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Emilio José García, Bernabé Gallego y Samuel Castillo, a su llegada a Miranda.
«Hemos vivido dos viajes muy diferentes»

«Hemos vivido dos viajes muy diferentes»

Gallego, Castillo y García llegaron ayer a Miranda procedentes de Nepal, tras 48 horas «muy estresantes» para coger una avioneta

cristina ortiz

Sábado, 2 de mayo 2015, 00:48

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Morenos, sin afeitar salvo Emilio José García que pasó por el barbero en Lukla, aún con ropa de monte y muy sonrientes, aunque deseando descansar. Así llegaron ayer a Miranda, sobre las 15.30 horas y en su propio coche, los tres montañeros que 21 días antes partieron hacia el Himalaya. Una aventura a la ha dado notoriedad el terremoto que el 24 de abril hizo temblar Nepal. Y no por alcanzar la cumbre del Mera Peak, un pico de más de 6.400 metros, si no por la odisea que ha supuesto salir del país para el mirandés Bernabé Gallego y los cántabros, Emilio José García y Samuel Castillo, todos residentes en la ciudad, compañeros de expedición y de trabajo en Garoña.

Tras hacer cima el día 22, iniciaron un descenso hacia Lukla que tres jornadas después tendría el seismo como protagonista. «Nos pilló en un collado, tras haber subido por un barranco. Como estaba lloviendo mucho nos habíamos protegido en una cabaña de madera que, la verdad, tembló bien. Después, a los diez minutos, hubo otra réplica más suave», recordó Gallego.

Pero aunque vivieron el terremoto en primera persona, bajo sus pies, «no fuimos conscientes de la situación hasta que no llamamos a casa». Quizá porque les pilló en «una zona muy despoblada. No había casi habitantes». Aún así algo intuyeron ya que contactaron con sus familias antes de lo acordado. «Las comunicaciones allí son muy malas, por lo que habíamos quedado en hablar cuando llegáramos a Lukla donde sabíamos que había wifi. Pero al día siguiente del terremoto, según bajábamos, empezamos a ver alguna casa derruida, así que decidimos llamar». relató.

Se trataba de avisar de que «nosotros estábamos bien, porque el que está fuera no es consciente de cómo te encuentras. No sabe si te ha afectado el terremoto, te ha pillado una avalancha, en qué punto exacto estás...». A partir de ahí, tras asumir la situación, les tocó planificar la salida. Tras barajar varias opciones, optaron por mantener el plan inicial y dirigirse a Lukla. Punto de salida y llegada de los montañeros que van al Himalaya.

La localidad ha crecido alrededor de una pista de aterrizaje, de unos 450 metros que acaba en la ladera de la montaña y en la que los aviones aprovechan su inclinación tanto para frenar como para coger velocidad en el despegue. Un punto en el que cada vez se congregaban más y más personas. Aunque antes de llegar ya eran conscientes de la situación que iban a encontrar. «La familia nos había advertido que la zona era un cuello de botella por las expediciones que acababan y las que se estaban cancelando. No paraba de llegar gente y eso se convirtió en un caos total. Pasamos 48 horas bastante estresantes», reconoció.

La única manera de salir de allí es por el aire o andando. «No hay carretera y en cada avioneta caben unas 18 personas». Y cuando lo demanda supera con mucho la oferta suele surgir la picaresca. Lo suyo fue cuestión de empeño y de insistencia. «Pasábamos en el aeropuerto las diez horas que estaba abierto. Samuel, que es el que mejor habla inglés, lo ha dado todo, presionando continuamente al que cortaba el bacalao allí para conseguir un hueco», explicó.

Lo consiguieron el miércoles, pero cuando estaban listos para embarcar, «a kilómetro y medio de que aterrizara la avioneta, se echó la niebla y se dio la vuelta». Por fortuna, el jueves amaneció despejado y «continuamente fueron subieron». En una de ellas salieron hacia otra ciudad situada en un punto intermedio, donde ya en aviones para 80 personas llegaron a la terminal de nacional de Katmandú.

Ahí comenzó el verdadero spring. Tenían hora y media para recoger el equipaje, llegar a salidas internacionales, facturar y tomar su vuelo. Apenas tuvieron tiempo de ver la dramática situación que están viviendo allí, salvo por las imágenes a vista de pájaro. «Cuando estábamos aterrizando nos íbamos fijando en los parques, llenos de tiendas de campaña, y en los edificios derruidos».

El vuelo a Madrid, vía Abu Dhabi donde siguen las maletas de García y Castillo, puso fin a una aventura en Nepal con «dos viajes completamente distintos, uno que disfrutas y otro que estás deseando que acabe. No por nosotros, que estábamos bien, si no por la angustia de los que estaban aquí», concluyó Gallego.

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