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'Machmoum', unas bombas de olor formadas por decenas de jazmines unidos por hilos.
Tunecinos borrachos oliendo jazmines

Tunecinos borrachos oliendo jazmines

Las restricciones para beber alcohol en el país africano propician la existencia de tugurios donde se congrega esa minoría de árabes que prefiere la cerveza al té con menta

Luis López

Domingo, 23 de octubre 2016, 01:38

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En La Brise du Golfe no hay baños de mujeres porque en este tugurio no entran mujeres. Nunca. Los hombres, borrachos, discuten a gritos en una atmósfera cargada por el humo, la humedad y el olor a sudor. Hay mucha claridad bajo la luz blanca de los tubos fluorescentes, así que se percibe bien el brillo vidrioso en los ojos del personal. Algunos están solos, acumulando botellas vacías de cerveza Celtia sobre la mesa. Muchos fuman pitillos Merit y huelen jazmines.

La Brise du Golfe es un antro donde los tunecinos humildes y poco piadosos beben alcohol a precios populares: 2,500 dinares un euro la birra, y 14,000 la botella de vino blanco. Un chollo. Está en Hammamet, la ciudad más turística de Túnez, en plena Avenida de la República. Pero no hay extranjeros aquí. Cada poco entran niños con cestas de mimbre de las que cuelgan collares hechos con pétalos de jazmín; también, y sobre todo, ofrecen 'machmoum', unas bombas de olor formadas por decenas de jazmines unidos por hilos que se venden a un dinar. Algunos clientes rechazan cortesmente a los chavales tocándose el pecho con la mano derecha; otros compran y, con la mirada ausente, hacen girar los 'machmoum' ante su nariz, como transportados por el aroma delicioso.

Ese olor, el del jazmín, es el olor que tienen las noches tunecinas durante el verano. Muchos hombres pasean por la marina con el 'machmoum' en la oreja, como los obreros de la construcción se ponían el pitillo. Si la bomba de olor está en la izquierda, significa que tienen novia y están encantados; si se la ponen en la derecha, dejan claro que están solteros y buscan plan. Aunque, también es cierto, la mayoría únicamente disfruta del olor primoroso del invento sin más complicaciones, o le regala el ramillete a una amiga como gesto gentil.

Este hábito tan delicado lo mismo se ve en los peores tugurios que en los parques por donde pasean las familias. Porque en este país de mayoría musulmana en fase de desintegración - por la amenaza terrorista y el desplome del turismo- hay dos mundos muy distantes.

El motivo es que, por cuestiones religiosas y culturales, el consumo de alcohol está muy restringido. En muy pocos restaurantes se puede comer con vino o cerveza, y este tipo de bebibles sólo están permitidos en locales cerrados, mayoritariamente para turistas, y por precios bastante elevados. Así que esa minoría de tunecinos que ha caido seducida por el vicio occidental debe acudir a agujeros como La Brise du Golfe, que sólo existen en grandes poblaciones y son mirados con reprobación por la inmensa mayoría de los vecinos. Se diría que la gente de orden incluso cambia de acera cuando se acerca a ellos.

Como forma de ocio popular y mayoritaria, los tunecinos - una vez más, sólo hombres- acuden a las terrazas a beber té con menta o café solo en vaso de vidrio. Es un espectáculo verlo, por ejemplo, en la Place des Martyres en la ciudad sagrada de Kairouan. Cientos de personas cubren la explanada y, en grupos, conversan, juegan a las cartas y fuman sisha con sabor a fresa. Comen palomitas, pizzas y, cuando es época, higos chumbos. Aquí el entorno es pacífico, armónico, y el personal se repliega a eso de las once de la noche.

Seguramente ahora es el momento de apreciar todo esto. El encadenamiento de atentados terroristas en los últimos años ha tenido el efecto deseado por el Isis y el turismo en Túnez ha quedado reducido casi a la nada. Sí siguen llegando argelinos y algunos grupos de rusos, que quedan confinados y abandonados a sus excesos en hoteles playeros. Pero casi nada más. Ni franceses, ni ingleses, ni alemanes... La estampida ha dejado un océano de 'resorts' cerrados y a miles de personas en paro. Pero, de paso, ha devuelto su esencia a los pueblos y ciudades, reconquistados por la gente del lugar y liberados no sólo de extranjeros, sino de todos esos vividores y farsantes locales que florecen al calor del negocio turístico. Esos que, por lo general, suelen parar en sitios como La Brise du Golfe.

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