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Hora y media del Papa con cristianos de la izquierda

Hora y media del Papa con cristianos de la izquierda

«Gracias por venir a verme, necesitaba aire fresco», dijo Francisco a una delegación de Poissons roses, un movimiento dentro del Partido Socialista francés

Pedro Ontoso

Miércoles, 11 de mayo 2016, 00:51

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La Europa secularizada y poderosa se ha rendido ante el Papa con ocasión de la entrega del Premio Carlomagno. La izquierda norteamericana que representa el demócrata Bernie Sanders y la izquierda latinoamericana de Evo Morales y Rafael Correa también ha buscado reunirse con una de las personalidades más carismáticas, populares e influyentes del momento. Pero un encuentro muy peculiar y significativo lo ha protagonizado una delegación de los Poissons roses (Peces rosas), una corriente cristiana de pensamiento de izquierdas integrada en el Partido Socialista francés, que promueve la justicia social y la refundación de la política. Durante hora y media algo más del triple de la audiencia concedida a Mauricio Macri, presidente de Argentina se habló de Europa, de sus raíces y su futuro, de Francia, de laicidad, de islam, de globalización y periferia. Y a lo largo de la conversación desfilaron un puñado de nombres de teólogos y filósofos, de grandes intelectuales que han dejado huella, como Paul Ricoeur, Henri de Lubac o Michael Certau.

¿Cómo traducir la atmósfera de un encuentro de estas características?, se pregunta en su blog Pierre Yves Gomez, quien dirige a los interesados hasta las firmas de Francois Verceletto, en 'Ouest France', y Jean Pierre Denis, en 'La Vie', dos periodistas que han recogido de manera muy completa la reunión. Entre los miembros de la delegación francesa había un pastor protestante, una escritora musulmana y tres diputados de izquierdas (del Partido Socialista y de la Izquierda Demócrata y Republicana). «Gracias por haber venido a verme, tenía necesidad de aire fresco», les dijo el Papa en sus primeras palabras, antes de confesar que les había recibido por la insistencia del cardenal Barbarin, arzobispo de Lyon. «Me ha dicho que sois gente de bien». Los de Poissons roses, en efecto, están en la misma trinchera: sus pilares son la ética, la justicia y la ecología.

Pronto entran en harina. El Papa dice que es un 'periférico', una persona que viene de América del Sur. Para él Europa también es una periferia. «Es un espacio cultural, político y espiritual, pero no es más importante que otros», acota. Es un alegato contra la superioridad del eurocentrismo. «Para ver otras periferias es necesario aceptar ser periferia», insiste Francisco, para quien el mundo no es una aldea global. Es una multitud de aldeas que la globalización permite apreciar por sus diferencias, pero dentro de una humanidad común. Y la clave está en los contactos, no en el aislamiento, siempre con el hombre como prioridad.

Esta idea va a rondar durante toda la conversación con distintas variantes y matices. «¿Hacia dónde va Europa? ¿Hacia dónde va Francia? ¿Cómo responder a la crisis espiritual que atraviesa nuestro país y nuestro continente?¿Cómo formular una crítica de la modernidad que no sea reaccionaria», se pregunta Jean Pierre Denis. «El único continente que puede aportar una cierta unidad al mundo es Europa», sostiene el Papa, que vuelve a comparar a Europa con una abuela un poco fatigada. La madre se ha convertido en una abuela. ¿La abuela puede convertirse en una joven madre?. ¿Es demasiado tarde para cambiar a Europa?, preguntan al pontífice, que describe un continente atenazado por los egoísmos nacionales, los mercadeos y los juegos sin visión. «A veces me pregunto dónde encontraremos un Schuman o un Adenauer, esos grandes fundadores de la Unión Europea», suspira Francisco. Han salido ya los nombres de dos grandes estadistas, pero van a salir más.

Restaurar la gran Europa, reiventar Francia, resume Denis, el director de 'La Vie'. Interviene el Papa. «En el mundo hispánico se ha dicho que Francia es la hija mayor (la primogénita), pero no necesariamente la más fiel. No conozco demasiado vuestro país. Diría que ejerce una cierta seducción, pero no sé en qué sentido. En todo caso Francia tiene una fuerte vocación humanista. Es la Francia de Emmanuel Mounier, de Emmanuel Levinas o de Paul Ricoeur», cita el pontífice.

