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Dos sanguijuelas chupan la sangre de una paciente en una sesión de terapia en una clínica de Moscú.
El regreso de las sanguijuelas

El regreso de las sanguijuelas

Son auténticas «boticas ambulantes» por sus virtudes terapéuticas. La medicina redescubre un tratamiento que vivió su esplendor en tiempos de Napoleón. «A mí me salvaron los dedos», dice un paciente

BORJA OLAIZOLA

Viernes, 20 de enero 2017, 02:52

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¿Sanguijuelas? El cirujano Mario Mateos está acostumbrado a que algunos de sus pacientes den un respingo cuando les pone al corriente de los pormenores del tratamiento que van a recibir. Mateos trabaja en el área de cirugía maxilofacial del hospital Joan XXIII de Tarragona, un servicio que ha sido pionero en la reintroducción de las sanguijuelas en la medicina española. «Hace un par de décadas descubrimos que cirujanos plásticos franceses habían empezado a utilizarlas con éxito en injertos y decidimos probarlas». Aunque al principio tuvieron que enfrentarse a los recelos de la dirección y de algunos de sus colegas, el excelente resultado de los ensayos despejó el camino y sentó las bases del uso de la hirudoterapia (de hirudo, nombre científico del animal) en el centro.

Las sanguijuelas, llamadas también anélidos por los anillos que les dan forma, se han revelado especialmente indicadas para garantizar el éxito de los implantes o injertos de piel. Cuando los médicos detectan que hay riesgo de que un implante no arraigue por congestión vascular, dejan unos pocos animales sobre la zona intervenida para que succionen la sangre a través de la piel. La mordedura de las sanguijuelas no solo alivia la saturación, sino que proporciona un drenaje natural muy efectivo gracias al potente anticoagulante hirudina que tiene su saliva. Lo que hacen, en definitiva, es activar la irrigación de los vasos sanguíneos en los miembros injertados. El doctor Mateos calcula que la terapia permite salvar hasta el 80% de las intervenciones en las que surgen problemas con los colgajos de piel trasplantados.

«Las sanguijuelas son en realidad farmacias ambulantes porque tienen más de un centenar de sustancias con propiedades terapéuticas en su organismo», observa Elena Bogoslovskaya, presidenta de la Asociación Española de Hirudoterapia. Bogoslovskaya nació y se formó en Rusia, donde los anélidos son un recurso terepéutico habitual para un sinfín de dolencias. «La investigación clínica de la hirudoterapia recuerda empezó en Moscú en 1936 y desde entonces las sanguijuelas se han ido incorporando a los tratamientos en clínicas y hospitales como un recurso curativo más».

El uso de anélidos con fines medicinales está también muy extendido en otros países. Hospitales y galenos de Reino Unido, Francia, Estados Unidos y, sobre todo, Alemania recurren a las sanguijuelas para un abanico de terapias que se amplía a medida que los ensayos clínicos van sacando a la luz nuevas propiedades terapéuticas. Algunos tratamientos se realizan dentro de los sistemas sanitarios, aunque donde la hirudoterapia ha alcanzado mayor presencia es en el terreno de las terapias alternativas.

Los ejemplares que se usan proceden de cuatro granjas que están sujetas a estrictos protocolos biosanitarios. Una de ellas, la única de Francia, se llama Ricarimpex y tiene su sede en Burdeos. La empresa comenzó su actividad en 1845, la época en que las sanguijuelas vivían su máximo esplendor. Elena Bogoslovskaya explica que la edad dorada de la hirudoterapia tuvo lugar después de que el cirujano de Napoleón, François Brousais, la pusiese de moda. «Se cuenta que hasta el mismísimo Napoleón salvó la vida gracias a las sanguijuelas», explica la hirudoterapeuta rusa. «Se hizo una herida en el hombro en el campo de batalla y se le infectó hasta el punto de que se temía por su vida. Brousais le aplicó unas sanguijuelas y experimentó una mejoría sorprendente».

Francia era entonces la potencia hegemónica en lo científico y lo cultural, así que el interés por las sanguijuelas no tardó en expandirse por todo el mundo. La demanda se disparó de tal forma que en unas pocas décadas la población de hirudo medicinalis se situó al borde de la extinción. Los anélidos se utilizaban para cualquier dolencia y sin ningún criterio científico, de forma que los resultados dejaban bastante que desear. A mediados del XIX su uso era tan frecuente que se decía que se podía reconocer a un francés porque casi todos tenían la piel salpicada de las pequeñas marcas que les dejaban las mordeduras.

