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Las emociones negativas, como la ira o la tristeza, provocan cambios neurohormonales que afectan a la salud.
Todo está en nuestra cabeza

Todo está en nuestra cabeza

El 12% de la población sufre enfermedades psicosomáticas. Los dolores de cabeza, la diarrea, las convulsiones... son reales, pero el origen es psicológico

Yolanda Veiga

Jueves, 14 de abril 2016, 00:57

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Cuando Pauline se marchó del hospital lo hizo caminando. Llevaba semanas sin sufrir convulsiones y aunque solo se despidió moviendo la cabeza, la doctora ya no vio miedo en sus ojos, como la primera vez. En esa primera ocasión la joven había ingresado en el hospital con la pierna hinchada. Le habían hecho todas las pruebas posibles sin hallar la causa y le dieron el alta. Entonces se desmayó. Suzanne O'Sullivan, neuróloga del Hospital Nacional de Neurología y Neurocirugía de Londres, relata su encuentro con Pauline en el libro 'Todo está en tu cabeza. Historias reales de enfermedades imaginarias' (Ariel), sobre las enfermedades psicosomáticas, que afectan al 12% de la población. «Es un nivel altísimo», advierte Jose Antonio Portellano Pérez, doctor en Psicología y especialista en Psicología Clínica. El porcentaje de los correctamente diagnosticados, sin embargo, es mucho menor. «Mucha gente va al médico de cabecera buscando una causa física para explicar su malestar y entonces empieza la 'romería médica': visita al neurólogo, al dermatólogo, al cardiólogo... tratando de buscar una solución 'médica'». No la tiene cuando se trata de enfermedades psicosomáticas, que «son la expresión de los desequilibrios emocionales a través del organismo. Son reales pero no tienen una causa tan obvia como la fractura de una pierna».

Portellano afirma que los seres humanos somos «seres psicosomáticos». Que la mente y el cuerpo no son dos entidades separadas, sino que forman una unidad con límites difíciles de establecer: «¿Dónde se puede cortar con un bisturí para separar ambas realidades? El cerebro se comunica con el resto del cuerpo a través del sistema nervioso y del sistema endocrino, fundamentalmente. Cuando una persona manifiesta emociones positivas y se siente feliz se producen modificaciones neurohormonales en el cerebro, con aumento de determinadas sustancias como las endorfinas. En consecuencia, se produce un estado de mayor bienestar psicofísico que mejora el rendimiento en el trabajo, facilita el sueño y potencia la capacidad de aprendizaje. Por el contrario, las emociones negativas, como la ira o la tristeza, también provocan cambios neurohormonales que afectan a la salud, incrementando los niveles de cortisol, disminuyendo los niveles de serotonina o provocando inmunosupresión». El estrés, la ansiedad, la depresión o la mala gestión de experiencias vitales negativas como un desahucio, una ruptura sentimental o una situación de acoso laboral «se viven, se sienten y se padecen aunque sean menos visibles que un esguince».

¿Cómo se manifiestan?

Las enfermedades psicosomáticas son la expresión de desajustes emocionales que se expresan a través del cuerpo provocando numerosos síntomas como cefalea, síndrome de intestino irritable, contracturas, hipertensión... Las cefaleas son el síntoma más habitual, pero si una persona acude al neurólogo con dolores de cabeza de origen psicosomático, es muy probable que el especialista no encuentre una causa visible. Otros síntomas como las molestias digestivas o la diarrea son relativamente frecuentes, aunque no existan problemas objetivos en la dieta o en el aparato digestivo. Otras personas sufren bruxismo, vértigos, dermatitis... Y síntomas más severos, como los que la doctora O'Sullivan relata en su libro.

Como el caso de Pauline. Había sido una adolescente deportista y brillante en los estudios, pero en el curso previo a la selectividad empezó a sentirse cansada y «le dolía todo». El médico le diagnosticó infección del tracto urinario y le recetó antibióticos durante tres meses. Siguió la quemazón y le introdujeron una cámara por la vejiga que no detectó nada anormal. Cuando se le hincharon las piernas tuvo que dejar de jugar al baloncesto, le costaba caminar, engordó muchísimo, cayó en una depresión. Luego dejó de comer, se le retiró la menstruación y se le empezó a caer el pelo. «El dolor en las articulaciones era tan fuerte que cuando no había nadie para ayudarla tenía que ir a gatas al lavabo», relata Suzanne O'Sullivan, que la trató cuando Pauline había cumplido los 27 y llevaba doce años de consulta en consulta, experimentando con tratamientos que nunca resultaban y tomando siete medicamentos al día. En una ocasión le suministraron morfina y le operaron de emergencia de una apendicitis aguda que no tenía. «Se despertó de la anestesia llorando porque el dolor no había desaparecido. Dos días después el cirujano informó de que el diagnóstico había sido erróneo». ¿Quizá una úlcera? No. ¿Estreñimiento crónico? Tampoco. En unos meses estaba en silla de ruedas y necesitaba ayudarse de un pequeño tuvo de caucho para vaciar la vejiga.

