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‘Celestina’ (1906), de Zuloaga
Las tinieblas de Zuloaga en la Ciudad de la Luz

Las tinieblas de Zuloaga en la Ciudad de la Luz

Una muestra en la Fundación Mapfre de Madrid traza el triunfo del pintor vasco en París con 90 obras entre las que se incluyen las de amigos suyos como Picasso

Iñaki Esteban

Miércoles, 27 de septiembre 2017, 01:50

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Había varias maneras de entender Europa a finales del siglo XIX, bien como una máquina que a toda velocidad rompería en pedazos la tradición y cambiaría la vida por completo, o como una civilización que con sus prisas y productos en serie mataría la espiritualidad de los mayores. Buena parte de las vanguardias se inclinaron hacia la primera versión, baste recordar el cubismo y su representación de la realidad fragmentada y moderna. Pero también hubo un arte, encarnado por los simbolistas, que quisieron conservar aquello que aún quedaba sin dañar por la furia de los inventos tecnológicos.

Ignacio Zuloaga perteneció a los segundos. «Así como su amigo Gauguin se fijó en las campesinas normandas como baluarte de las tradiciones, él lo hizo con los toreros, con las estampas que veía en sus viajes por Castilla y por el sur», explicó Pablo Jiménez-Burillo en la presentación de la muestra ‘Zuloaga en el París de la Belle Époque’, que ayer se inauguró en la Fundación Mapfre de Madrid con más de 90 obras.

Comisario de la exposición junto a Lucía Bozal, quiere alejar al pintor de Eibar de su encasillamiento como pintor oficial de la España negra, como portavoz artístico de la Generación del 98. «Para algunos tiene una fama antipática como español que pinta españoladas. Pero este no era su debate. Nunca se preguntó por la esencia de España ni por sus males. A lo del 98 les vino bien porque vieron en sus cuadros justo lo que querían expresar».

La clave de Zuloaga, del que tan bien hablaron Unamuno y Baroja, hay que buscarla en París. Llegó en 1880 y se encontró con la colonia de artistas españoles -Rusiñol, Nonell, Anglada-Camarasa, Sunyer y un joven Picasso- que había ido a la capital mundial del arte a hacerse un nombre. El asturiano criado en Bilbao Francisco Durrio le consiguió su primera exposición en Montmatre junto a simbolistas como Paul Serusier y a creadores tan populares como Toulouse-Lautrec. Se hizo amigo de Gauguin y conoció a su héroe, Edgar Degas.

1. ‘La condesa de Noailles’ (1913). La aristócrata se indignó cuando se enteró de que Zuloaga se lo había vendido a Ramón de la Sota para para llevarlo a Bilbao. De la Sota lo donó de inmediato al Museo de Bellas Artes. 2 y 3. ‘La celestina’ (1904) de Picasso. Debajo, ‘Retrato de Maurice Barrès’ (1913).
Imagen principal - 1. ‘La condesa de Noailles’ (1913). La aristócrata se indignó cuando se enteró de que Zuloaga se lo había vendido a Ramón de la Sota para para llevarlo a Bilbao. De la Sota lo donó de inmediato al Museo de Bellas Artes. 2 y 3. ‘La celestina’ (1904) de Picasso. Debajo, ‘Retrato de Maurice Barrès’ (1913).
Imagen secundaria 1 - 1. ‘La condesa de Noailles’ (1913). La aristócrata se indignó cuando se enteró de que Zuloaga se lo había vendido a Ramón de la Sota para para llevarlo a Bilbao. De la Sota lo donó de inmediato al Museo de Bellas Artes. 2 y 3. ‘La celestina’ (1904) de Picasso. Debajo, ‘Retrato de Maurice Barrès’ (1913).
Imagen secundaria 2 - 1. ‘La condesa de Noailles’ (1913). La aristócrata se indignó cuando se enteró de que Zuloaga se lo había vendido a Ramón de la Sota para para llevarlo a Bilbao. De la Sota lo donó de inmediato al Museo de Bellas Artes. 2 y 3. ‘La celestina’ (1904) de Picasso. Debajo, ‘Retrato de Maurice Barrès’ (1913).