Mounier, filósofo cristiano fundador de la emblemática revista 'Esprit', tribuna del existencialismo cristiano, perseguido por el Gobierno de Vichy, el Ejecutivo títere de la Alemania de Hitler. Levinas, filósofo y escritor judío, deudor de Heidegger, pero con pensamiento propio. Ricoeur, filósofo y antropólogo, militante socialista y profundamente cristiano. Un católico, un judío y un protestante. Mounier y Levinas impulsaron una gran revisión crítica de la sociedad y de sus valores y, en un mundo en el que dominaba la falta de escrúpulos y la avidez del dinero, apostaron por una Europa de la caridad y la solidaridad, en la que lo más importante es el otro. Ambos filósofos, junto a la pensadora de origen judío Hannah Arendt una voz lúcida y valiente frente al totalitarismo inspiran el movimiento de los Poissons roses.

En la estancia de Santa Marta surgen más nombres. El Papa Francisco reconoce la Francia «que ha dado numerosos santos, hombres y mujeres de una muy fina espiritualidad», y elogia a los jesuitas de la escuela francesa. Cita a Pierre Favre y a Louis Lallemant. «Mi espiritualidad es francesa», reconoce. «En una reflexión teológica», prosigue el pontífice, «me siento cerca de Henri de Lubac y de Michel de Certau. Para mí, Certau se queda como el más grande teólogo de nuestros días». De Lubac fue un teólogo inspirador del Concilio Vaticano II, que reflexionó sobre cómo los cristianos pueden responder a la crisis de la Iglesia y al imperativo de la modernidad. Favre, compañero de Ignacio de Loyola, fue cofundador de la Compañía de Jesús. Lellemant es autor de la primera síntesis del pensamiento ignaciano. En una entrevista a la influyente revista jesuita 'La Civiltá Cattolica', el Papa reconoció la huella de la Doctrina Espiritual de Lellemant en su pensamiento. Certeau, autor de 'La invención de lo cotidiano', fue un sociólogo y semiólogo con gran proyección intelectual. El nivel es alto.

La conversación gira hacia el concepto de laicidad, esculpida en el frontispicio de la democracia francesa, que ahora divide a la izquierda de este país. El debate es si todavía tiene qe ser más estricta o, al contrario, hay que abrir una vía de conciliación con las religiones. «Vuestra laicidad es incompleta. Francia debe convertirse en un país más laico. Hace falta una laicidad sana. Una laicidad sana comprende una apertura a todas las formas de trascendencia, según las diferentes tradiciones religiosas y filosóficas. Un mismo ateo puede tener una interioridad», afirma el Papa. «La búsqueda de la trascendencia no es solo un hecho, también es un derecho», añade. «Una crítica que hago a Francia es que la laicidad depende a veces demasiado de la filosofía de la Ilustración, por la cual las religiones eran una subcultura. Francia no ha conseguido superar esa herencia». El Papa critica que cuando un país se cierra a una concepción sana de la política, termina prisionero, rehén de las colonizaciones ideológicas. «Las ideologías son el veneno de la política. Se tiene derecho a ser de izquierda o de derecha, pero la ideología suprime la libertad». La ideología y la idolatría del dinero, dos males que señala el Papa de manera habitual.

Ahora que la Iglesia francesa mira cada vez más hacia la derecha, el movimiento de los Poissons roses representa un cristianismo social que hasta ahora «había estado a la defensiva por la desmovilización de sus seguidores, marginados en París por la secularización y la incultura religiosa de la clase política, y bajo sospecha en Roma desde el pontificado de Juan Pablo II», según el análisis que realiza el director de 'La Vie'. No se trata de ocupar espacios, sino salir de la zona de confort «para combatir el miedo que paraliza Europa, atenaza a la Iglesia y desanima al pensamiento libre», apremia. Los Poissons roses. ¿A qué viene ese nombre?, pregunta Francisco. «Los peces son escurridizos y nos empeñamos en meterles en una pecera. Es también un símbolo de los cristianos. El rosa es el color de la izquierda», responde Philippe de Roux, fundador de esa corriente que aglutina a gente muy diversa, entre profesores, periodistas, políticos, filósofos o funcionarios. Han publicado un libro en el que se recoge su ideario y que tiene un título muy ilustrativo: 'Á contre-courant'. Pues eso, a contracorriente.

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