El último episodio fueron convulsiones frecuentes aunque los médicos descartaron la epilepsia y acabó en la consulta de la doctora O'Sullivan. «Lo que voy a decir es muy difícil de entender. El patrón del electroencefalograma de Pauline es normal y solo hay un motivo por el que una persona pueda quedar inconsciente mientras sus ondas cerebrales siguen siendo normales. Y es una pérdida de consciencia provocada por una causa psicológica y no por una enfermedad cerebral física». El diagnóstico no fue bien acogido por Pauline y su familia, su madre y su novio Mark: «Cree que todo está en mi cabeza», le reprochó la paciente. «No, Pauline, tus convulsiones son reales, pero se originan en el inconsciente en lugar de estar ocasionadas por una enfermedad cerebral. El cuerpo produce síntomas físicos en respuesta a aflicciones emocionales, pero nos hemos acostumbrado y pasan desapercibidos. Si me pongo nerviosa, me tiemblan las manos, si me asusto se me acelera el corazón. Son respuestas físicas a la angustia y en algunas personas pueden ser más contundentes. Un modo extremo en el que el cuerpo puede responder a la tristeza, por ejemplo, es causar desmayos y convulsiones. Se llaman convulsiones disociativas, el síntoma físico reemplaza al malestar emocional de modo que si, por ejemplo, existe un recuerdo o una emoción demasiado dolorosa, esa emoción se convierte en una incapacidad física a modo de mecanismo de protección». Más negación: «Lo reduce todo a que estoy loca». «No, estas convulsiones son el modo que tu cuerpo tiene de decirte que algo no funciona. Creo que tienen cura y que un psiquiatra podría ayudarte a entenderlo».

Accedió a ir a terapia y relató que a los 9 años sufrió un trastorno alimenticio, en la época en la que una disputa había dividido a la familia de su padre y perdió el contacto con sus abuelos y tíos paternos. A los 12 sus padres se divorciaron y Pauline volvió a dejar de comer. «Tenía ante mí a una muchacha que había perdido a una rama de su familia y ahora la enfermedad la vinculaba estrechamente con quienes seguían formando parte de ella. Ví a una joven que solo conocía un modo de hacerse escuchar».

En el libro la autora relata otros casos extremos. Como el de Matthew, que empezó a sentir unos pinchazos en el pie y se convenció de que sufría esclerosis múltiple, aunque dio negativo en todas las pruebas. «Tenía dos hermanos y los tres habían prosperado, pero Matthew no creía haber estado nunca a la altura». O el de Shaun, que sufría violentas convulsiones que fueron tratadas con medicamentos antiepilépticos pese a no tener epilepsia. Acabó tratándole un psiquiatra, al que contó que un año antes de empezar con los ataques Shaun, que trabajaba de profesor, había sido acusado por un alumno de pegarle. Él defendió su inocencia pero fue suspendido de empleo y «vivió tres meses de humillación y de calvario», hasta que el alumno confesó que se había inventado aquella historia. «Shaun afirmaba que aquello era agua pasada. No era capaz de aceptar cuánto le afectó aquella acusación». Así que nunca aceptó aquel diagnóstico.

En otras ocasiones no hay una negación, simplemente «algunas personas manifiestan mayor vulnerabilidad emocional y tienen mayor predisposición a presentar enfermedades psicomáticas aunque no sepan cuál es la causa de su problema», advierte José Antonio Portellano, también profesor titular en la Facultad de Psicología de la Complutense de Madrid. Y recuerda el caso de una mujer que acudió a consulta con «un cuadro de dermatitis crónica, de etiología desconocida». «Había visitado a varios dermatólogos de Andalucía. Aunque aparentemente no existía ninguna causa que pudiera estar en el origen de su problema, manifestaba una personalidad ansiosa, insomnio crónico, temperamento irascible, baja tolerancia a la frustración y niveles de estrés muy acentuados». Había seguido diversos tratamientos farmacológicos para su dermatitis sin éxito. «Mediante la aplicación de técnicas cognitivo-conductuales experimentó una mejoría muy significativa en seis meses», recuerda el experto, que asegura que «actividades como la relajación, el yoga o la meditación también pueden ayudar».

Tanto si se ha localizado el origen del problema como si no. «Pongamos el caso de alguien que sufre acoso en el trabajo. En caso extremo debería dejar el empleo pero esto no siempre se puede hacer, y no siempre se tiene identificada la causa. En esos casos hay que modificar esquemas mentales y pautas de conducta mediante tratamiento psicológico que le permita afrontar el estrés. Una persona que sufra una cefalea intensa, aunque sea de origen psicosomático, va a manifestar una vasoconstricción arterial, que puede ser tratada mediante técnicas psicológicas, pese a que nunca adivinemos qué causó el dolor de cabeza».

¿En qué medida la relajación o el yoga 'curan'?

Muchas veces la persona va a sentir mejoría y no se trata de una sensación subjetiva, sino real, ya que la información que llega al cerebro está actuando sobre las mismas áreas cerebrales que procesan la ansiedad, que son las mismas donde actúan los ansiolíticos.

El especialista habla incluso de herramientas muy asequibles, al alcance de cualquier persona, como la actividad física. «Nos podemos imaginar que en Bilbao, como en cualquier otra gran ciudad, hay muchas personas con manifestaciones depresivo-ansiosas. Si se pudiera establecer un plan de actividad diaria, por ejemplo, media hora de ejercicio físico, es muy probable que disminuyesen las manifestaciones de ansiedad y depresión en buena medida. Al mismo tiempo que mejoraría el sentimiento de bienestar y la calidad del sueño, entre otras cosas». Otra propuesta: «que se incorporen psicólogos en los servicios de Atención Primaria en los Centros de Salud, como han hecho en Reino Unido». Y Portellano aporta otro dato: «se acepta que al menos uno de cada cuatro pacientes que acuden al médico de cabecera tiene alteraciones psicosomáticas».

 

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