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La fiebre del oro verde

La fiebre del oro verde

Jóvenes españoles viajan de jornaleros a California al reclamo de la cosecha de marihuana. Los salarios son altos, pero están ya amenazados por el exceso de mano de obra

J. mikel fonseca

Lunes, 12 de junio 2017, 01:07

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Con un salario promedio de 10.000 dólares al mes, un ambiente laboral «distendido» y la posibilidad de «fumar cannabis mientras se trabaja», la cosecha de la marihuana en California lleva tiempo siendo la gallina de los huevos de oro para muchos jornaleros estivales. Pero no es oro todo lo que reluce, aunque esté recubierto de resina. La avalancha de trabajadores inmigrantes está precipitando el agotamiento del negocio del cannabis. Un puñado de temporeros narran a este periódico sus experiencias.

Tristán

«La jornada es muy dura y muy repetitiva»

Este joven francés ha hecho de la cosecha de marihuana su profesión principal. Es un trimmer, como se les denomina en Estados Unidos. Desde hace años, pasa los veranos enteros trabajando «de sol a sol» en distintas granjas. Las condiciones varían de plantación en plantación, al igual que el salario -«depende de la variedad, de la calidad y de la granja», puntualiza-, pero la mecánica es similar en todas. Los trimmers, algunos con la boca y la nariz cubiertas por una mascarilla, arrancan los cogollos de las ramas, los seleccionan uno a uno y los guardan en una bolsa con su nombre, para luego podar las hojas y dejarlos «bonitos» para su venta.

Al final de la jornada, «muy dura y muy repetitiva», se pesa la bolsa y se paga, a razón de unos 200 dólares el pound (casi medio kilo). Este sistema favorece la competitividad, tan arraigada en la personalidad norteamericana. Eso sí, con límites. «El cherrypicking, es decir, coger solo las ramas que tengan cogollos grandes, está prohibidísimo. Si te pillan haciéndolo, a la calle», advierte.

La ley de la 'yerba'

  • Legal en 28 estados de EE UU

  • El 9 de noviembre de 2016, al mismo tiempo que Donald Trump se convertía en el 45º inquilino de la Casa Blanca, cuatro estados -Florida, Montana, Dakota del Norte y Arkansas- votaban la legalización de la marihuana para uso médico, y otros cinco -California, Nevada, Arizona, Massachusetts y Maine- llamaban también a las urnas para decidir sobre su completa despenalización. Solo Arizona dijo no, así que el recuento deja al país con 28 de sus estados permitiendo de alguna forma el consumo de marihuana. Los ojos se ponen ahora sobre California, que ocupa la décima posición en el ranking mundial de economías, por encima de México, y donde la maría genera un negocio estimado de 7.000 millones de dólares. A principios del próximo año entrará en vigor una ley que pretende regular concienzudamente su producción, distribución y consumo con 20 tipos distintos de licencias.

  • Ilegal, pero descriminalizada

  • Jamaica y Holanda han sido desde siempre paraísos del cannabis, a los que recientemente se les han unido Uruguay y Sudáfrica. En muchos otros países, como España, Portugal y casi toda Sudamérica, la planta es ilegal pero está descriminalizada -ojo al matiz- de una forma u otra. Aquí, el cultivo está permitido siempre y cuando no sea para fines delictivos -como especifica el artículo 36.18 de la Ley de Seguridad Ciudadana- y existen asociaciones que aprovechan este estatus. Barcelona se ha ganado el apodo de la Ámsterdam del Mediterráneo por sus más de 200 clubes de porros, una cifra similar a la de la capital holandesa.

Las plantaciones de cannabis son completamente legales en California, principalmente para uso medicinal desde que se despenalizase su consumo, en 1996, «aunque se mueve mucha yerba de contrabando a Texas, donde les encanta fumar pero sigue siendo ilegal», explica Tristán. Para la cosecha, se recurre habitualmente a jornaleros extranjeros, los trimmigrants, que desempeñan la tarea de forma ilícita. Los preferidos suelen ser españoles y mexicanos. «Saben que trabajamos duro porque en nuestros países es difícil ganar un buen dinero, y no creen que vayamos a robarles la cosecha porque luego no tendríamos dónde venderla». Los capataces y cargos intermedios de la plantación, los que «patrullan con una Magnum calibre 44 en mano», esos sí son siempre «americanos y de confianza». «Los jefes están muy paranoicos por si viene una inspección, o por si alguien intenta robarles. Realmente lo entiendo, porque están metiendo a unos desconocidos en su casa, donde tienen sus ahorros y el fruto de su trabajo durante todo el año».

Eduardo

«Tener un contacto #es imprescindible»

«Mi caso es particular, atípico», advierte desde un principio Eduardo, de Granada. El verano pasado, buscaba trabajo. Tenía intención de ir a Francia a la vendimia, pero en el último momento recordó una conversación que mantuvo hace años con un amigo que ya había ido a cosechar marihuana, y se lanzó a la aventura. Tuvo suerte. «Una amiga mía ya había estado en una granja genial», y le pasó el contacto, «algo imprescindible» para poder trabajar. «Nos contrataron a seis personas una semana, para ver qué tal nos desempeñábamos». Al séptimo día, les pagaron «unos 1.000 euros» y les despidieron. Eduardo pensó que ahí acababa su aventura, pero enseguida le llamaron y, al siguiente lunes, cuatro de ellos volvieron a la granja. «En medio de la nada», a las afuera de la civilización, en lo que se conoce como el Triángulo verde, una enorme plantación de marihuana de 26.600 kilómetros cuadrados al norte de California.

Cada parcela, con un máximo legal de 100 plantas cada una, es gestionada por un agricultor. La experiencia es muy distinta según dónde se caiga. «En la nuestra había muy buen rollo, el jefe montaba una fiestecita una vez cada dos semanas, y el encargado era el típico hippie californiano sesentón». Los patronos «valoran a la gente que no para de trabajar. Y como vieron que curraba bien, me ofrecieron hacer otras tareas por horas, como regar o poner trampas para las ratas. No suele ser muy común que lo ofrezcan a extranjeros, y se paga a 20 dólares la hora».

Ana

«Es como el McDonalds #de la marihuana»

Ir a California para cosechar maría es tradición en el pueblo madrileño de donde procede esta joven. La mayoría de sus amigos llevan desde hace siete años acudiendo religiosamente a la llamada verde; uno de ellos, incluso, se ha quedado a vivir ahí y quiere abrir su propia plantación. «Esto no es un rollo hippie -sostiene Ana-, es el sueño americano puro y duro. Es como el McDonalds de la marihuana». Ella conoce tanto las plantaciones industriales como las granjas más pequeñas, pero se queda con las segundas. «Hay mejor ambiente de trabajo y lo eco-friendly se paga mejor», aprecia. En su caso, estuvo empleada en una granja exclusivamente para mujeres. Supuestamente, explica, «tenemos una mayor conexión con la planta».

Aunque sus experiencias «siempre han sido buenas», ha escuchado casos que no lo son tanto. «Hay gente a la que después de un mes trabajando le han echado sin pagarle ni un dólar, o que les han tenido explotados en condiciones inhumanas». Y también al revés, trimmers que «se han aprovechado de la buena fe de los granjeros para robarles media cosecha». Capítulo aparte merecen para Ana las «cuadrillas de chinos, que son un poco secta, porque solo se relacionan entre sí. Están para trabajar a tope, igual quince horas seguidas, cuando hay riesgo de que la cosecha entera se eche a perder si no se recoge rápido».

Hace tres años, se pagaba por la libra de maría hasta 300 dólares. El año pasado, a 200. Ana vticina que el próximo serán 100 o 150 a lo sumo. Aún así, los considera «beneficios excepcionales». «Depende de la cosecha y cuánto trabajes, pero puedes sacarte de 4.000 a 18.000 dólares en un mes». El pago puede hacerse al día, a la semana, o al mes, según la plantación. «El momento más tenso se vive cuando vas a coger el avión de vuelta -comenta-, porque llevas todo el dinero encima y temes que los nervios te delaten. La Policía puede notar algo raro y si te registran te la pueden liar. Como los ladrones, que están al acecho de jornaleros que terminan de trabajar en las granjas para atracarles». Ella acostumbra a enviar el dinero periódicamente a casa mediante agencias financieras. Una vez superado ese trance, Ana explica que «no hay mayor problema para pasar el dinero por la frontera».

José Antonio

«Estuve durante un mes vagando casi sin dinero»

De chiripa. Así encontró José Antonio la granja en la que estuvo trabajando un mes. Él se fue a la aventura y sin contactos. «Estuve durante un montón de días vagando de pueblo en pueblo, casi sin dinero y durmiendo a la intemperie». Son las consecuencias del efecto llamada. Cada vez más jóvenes apuestan por esta forma rápida de hacer dinero, lo que está provocando un «aumento desmedido de la oferta» de trabajadores frente a la demanda. «Yo casi tiro la toalla, pero, por suerte, me encontré con un mexicano que tenía su propia granja y pude acabar allí». José Antonio también ha conocido a gente que parte rumbo a California «con el pretexto de dedicarse a la cosecha y al final acaba de fiesta en fiesta».

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