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A pesar de la reducción en el listado de asistentes, la Batalla volvió a convertirse un año más en la referencia cultura del municipio de Haro con el mundo del vino.
Haro sitúa su Batalla en el buen rollo

Haro sitúa su Batalla en el buen rollo

Los presagios de mal tiempo redujeron la nómina de asistentes pero la contienda volvió a ser un éxito

roberto rivera

Viernes, 30 de junio 2017, 09:00

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Parece evidente. El tiempo se ha convertido, después de los desmanes que causó hace ya veintipico años y sin motivo evidente para ello, en el mejor aliado de la Batalla del Vino. Aunque el personal siga empeñado en mirar desde entonces las previsiones del tiempo para mover ficha (con i) en una fecha (con e) tan señalada para los jarreros y quienes se sientes por San Pedro parte de su ejército, muchos de ellos llegados desde Miranda porque esta cita, que se supone contienda, dejó de ser malinterpretada como tal desde hace años y se ha convertido, como siempre fue, en una celebración y, por ello, en un espacio de encuentro.

Aparcada la leyenda de que por los Riscos de Bilibio se las traían tiesas mirandeses y jarreros por un entorno que, lejos de enfrentar a las dos villas, han compartido a lo largo de los siglos, parece evidente que el siguiente mito a extinguir es el que vincula el escenario a lo que digan los hombres del tiempo.

Para muestra, un botón.

Se presumía, sobre el papel y por evolución científica de isobaras, presiones altas y bajas, y corrientes de aire, que ayer, a primeras horas de la mañana, y consecuentemente a la hora de la Batalla del Vino, por los roquedos de Bilibio deberían caer chuzos de punta, no registrarse más allá de nueve grados de temperatura y quedar el cielo embotado de nubes. Hasta el infinito y más allá.

Pero los hados, que por estos lares llevan por nombre los santorales de San Juan, San Felices, San Pedro y empezamos a pensar que además San Juan del Monte, pensaron que no había razón para semejante castigo y regalaron a la ciudad de Haro un día fresco en el casco urbano del municipio y abierto al azul de los cielos que ayudaban a imaginar una mañana cálida.

El problema es que su decisión, determinante en este caso, llegó a contrapié y buena parte de la romería optó por no probar a experimentos y quedarse en casa.

Así que la Batalla se quedó, en lo que a índice de participación se refiere, por debajo de lo razonable, aunque siempre habrá quien exagere porque vincula calidad con cantidad sin que venga al caso, pero en niveles de excelencia por enésima vez desde que es romería y además Batalla del Vino.

Ayudaron a que volviese a ser un éxito quienes son fieles a la cita, ponga como se ponga el tiempo, y los centenares de súbditos extranjeros que se llegaron desde Australia, especialmente, y otros países del orbe como Escocia, Irlanda, Inglaterra, Alemnia, Japón, Suecia, Francia, Estados Unidos y Holanda, entre otras nacionalidades que fueron confirmadas por los presentes.

También el talante de quienes, en versión reducida, le pusieron buena cara a lo que decían que se nos venía encima y no estuvo, refrendando su condición de fiesta, por encima de cualquier otra consideración que identifica a esta citaen la que el vino brotó a borbotones, reivindicando el enorme peso específico que tiene para la ciudad.

Los pocos osados que se acercaron a los Riscos, y que algunos dirán muchos, sin duda alguna, se enfrascaron en la gresca a baldazos, con sulfatadoras, cubos, pistolas de proyección y, cada día más, botas.

Y salpicaron de guiños el paraje para acercarse a las diez y cuarto, abrir brecha al almuerzo y soportar, entonces sí, la caricia envenenada del regañón. Entonces sí que hizo frío. Pero llegó a destiempo.

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