Criadero enToledo

España fue en aquella época uno de los principales suministradores de sanguijuelas del continente. Elena Bogoslovskaya tiene constancia de que en Toledo se situó el principal criadero de Europa. Humedales como Doñana o el Delta del Ebro proporcionaban también abundantes capturas. El descenso de la población por la sobreexplotación y el descubrimiento de nuevas terapias hicieron que la hirudoterapia fuera cayendo en desuso. La llegada de la penicilina y las nuevas generaciones de medicamentos relegaron a las sanguijuelas a la condición de remedio de otros tiempos, si bien siguieron siendo instrumentos útiles para un reducido grupo de médicos hasta bien entrado el siglo XX.

«Me salvaron los dedos»

  • EL TESTIMONIO

  • Carmelo Betrán, de 60 años, es un zaragozano que debe al tratamiento con sanguijuelas la salvación de los dedos de un pie. «Me operaron de la rodilla y se me hizo un trombo que descendió hasta el pie y formó microtrombos en los dedos. Me trataron con medicamentos, pero las arterias son tan estrechas que al poco tenía los dedos necrosados y los médicos me dijeron que tendrían que cortármelos». Betrán indagó en busca de tratamientos alternativos hasta que oyó hablar de las sanguijuelas. «Durante dos meses fui a la consulta de Elena Bogoslovskaya tres veces a la semana. Me aplicaba dos o tres sanguijuelas; el anticoagulante que tienen en la saliva disolvió todos los microtrombos y acabó con la necrosis. Puedo decir que las sanguijuelas me han salvado los dedos». El tratamiento, añade, es sencillo los animales se dejan sobre la zona afectada para que empiecen a succionar la sangre. «No se nota nada, un calambre mínimo, y al cabo de media hora más o menos las sanguijuelas se desprenden por sí solas porque están ya saciadas».

Ricarimpex, la granja que tiene su sede en Burdeos, es en parte responsable del resurgimiento que ha experimentado la hirudeterapia en los últimos tiempos. Los franceses consiguieron en 2004 la autorización de la rigurosa Food and Drug Administration (FDA) para introducir las sanguijuelas en Estados Unidos como herramienta terapéutica. No fue un trámite sencillo, pero actuó a modo de aldabonazo entre la clase médica. «Que una institución tan exigente como la FDA diese el visto bueno al procedimiento hizo que muchos médicos volviesen a dirigir la vista a la hirudoterapia», aclara Brigitte Latrille, propietaria de Ricarimpex.

EE UU es ahora el principal mercado de la empresa francesa, que exporta al extranjero el 70% de su producción, unas 100.000 sanguijuelas anuales. El negocio va viento en popa porque cada ejemplar cuesta de media unos diez euros, aunque el precio definitivo depende de variables como la cantidad demandada y la urgencia del pedido. La compañía solo vende a hospitales y profesionales que garaticen que los animales van a ser utilizados de acuerdo al protocolo médico, que exige que sean sacrificados inmediatamente después de su uso para evitar que puedan transmitir dolencias de un paciente a otro.

Las sanguijuelas de la empresa francesa se crían en unos humedales de Las Landas próximos a Arcachon. Son seres extraordinariamente sensibles a las condiciones medioambientales y cualquier indicio de contaminación de las aguas puede acabar con ellas. Antiguamente las criaban en charcas en las que se introducían caballos enfermos para que se alimentasen de su sangre. La recogida se hacía introduciéndose con las piernas desnudas en el agua para que se prendiesen a la piel. Hoy son alimentadas con sangre de ave y se recogen con grandes cedazos.

Luego se clasifican en función de su tamaño; las que tienen la envergadura suficiente para salir a la venta se reservan en habitáculos especiales donde no prueban alimento alguno. Las sanguijuelas tienen un metabolismo extraordinario que les permite sobrevivir hasta dos años sin ingerir comida. Las que se venden a médicos y hospitales suelen llevar unos seis meses sin alimentarse: de esa forma se garantiza que en cuanto se coloquen sobre la piel del paciente se lancen a por su sangre.

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