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Víctimas de la fiesta

Víctimas de la fiesta

Atlantic City es la última ciudad en prohibir la suelta de globos. Algunos son biodegradables, pero los animales los confunden con comida y mueren. Y derrochan helio, un gas escaso y valioso

inés gallastegui

Sábado, 25 de febrero 2017, 01:41

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Son los invitados que nunca pueden faltar en una fiesta. Los niños los adoran. Ligeros, coloridos, alegres y con una irresistible atracción por la libertad. Cuando uno ve un montón de globos elevarse hacia el cielo, no puede evitar una mirada soñadora. ¿A dónde irán? Es bonito imaginar que siguen subiendo hasta llegar a las estrellas, que se convierten en testigos de lo humano en los confines del universo. Bonito, puede, pero más falso que un billete del Monopoly. La realidad es mucho más cruda: una vez que explotan o se desinflan -y siempre lo hacen-, caen al mar o a la tierra, donde quizá acaben asfixiando a una tortuga marina, enredando las alas de un ave o bloqueando el sistema digestivo de un rumiante. Es una condena a muerte; a menudo, una agónica muerte por inanición. Si ningún pobre animal tiene la mala suerte de cruzarse en su camino, simplemente se convertirán en restos de goma de colores chillones que afearán las playas o el campo. Y para colmo, representan un desperdicio de un gas precioso y escaso, el helio, con innumerables aplicaciones médicas y científicas. «Los globos no son biodegradables. Sirven para un instante, pero la contaminación dura años», afirma la ONG Balloons Blow, con sede en Florida. «A diario hacemos cosas que contaminan mucho más», replica el empresario del sector Sergio Barroso, propietario de Giramón y de www.tiendadeglobos.com, en Barcelona.

Las hermanas Danielle y Chelsea llevaban toda su vida limpiando junto a sus padres playas de Florida los fines de semana cuando advirtieron que el plástico en general y los globos en particular estaban cada vez más presentes entre los desperdicios. Eran playas paradisiacas y poco frecuentadas, así que toda la basura la traía el mar. «Nos metimos en internet y vimos que la única información disponible era la propaganda de la industria del sector», lamentan. En 2011 crearon BalloonsBlow.org. En su web recopilan información científica y fotografías sobre el impacto de los globos en animales marinos, terrestres y aéreos de distintos lugares del mundo que les envían sus seguidores.

Ceremonias sin globos

En Estados Unidos y Australia la lista de estados y ciudades que prohíben o limitan las sueltas de globos no para de aumentar. La última, Atlantic City, tramita una norma que prevé multas de 500 dólares para los infractores. En Europa crece la conciencia. El Ayuntamiento de Ámsterdam escuchó a los grupos ecologistas cuando, en abril de 2013, suspendió la liberación de 150.000 globos naranjas en honor del nuevo rey, Guillermo Alejandro. La Marine Conservation Society, tras descubrir que su presencia se había triplicado en las playas británicas en la última década, puso en marcha su campaña 'Don't Let Go!'. Varios condados y el Gobierno de Gales ya se han sumado a la iniciativa. Y el año pasado, por primera vez en un cuarto de siglo, Gibraltar celebró su día nacional sin la tradicional 'nube' rojiblanca en el cielo.

En España esta preocupación parece un eco lejano. «Es un tema superimportante, pero en protección animal hay tantos frentes que no tenemos tiempo para hacer una campaña específica», admite Giovanna Constantini, portavoz de la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales (FAADA). Lo mismo ocurre con Greenpeace y WWF: concienciar sobre botellas y bolsas de plástico es prioritario porque son más numerosas y persistentes en el paisaje.

Lo cierto es que los globos son tendencia. Lo confirma Sergio Barroso: en los últimos años han florecido empresas que ofrecen estos espectáculos aéreos para rematar bodas, bautizos, comuniones, cumpleaños, eventos corporativos, inauguraciones, lanzamiento de productos, pruebas deportivas, celebración de días internacionales o fiestas patronales. En América se estilan mucho también en honras fúnebres y memoriales.

«A veces somos nosotros los que le aconsejamos al cliente que, si puede, tire 100 en vez de 200», explica el representante de Giramón, que se confiesa socio de Greenpeace y asegura que la suelta de globos no representa más de un 10% de su facturación; el resto lo ingresan por venta de globos y helio, organización y decoración de eventos.

También recuerda que en Estados Unidos, donde esta práctica tiene muchos años, los científicos minimizan los daños medioambientales del látex biodegradable. Las investigaciones dan una de cal y otra de arena: en 2012 el profesor Stephan Irwin, de la Universidad de Clemson (Carolina del Sur), dio de comer trocitos de este material a un grupo de codornices japonesas, galápagos de Florida y peces gato durante cuatro semanas. Aunque las tortugas tendían a acumular la goma en el organismo, ninguno de ellos sufrió daños significativos. Pero el mismo investigador reconoce que el 80% de los globos no revientan, sino que se desinflan y caen casi íntegros.

