la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián de 1974, supuso todo un acontecimiento para una generación de creadores norteamericanos. Bruce Springsteen, gran cronista del perdedor americano, se refiere a ella en dos canciones -'Badlands' y 'Nebraska'- y no sorprende que actores de renombre mundial se ofrecieran a trabajar con un cineasta con semejante talento para crear imágenes, capaz de retratar tan bien la brutal desorientación de dos seres que se siguen sintiendo terriblemente solos incluso cuando están juntos. Al igual que 'El guardián entre el centeno', novela curiosamente citada por varios asesinos en serie y que podría haber leído perfectamente el personaje de Martin Sheen si no fuera porque no parece interesado en nada, la cinta es de una hermosa complejidad e introduce algunos conceptos, como la relación de los personajes con la naturaleza, que convierten un segundo visionado en otra fascinante experiencia.

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