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Ganó el más listo

Tino Rey

Miércoles, 30 de mayo 2018

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Los análisis en caliente después de una final del Manomanista suelen rayar la mayoría de las veces la frontera de la irregularidad. No son ponderados. A la mente, que suele regurgitar aquellos fogonazos más resplandecientes y aparca otros que jugaron un papel determinante, hay que dejarla enfriarse. El duelo entre Olaizola II y Altuna III, que fue un notable partido, dejó una sedimentación que es conveniente depurar.

Como primera idea hay que decir que ganó el más listo, el pillo, el pícaro, quien mejor visión de juego tuvo, el que mejor achicó los espacios y el más realizador. Con menos chicha no se puede mover la pelota también y con tanta intencionalidad. Fue una máquina de pelotear. Una manera de superar lo insuperable y una irrenunciable fe en la victoria. Con un importante añadido, que su botillero supo guiarle por el escabroso sendero que conduce al cartón 22.

En mi opinión hubo un factor determinante: el material. Hubo unas pelotas que se dejaban acariciar, no atropellaban, y no influyeron para nada en el resultado final. Es un tema que desde hace unos años vengo proclamando desde este foro. Doña Pelota nunca debe ser un elemento distorsionador y manipulador. Los balines, cañones y catapultas son más propias para la guerra que para el frontón.

De una vez para siempre hay que dar rienda suelta al ingenio, talento y creatividad. Jokin Altuna vino a constatarlo este pasado domingo en el frotón Bizkaia de Miribilla. Los «pegapelotazos» que no tienen otro propósito que derruir el frontis a zambombazos sobran en este juego. Esta importante cuestión deben tenerla en cuenta empresarios, federaciones, clubs de pelota, escuelas y todos aquellos que forman a nuestros jovénes: con pelotas vivas y viajeras el recorrido es muy corto.

No soy amante del fútbol. Solo me gusta ver a Messi. Su envergadura es más bien pequeña, pero es un placer verlo desenvolverse sobre el terreno de juego. En un metro de terreno deja sentado a sus marcadores. Es un compendio de habilidades. En el frontón hace falta pelotaris con este mismo talento, que transmitan a la grada esas sensaciones que parecían haber desaparecido. Las dos paredes y la dejada estaban desterradas. Teníamos el alma arrugada. Hay que dar gracias a Altuna III, que nos ha sacado del letargo al que estábamos sometidos. El guipuzcoano ha traído viejos vientos que soplaron antaño por los templos pelotisticos. ¡Ya era hora!

He incidido sobre el material porque en los últimos años se había llegado a un grado de degradación intolerable. En los últimos tiempos ando de la Ceca a la Meca visualizando por los frontones de Euskadi y Navarra, preferentemente, esos partidos en los que se organizan Torneos y Campeonatos para aficionados. He asistido a auténticos atropellos amparados por el cestaño. Algunos dan la impresión que lo que les importa es la victoria a costa de humillar al rival. Y a esta cofradía hay algunos cofrades que le ponen candelas e incienso y son bendecidos por los estamentos deportivos. El lema: la victoria a cualquier precio. Eso no es así. Hacen falta muchos Altuna III en las canchas.

He dejado como epílogo a Olaizola II. El navarro me merece un gran respeto. Además de ser el pelotari más importante del nuevo siglo, ha marcado una época que siempre sera recordada, es un caballero en el frontón. Ni un mal gesto. Un comportamiento ejemplar. Murió como el séptimo de caballería, con las botas puestas.

Y en sus declaraciones ningún tipo de excusa. «El ha jugado mejor que yo». Y punto. El becadero a sus 38 años siempre estará ahí. No tuvo su tarde y tuvo como contrario a un joven con un desparpajo y un saber estar digno de encomio. El nuevo campeón ya ha puesto una pica en el Manomanista. Aún le quedan por conquistar otros nuevos mundos.

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