Una fiesta en el estómago

Los pedazos grandes sí pueden hacer daño a la fauna. Las tortugas marinas son especialmente vulnerables porque se alimentan de medusas, lo más parecido que hay en la naturaleza. «Llegó una con globos de cuatro colores diferentes en su estómago: había allí una fiesta completa», explica a un diario de Sidney Libby Hall, veterinaria del hospital del Zoo Taronga. «Hay restos de globos en una de cada 20 aves marinas que examino», apostilla la bióloga Jenn Laver, del Instituto de Estudios Antárticos de Tasmania.

Y no hace falta irse tan lejos; ocurre también en los prados europeos. Un granjero de Kent (Reino Unido) consiguió una compensación de 889 libras en 2011 por la muerte de un ternero que se había tragado un globo liberado a 80 kilómetros: debió de tomar sus adornos de cintas por pasto. En el hilo que sobresalía de la boca del animal aún colgaba una etiqueta con el nombre de la escuela responsable de la suelta, que celebraba una fiesta en apoyo de una ONG. A los padres de los alumnos les habían asegurado que los globos eran «tan biodegradables como una hoja de roble».

La industria asegura que el látex natural se descompone al 100%. Tal afirmación tiene sus matices. Según diversos estudios, este material tarda unos 6 meses en degradarse en el mar y 2 o 3 en contacto con el aire. Un silbido, si se compara con los 500 años que perdura una botella de plástico, pero demasiado para un animal que lo confunde con comida.

Y muchos globos no llegan solos. Algunos tienen luz interior. Hace tres años el Ayuntamiento de Oviedo lanzó al cielo 1.500 esferas luminosas para celebrar la Noche Blanca: así distribuyeron por un amplio perímetro las lámparas led y las pilas que incorporaban. Una curiosa forma de 'reciclar' 4.500 piezas de esas baterías altamente contaminantes.

Otros incluyen válvulas de plástico, cuerdas y lacitos -una trampa para las aves- o incorporan aditivos que los hacen más resistentes. Los globos de moda entre los niños, habitualmente impresos en tejido plástico no flexible y metalizado (Mylar o tereftalato de polietileno), no son biodegradables y, en cambio, conducen la corriente, por lo que han originado accidentes y apagones al entrar en contacto con líneas eléctricas. También hay dudas sobre la seguridad de los farolillos chinos, una especie de linternas de papel o seda con una vela en su interior.

¿Hay que celebrar ensuciando? La FAADA aconseja hacer «un uso responsable» de los globos: inflarlos con aire normal y sujetarlos con varillas rígidas si queremos que se mantengan altos, decorar con los alargados que permiten hacer figuras y, en caso de emplear helio, atarlos con cintas de algodón, no de plástico, y usarlos en zonas interiores. «Si te encuentras los restos de un globo publicitario en una playa o un lugar remoto, reenvíalos a la empresa sugiriéndole que utilice otros métodos de promoción», recomienda.

Tengamos la fiesta en paz.

¿Por qué no soltar 1,5 millones de globos al cielo?

¿Por qué? Porque para algo hubo un 27 de septiembre de 1986 en Cleveland, Ohio. Aquel día, la institución benéfica United Way había organizado la suelta de un millón y medio de globos de colores para batir el récord del mundo y recaudar fondos para sus fines sociales. Los niños vendían bonos de patrocinio a un dólar. Una empresa de Los Ángeles había tardado seis meses en preparar concienzudamente el evento.

Los globos hinchados por 2.500 voluntarios estaban retenidos en una red del tamaño de un edificio de tres pisos en una plaza de la ciudad. Como se anunciaba tormenta, los organizadores decidieron adelantar la liberación a las 13.50. El espectáculo fue impresionante... y fugaz. En medio de tanta emoción, las esferas se encontraron con un frente de aire frío y lluvia y se desplomaron a tierra. Kilómetros a la redonda quedaron sembrados de ellos. Llegaron a Canadá. Hubo accidentes de tráfico y se tardó semanas en recoger los restos.

Dos pescadores que se habían perdido en el Lago Erie no pudieron ser rescatados. Guardacostas y helicópteros no podían atravesar la nube multicolor y en el lago flotaban por miles círculos del tamaño de cabezas humanas. Los cadáveres fueron hallados días después.

El Balloonfest'86 no solo no recaudó fondos, sino que terminó en números rojos. Tanto United Way como el Ayuntamiento de Cleveland tuvieron que afrontar demandas millonarias por daños.

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