Borrar
Un viaje en el tiempo

Un viaje en el tiempo

El Mercado Medieval cumple su vigésima edición vistiendo al Casco Histórico con una mezcla de culturas

Óscar Casado

Domingo, 1 de mayo 2016, 02:19

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Tan solo durante tres días al año, cruzar el puente de Carlos III en dirección al Casco Histórico es algo más que pasar de una orilla a otra del Ebro. Un periodo que coincide con el Mercado Medieval y que transporta a todo aquel que lo hace a otra época, a un tiempo en el que caballeros, artesanos y mercaderes eran los protagonistas. Un viaje en el tiempo que se produce sin máquinas ni puertas, tan solo es fruto de una iniciativa que ya cumple veinte ediciones, y que además sirve para dar vida a un rincón de la ciudad cada vez menos acostumbrado al trasiego de tantas personas.

Un salto temporal en el que se pueden ver profesiones que en estos días ya no son tan comunes o demandadas, pese a haber tenido épocas de mayor esplendor, como por ejemplo, la de cantero. Alejandro Rueda es una de las pocas personas que se dedican a trabajar la piedra en la actualidad. Un oficio sin el que las catedrales, palacios o edificios emblemáticos de otras épocas serían impensables. Ahora, en este tipo de ferias, este leonés trata de enseñar en qué consiste su quehacer diario. «La gente no lo conoce», aclara Alejandro, que confiesa que él tiene la suerte de poder vivir de ello.

Mientras explica todo esto, se afana por concluir un escudo heráldico (para lo que puede dedicar unos cuatro días) y cuenta que él suele trabajar en arenisca floresta, aunque «depende del cliente y de qué material tenga el resto de la casa», manifiesta. Una labor que en estos momentos se basa fundamentalmente en la talla de elementos como los escudos familiares para decorar y en la elaboración de lavabos de piedra.

Al de la cantería le acompañan en esta feria cerca de un centenar de puestos en los que la artesanía es el denominar común. A la piedra se unen multitud de materiales, más o menos habituales, con algunos tan peculiares como los cuernos de los ciervos, gamos o corzos. «De todos los animales que mudan la cornamenta», afirma David Campo, un cántabro que ha encontrado su desarrollo en esta peculiar materia prima, que pese a no ser habituales, está destinada a multitud de artículos, que pueden ir desde una simple navaja a una lámpara, pasando por un anillo. Todo un sinfín de elementos tallados a mano, con materiales comprados en Toledo.

También gastronomía

Pero no todos los puestos se basan en la artesanía. Otro de los puntos fuertes de este Mercado Medieval es la gastronomía. Embutidos, dulces y comida elaborada en la calle compiten por ser los elegidos para saciar el hambre de los asistentes. Antonio Castillo viene desde Aragón con su miel ecológica, con variedades sacadas directamente se sus colmenas. Pero además, forma parte de otro de los alicientes de la feria, como son los talleres infantiles.

En su puesto, se desarrolla el de velas artesanales de cera de abeja. Una actividad que a los niños «les gusta mucho», advierte Antonio. Y es que pese a no ser un proceso como el tradicional, puesto que «hacemos un poco trampas», la actividad fue una de las más demandas por los más pequeños. Para realizarlo, la cera está dispuesta en láminas para calentarlas y poder enrollaras para realizar la forma de la vela. Un proceso que «es como si fuese como jugar con plastilina», señala Antonio.

Público infantil

Al taller de las velas se le unen numerosas actividades para que los niños y niñas que se trasladen al medievo puedan disfrutar de una manera diferente, alejada de las nuevas tecnologías. En este sentido, en las calles de la Parte Vieja se puede desde hacer pan, disfrutar de un rodeo con los ponis ecológicos o subirse en una de las atracciones de tiovivo montadas en la plaza de España. Actividades todas ellas planteadas para hacer que los más pequeños también puedan disfrutar del mercado.

Además, y como no podía faltar en este tipo de ferias, las rapaces son otro de los alicientes para los más jóvenes. Para ello, con un águila Harris como protagonista, los curiosos de la casa y también algunos padres, pudieron comprobar cómo «se tocan, acarician y estimulan los instintos del ave», explica Joan, de Atalaya Duo. Además de este conocimiento del animal, también se realiza un espectáculo que se basa en el comportamiento típico de un depredador, por lo que es fundamental que el animal se aclimate previamente al entorno.

Otro de los puntos a destacar es la mezcla de culturas que se busca emular en estos días. A la zona cristiana se le une una árabe en la plaza Los Cerdos, junto a la iglesia San Juan. En este exótico espacio, la tetaría con las jaimas no podían faltar a la cita, para darle un toque diferente. Al lado, se encuentra el puesto de marroquinería de Natalia Rufín que también se encarga de hacer tatuajes de henna, un tinte natural que se usa para hacer dibujos en el cuerpo. Unos trazos que duran «10 ó 12 días depende de la piel de las personas», esclarece Natalia, que encuentra mayor demanda cuanto mejor tiempo hay.

En cuanto a lo que más pide la gente, advierte que la gran estrella en este mundillo «suelen ser las manos marroquís», afirma esta valenciana, que suele acudir a la zona norte a puntos como Vitoria o Santo Domingo de la Calzada.

Una mezcla y variedad de puestos entre abalorios, collares, pendientes o plantas entre los que en esta vigésima edición se ha colado un elemento en común: el día de la madre. Una coincidencia en el calendario que provoca que en muchos se haga referencia a ello. Un aliciente más para decidirse a cruzar el puente y atreverse a pasar a otra época en la que hay espacio para caballeros, artesanos e incluso animales mitológicos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios