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Dos delfines saltan ante su cuidadora en el Oceanario de Valencia.
Pobre delfín

Pobre delfín

España es el mayor parque acuático de cetáceos de Europa. Sus espectáculos se cuestionan cada vez más. «Los usan de payasetes para hacer negocio, son máquinas de hacer dinero»

Antonio Corbillón

Lunes, 22 de mayo 2017, 02:23

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En España los delfines nadan a contracorriente. Este simpático mamífero acuático recorre en libertad unos 150 kilómetros diarios. Algo que no está al alcance de los poco más de cien ejemplares que viven encerrados en las piscinas de los 12 parques acuáticos que convierten a España en el reino de los zoológicos marinos de toda Europa.

Y que se concentran en Canarias. En noviembre pasado llegaron desde Alemania en un avión convertido en megapiscina a Rancho Texas Park (Lanzarote) cuatro delfines de nariz de botella nacidos y criados en cautividad. Esta instalación ha sido la última en abrir sus puertas en un sector a medio camino entre el negocio y la ciencia marina. Pero en el que se impone el espectáculo, con estos enormes mamíferos saltando del agua o haciendo piruetas. Y en el que España va al contrario que Europa. «Si hay un lugar en el que no tiene sentido abrir zoos acuáticos es en Canarias, el lugar con mayor diversidad cetácea en sus aguas abiertas», explica el presidente de la Sociedad para el Estudio de los Cetáceos en el Archipiélago Canario, Vidal Martín.

Este mes de mayo, Francia dio una vuelta de tuerca hacia el cierre de las tres instalaciones que siguen abiertas en el país (alguna gestionada por multinacionales españolas). Después de España era el segundo delfinario del continente. Pero un decreto de su Ministerio de Medio Ambiente prohíbe la cría en cautividad y la compra de nuevos animales y exige mejoras en sus condiciones de vida. En Reino Unido llegó a haber 30 centros pero el último cerró en 1993. Diez años después, la Unión Europea prohibió importar cetáceos cazados en libertad. Alemania, Noruega, Finlandia y Suiza han vetado nuevas instalaciones.

En España el único paso en este sentido lo ha dado el Ayuntamiento de Barcelona. Su alcaldesa, Ada Colau, anunció hace unos meses el cierre del área cetácea de su Zoo. Además de la creciente presión de colectivos animalistas contrarios, al Ayuntamiento le pareció insostenible gastarse más de 10 millones de euros para renovar los tanques en los que viven sus seis delfines. Ahora estudian a qué santuario del Mediterráneo los enviarán antes de acabar 2018.

La vía Barcelona, como ya la llaman estas organizaciones, ha balizado la ruta a seguir en la batalla de colectivos como SOS Delfines. «Estos zoos acuáticos se han multiplicado como parte del enfoque turístico para completar la oferta de sol y playa. Pero no aportan nada a la conservación de las especies y, a este paso, acabaremos teniendo tantos delfinarios como playas», advierte el portavoz de la campaña, Alberto Díez.

Su colega la bióloga de la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (FAADA) Andrea Torres denuncia que la ley de Zoos en España «es muy laxa y no habla de la libertad del animal sino de la seguridad». Además, desmonta los argumentos turísticos en la misma línea que el zoólogo canario Vidal Martín: «¿Para qué queremos ver a un delfín bailando si lo podemos ver al aire libre?». De hecho, el turismo de avistamiento en las aguas del archipiélago ya es una industria creciente.

No solo en las aguas del Atlántico. Las orcas conviven en el Estrecho de Gibraltar con los pescadores de atún. En el puerto de Valencia y otras áreas del mare nostrum no es difícil ver también delfines en libertad.

Seres enloquecidos

A la creciente mala imagen que proyecta cualquier espectáculo con animales amaestrados, se añade la particular naturaleza de estos gigantes del mar. «Verlos en cautividad es impactante -lamenta el director del Bottlenose Dolphin Research Institute (Instituto de Investigación del Delfin Nariz de Botella), Bruno Díaz. Este biólogo marino, que ha publicado más de 50 artículos científicos sobre su comportamiento, insiste en que «su complejo sistema sensorial y alta complejidad comunicativa hace que la cautividad les provoque problemas psicológicos».

Desde la patronal de estos acuarios niegan estos aspectos y los consideran «simples prejuicios utilizados para llevar a cabo campañas de acoso contra los zoológicos», argumenta el vicepresidente de la Asociación Ibérica de Zoos y Acuarios (AIZA), Javier Almunia. Responsable de Loro Parque de Tenerife, un clásico del sector con más de un millón de visitas anuales (35 euros la entrada, más de 400 empleos directos), Almunia insiste en que «la evidencia científica demuestra que los delfines en los zoológicos viven más que en el mar».

No hay indicios de que la regulación legal en España se ponga tan dura como en el resto de Europa aunque, a diferencia de los empresarios, ambientalistas y científicos coinciden en que «hay que empezar a plantearse, sin estridencias pero con plazos, que esto tendrá a medio plazo los días contados», resume Alberto Díaz. Pero el atractivo económico en un país como España juega un gran peso. Recién abierto, Rancho Texas Park Lanzarote espera que sus ocho delfines mular o cuello de botella le permitan alcanzar el cuarto de millón de tickets al año (25 euros cada uno).

La ley exige a los propietarios de estos centros la elaboración de planes científicos y el desarrollo de campañas educativas para permitirles la exhibición de los especímenes. Pero casi nadie los cumple. Un estudio del Comité para la Conservación de Ballenas y Delfines (en cautividad) concluyó que «los delfinarios en la UE no cumplen los requisitos biológicos». Su director ejecutivo, Chris Butler-Stround, se queja de que estos espacios «se desarrollan principalmente como empresas comerciales en las que los delfines y ballenas son simples activos comerciales». Otros van más lejos. «Son máquinas de hacer dinero. Les convierten en payasetes para divertir al personal y enriquecer al empresario», endurece el argumento el biólogo Vidal Martín.

En una Europa cada vez más cerrada a espectáculos animales, más de 300 cetáceos se exhiben en sus 33 parques para asombro del visitante. No faltan las orcas, marsopas y belugas. Más de la mitad están en manos de empresas españolas, que han sabido crecer en una Europa que ha bajado los precios ante un futuro dudoso.

Ninguna de estas especies sufre riesgo de extinción, por lo que el debate sobre su uso es ambiental y moral. «Nadie duda de que la conservación debe ser in situ. Mantener una especie enjaulada ¿qué sentido tiene? Los mamíferos marinos solo son felices en sus ecosistemas», concluye Andrea Torres.

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