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Muchos docentes sostienen que las posibilidades de aprobar en septiembre las asignaturas suspendidas son escasas.
A recuperar el verano

A recuperar el verano

Cada vez más comunidades adelantan los exámenes de septiembre a junio. Los alumnos tienen menos tiempo para estudiar, pero lo hacen con la materia fresca y apoyo de sus profesores. «Los suspensos hipotecan el verano de las familias»

inés gallastegui

Sábado, 24 de junio 2017, 02:25

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En Sevilla, Francisco y su familia están en vilo. Llevan varias semanas conteniendo el aliento, con los planes de vacaciones en el aire hasta conocer las notas de su hijo Alberto. «Si suspende varias, tenemos agosto hipotecado», sentencia el padre de este alumno de 4º de ESO. En la otra punta del país, en San Sebastián, Laura está tranquila. Sabe que, en cualquier caso, el verano de sus hijas estará despejado a primeros de julio: hace un par de años Lucía, en 1º de ESO, suspendió inglés. Ya tenían planeada una semana de vacaciones en Canarias y contrataron una hora diaria de clase a una nativa. A finales de junio aprobó la recuperación, para alivio de toda la familia.

Como la mayoría de los estudiantes de Secundaria en España, los andaluces que no aprueban el curso tienen los exámenes extraordinarios a finales del verano, cumpliendo la eterna advertencia de los maestros: «Si no estudias, vas a septiembre». Pero cada vez más comunidades autónomas vacían de sentido esa vieja maldición al adelantar esa convocatoria a junio. Empezó hace más de una década el País Vasco y le siguieron la Comunidad Valenciana y Navarra. Algunas adoptaron la medida solo en la ESO, como Cantabria, y otras en Bachillerato, caso de La Rioja y Canarias. A partir del curso próximo lo harán Madrid y Castilla-León.

¿Qué ventajas tiene adelantar los exámenes de septiembre a junio? Para respaldar su decisión, el Gobierno de Cristina Cifuentes recuerda que en 2016 el 67% de los alumnos de FP de grado medio, el 58% de Bachillerato y el 49% de ESO no lograron aprobar ni una de las asignaturas que tenían pendientes. Los expertos no lo ven tan sencillo, porque hay argumentos para todos los gustos. «No hay estudios que lo respalden», zanja José Luis San Fabián, catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Oviedo.

Regiones como Extremadura y Aragón adelantaron las pruebas y después dieron marcha atrás. Y la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (CEAPA), que antes abogaba por el adelanto, ya no lo tiene tan claro. Hace unos años, la organización de las familias de la educación pública alegaba que las recuperaciones de comienzos de verano permiten a los alumnos disfrutar de unos meses libres de obligaciones; despejan sus opciones de matriculación para el curso siguiente; y garantizan la igualdad de oportunidades, independientemente de la capacidad económica de sus padres para costear academias o profesores particulares: en junio los estudiantes pueden prepararse en sus centros, con sus profesores y con la materia aún fresca. Sin embargo, la recién elegida presidenta de CEAPA, Leticia Cardenal, confiesa que aún no tiene una posición fijada. «Lo analizaremos estos días», se disculpa.

Las matemáticas no engañan: allí donde la convocatoria extraordinaria se celebra en junio, los estudiantes de ESO apenas disponen de una semana para estudiar una o varias materias y los de Bachillerato, que acaban las clases a primeros de mes, de tres. Les pilla más entrenados para superar los cates, pero es menos tiempo que los dos meses largos que transcurren hasta primeros de septiembre.

«Llevamos un tiempo pidiendo al Gobierno vasco que la convocatoria extraordinaria, sobre todo en ESO, se celebre en los primeros días de julio», admite Uxue Arrazola, responsable de Bachillerato del colegio Ekintza de San Sebastián, que pese a todo defiende el adelanto. Este centro privado, que tiene las dos mejores notas de selectividad de Gipuzkoa de este año, se esfuerza por que la mayor parte de su alumnado apruebe en los exámenes ordinarios, con recuperaciones a lo largo de todo el curso y globales al final. «Es cierto que los que tienen muchas asignaturas pendientes no pueden hacer gran cosa», admite.

