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LAURA ALZOLA
Miércoles, 17 de julio 2013, 19:02
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A las 20:30 del martes, Mendizorroza se abanicaba. La mitad de los asistentes al primer concierto del Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz de 2013 meneaba los pequeños armazones de tela y varillas mientras que los menos previsores, confiados quizá por los nubarrones que cubrían el cielo fuera, se refrescaban agitando un programa del festival.
El de Iris Stevenson y sus chavales no era un reto menor: levantar a un público acalorado y... vitoriano. La energía desbordante de los estadounidenses, que habían subido al escenario con la clara intención de derribarlo coreografías atronadoras de por medio, contrastaba con la rigidez de quienes pagaban por ocupar un asiento. Menos los abanicos, en 'Mendi' no se movía nada.
Casi una hora de gospel tardó el espíritu del jazz en volver a la trigésima séptima edición del festival. Hicieron falta bailes, saltos, gritos y rezos al 'todopoderoso' para levantar de la silla a cientos de alaveses oxidados tras un otoño lluvioso. Todo el concierto fue un lento despertar. Y el final: apoteósico.
"Ha sido bonito llegar aquí. El edificio es azul y dorado, como mi escuela". Así comenzaba Iris Stevenson el diálogo que mantendría con el público durante todo el concierto. Después de la introducción y ante la atenta e inmóvil mirada de los asistentes, el coro de la profesora trató de hacer pedagogía con varias canciones de "regreso a los orígenes del gospel".
Chapoteo de aplausos
Hacia las 21 horas se oyeron los primeros gritos espontáneos desde las gradas. Los pies, las rodillas y la cabeza de muchos 'jazzeros' parecían unirse al movimiento de los abanicantes, y se comenzaba a escuchar el chapoteo de algunos aplausos descoordinados. El coro había cambiado su túnica azul y dorada por trajes amarillos y vestidos fucsias para las chicas.
Más color, más ritmo y más fuerza. Eso debió ser la estrategia de los chicos de Los Ángeles. Y funcionó. A los cuatro entusiastas del público que bailaban con los brazos en el aire se les unió a ratos prácticamente todo el polideportivo. Primero, tras los melódicos solos del joven saxofonista, después, gracias al baile desbocado de los componentes del coro. Para entonces, el ritmo había invadido todo el cuerpo de los asistentes y nadie se acordaba del abanico.
A las diez de la noche el escenario temblaba y Stevenson, lejos de rendirse, pedía a los técnicos que encendieran todos los focos. ¡Quiero verle la cara a ese público!, gritaba la líder estadounidense. La intención de hacer bailar al polideportivo iba en serio. Saltaba y gritaba por el escenario mientras sus chicos bailaban e imploraban a Dios de la manera menos convencional que uno pueda imaginar por estos lares: moviendo brazos, caderas y piernas como si se fuera a acabar el mundo.
Iris Stevenson abandonó el piano para aporrear un teclado y doblarse sobre él. Las componentes del coro agitaban las melenas como estrellas de rock al son del punteo de una guitarra eléctrica. El público, en pie y rendido al Los Ángeles Crenshaw Gospel Choir, acabó cantando el 'Oh Happy Day' como si nadie advirtiera las gotas de sudor en la frente. Excepto algún soso que pierna sobre pierna, barbilla en mano y rostro compungido no se deshacía de la mirada crítica, Mendizorroza al completo coreó la letra hasta el final, brazos en alto.
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