París le sonrió a Zuloaga. Se casó con Valentina Dethomas, de una adinerada familia de Burdeos, y vendía muy bien. Los burgueses y aristócratas le encargaban retratos, como el de la condesa de Noailles que ha prestado el Bellas Artes de Bilbao a la muestra. También les gustaban las mujeres con vestidos negros, mantillas y peinetas, los toreros y picadores, los bebedores de vino de barba cerrada y caras serias, si no amargadas.

La España romántica de la ‘Carmen’ de Bizet era al fin y al cabo un mito francés y, como reconoció ayer Jiménez-Burillo, el artista estuvo muy cerca de esa sensibilidad. Tanto los románticos como sus herederos los simbolistas compartían esa fascinación por lo primigenio, por lo que se había salvado del ruido de la ciudad. En definitiva, a los franceses de la Belle Époque les encantaba mirar hacia abajo y meterse en el mundo pasional de los sureños.

El ninguneo español

La exposición de la Fundación Mapfre arranca en este punto. En su estilo, cuadros como ‘Víspera de la corrida’ o ‘Doña Rosita Gutiérrez’, también préstamo del Bellas Artes, no tienen comparación. Revelan a un gran artista que gozaba con las tinieblas. Y si tenían un público en la ciudad de la luz y en el extranjero, los españoles se mostraban más cicateros. Le dolía que el primer cuadro hubiera sido rechazado por un jurado para formar parte del pabellón español de la Exposición Universal parisina de 1900 y que luego lo comprara en otra exposición el Estado belga.

En profundidad

  • XIX Zuloaga quiso conservar aquello que aún quedaba sin dañar por los inventos tecnológicos.

  • La exposición El momento cumbre es el cara a cara entre las dos ‘Celestinas’, la de Zuloaga y la de Picasso

  • Mirada romántica La muestra subraya ese gusto por las tinieblas,los nubarrones y los vestidos negros

  • Pablo Jiménez-Burillo «Nunca se preguntó porla esencia de Españani por sus males. No era su debate»

La muestra subraya ese gusto por las tinieblas, los nubarrones y los vestidos negros, pero también hay lienzos más luminosos. Además, el foco se abre para incorporar obras de su círculo de amigos. Tuvo tanta influencia Émile Bernard que este acabó pintando gitanos tocando la guitarra con su hijo bizco pasando el platillo, como recoge la exposición. Y fue tanta su admiración por El Greco, cuando este era un desconocido, que el escritor y diputado tradicionalista Maurice Barrès publicó un estudio sobre el artista del XVI-XVII. Por cierto, la exposición concluye con el retrato de Barrès con Toledo al fondo hecho por Zuloaga: un potente final.

Jiménez-Burillo y Leyre Bozal han incluido dos ‘grecos’, dos ‘goyas’ y un ‘zurbarán’ que compró el pintor vasco para su colección. Pero sin duda el momento cumbre es el cara a cara entre las dos ‘Celestinas’, la de Zuloaga y la de Picasso en su periodo azul. Sólo por esto vale la pena visitar la muestra, a tres euros la entrada. Un regalo.

Los préstamos del Bellas Artes de Bilbao

La condesa de Noailles se indignó al saber que Zuloaga había vendido su retrato a Ramón de la Sota, en 1919, para llevárselo a Bilbao, cuando ella pensaba que su destino natural era París. De la Sota lo donó de inmediato al Bellas Artes y desde entonces es una de sus obras más representativas. Es una de las obras que ha prestado la pinacoteca bilbaína a la Fundación Mapfre para esta muestra. La imponente ‘Doña Rosita Gutiérrez’, un mucho más luminoso retrato del conde de Villamarciel y un último de Adela Quintana Moreno también forman parte de estos préstamos, que se completan con lienzos de Charles Cottet y de Paul Serusier y con una escultura muy especial. Se trata de la bellísima ‘Fuente’ de Paco Durrio, el autor del ‘Monumento a Arriaga’ del estanque del museo.

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