Alberto Arriazu, director del IES Navarro Villoslada de Pamplona y presidente de la Federación de Asociaciones de Directivos de Centros Educativos Públicos, expresa su escepticismo sobre las pruebas tras el verano: «¿Llevas nueve meses de clase sin aprobar y vas a conseguirlo tú solo en dos?». A su juicio, en junio las posibilidades de éxito son mayores. «En estos siete días de junio, si les ayudan en clases de recuperación, les resuelven dudas y les corrigen los mismos profesores que les han impartido clase todo el año (muchos interinos cambian de centro en vacaciones), los alumnos a los que no les faltaba mucho para aprobar tendrán mejores resultados, estoy casi seguro», subraya.

Mientras, los que sí han aprobado pueden ir al instituto a realizar otro tipo de actividades o irse de vacaciones. «En Navarra, donde se ha implantado por primera vez este curso, ha generado cierta polémica, porque son días lectivos. Pero siempre hablamos de mérito y esfuerzo, y esta es una forma de premiar a los que estudian».

Para Arriazu, el descanso estival es importante para iniciar el nuevo curso con garantías. Y no todo es relax, defiende; también enseñan las vivencias. «Los jóvenes pueden irse al extranjero, apuntarse a un campamento, trabajar para aprender a ganarse la vida, hacer voluntariado o vivir en el campo, en un pueblo, donde también se aprende mucho», apunta.

Mucha pantalla, pocos libros

José Luis San Fabián resalta que hay muchos factores a considerar. Unos, educativos: «Hay estudiantes meticulosos y esforzados que se proponen recuperar y lo hacen en cualquier circunstancia, en junio o en septiembre». Pero la mayoría necesita apoyo. «La principal ventaja de la convocatoria de junio es que se responsabiliza de ese apoyo al sistema, y no se delega en las familias». Y ahí entran los factores sociales. Es más probable que los chavales de entornos menos favorecidos tengan que trabajar en verano para ayudar a sus padres o que pasen «muchas horas de calle o delante de una pantalla», pero no estudiando. El porcentaje de no presentados en septiembre es altísimo.

Junio aporta ventajas organizativas. Para los centros, es más sencillo diseñar sus plantillas sabiendo con cuántos alumnos contarán el otoño siguiente en cada nivel. Y terminar las evaluaciones antes de verano les permite iniciar el curso antes, en la primera o segunda semana de septiembre.

La decisión de algunas regiones de suprimir las pruebas de finales de verano tiene su origen en el Plan Bolonia. Al unificar el espacio de la educación superior, forzó a reajustar los calendarios de niveles inferiores. Para los expertos, resulta difícil de entender que alumnos de 2º de Bachillerato que logran aprobar en septiembre empiecen a buscar plaza cuando muchas universidades ya llevan una quincena con las aulas abiertas.

Y tampoco hay que olvidar la geografía, apunta el pedagogo. El adelanto puede tener sentido en el norte, pero es dudoso que funcione en Andalucía, donde la última ola de calor obligó a Educación a ofrecer a los alumnos quedarse en casa la última semana lectiva.

A Francisco, el padre de Sevilla, aún le entran sudores al recordar que el año pasado su hijo suspendió una asignatura entera y dos parciales. Ya habían alquilado un apartamento en la playa, así que toda la familia se sometió durante dos semanas a un severo régimen de estudio digno de un opositor. Por la mañana, la madre, ingeniera, le ayudaba con las Matemáticas, la Física y la Química; por la tarde, él, licenciado en Derecho, se ocupaba de Lengua y Literatura. Como respiro, dos horas de deportes náuticos. «Fue un sacrificio enorme, para él y para nosotros, pero aprobó todo», subraya.

El profesor San Fabián cree que este debate no tendría sentido si la evaluación educativa fuese «continua y cualitativa», en lugar de basarse solo en los resultados de un test. Lo mismo piensa Laura, la madre donostiarra. «No es alentador que los niños tengan que recuperar, en julio o en septiembre, a base de estudiar por sus propios medios o con el apoyo de padres, profesores o academias, lo que los colegios, con todo su despliegue de medios, no han logrado durante un curso entero», reflexiona.

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