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Aquí, al menos todavía, no hemos bautizado a estos bichos.
Cucarachas del amor

Cucarachas del amor

La idea del zoo del Bronx de poner nombres de ex parejas a las cucarachas puede que no sea tan buena idea

jon uriarte

Sábado, 7 de mayo 2016, 01:00

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Decían antaño que, tras una explosión nuclear solo se salvarían las ratas y las cucarachas. Quizá sea exagerado. Hay pruebas de que pueden resistir dosis de radiactividad 15 veces superior al ser humano, pero hay otros insectos que superan esta cifra y nunca se habló de ellos en ese listado. Aunque da igual. Hecho científico o leyenda urbana, la máxima quedó afianzada en la cultura popular. Y quizá tenga algo de verdad, porque una iniciativa del pasado año, no solo continúa vigente sino que tiene vida para rato. Eso sí, mala, oscura y a ras de suelo.

Todo empezó cuando el zoo del Bronx de Nueva York tuvo una idea para el Día de San Valentín de 2015. Dejar que los corazones rotos pudieran poner el nombre de sus ex parejas a las cucarachas del lugar. En concreto a las que habitan en un controlado recinto, tras una gran cristalera y abierto al público. De las que pululan por el resto del zoo nada dicen, porque lo mismo ya vienen bautizadas de casa. El caso es que aquella idea tuvo tal éxito que este año la han repetido y, entrados ya en mayo, siguen las colas para poner el nombre del ex amor a la blattodea más arrastrada y fea. Lo que dice mucho, de la retorcida mente del ser humano.

Quien más quien menos se ha llevado un disgusto de amores que le ha dejado el corazón partido y sin Alejandro que le cante. Y muchas de esas personas, quizá alguno de ustedes, han tropezado dos y más veces en esa piedra llamada abandono. Porque los cierres de relación sentimental rara vez no dejan cicatriz o, directamente, herida abierta. Cierto que hay casos de final acordado y beso de despedida. Pero son los menos. Casi siempre pierde un lado. Y solo el lento paso de tiempo es un efectivo medicamento para curar esas heridas del alma. Pero se ve que hay mucha venganza por ahí, y no solo en Nueva York, a falta de plato frío. Como si no haberla servido aún les impidiera dormir a pierna suelta. No se explica de otra manera que la curiosa iniciativa del zoo del Bronx no dé abasto. Ayuda que no haga falta presentarse allí para asistir al bautismo, ni es necesaria una pila y un sacerdote. Ni tampoco pasar como antaño por el farragoso asunto del registro civil. De la misma forma que poner nombre y dar fe de nacimiento de los humanos se ha informatizado, bautizar cucarachas es de lo más sencillo. Bueno no del todo. He entrado en la página y no he podido hacerlo.

Casi mejor. Tampoco guardo tanto rencor como para hacer algo así. A la cucaracha, me refiero. Conozco gente cuyo nombre me viene a la cabeza. Pero no son antiguos amores. Sino algún jefe o jefecillo, cierto profesor o profesora y determinados personajes que se cruzaron en mi vida. Pero tengo memoria de pez y se me olvidan hasta las puñaladas traperas. No como a otros. Y a otras. Según cuentan en el zoo hay usuarios que han bautizado al menos a una docena de cucarachas. Y la mayoría son mujeres. Curioso. Aunque el que ha puesto más nombres que los dueños de los 101 dálmatas a los cachorros es un hombre. Que quede claro. Pero no es este el detalle más interesante. Sino el de la propia elección del animal.

Las cucarachas, aunque nos parezcan asquerosas, son seres más sociables entre ellos de lo que pensábamos. No es que vayan en grupo, pero tampoco tienen espíritu solitario. Por contra, forman familias estables y crean sociedades más igualitarias que las de otros animales, incluidos los humanos. Es más, utilizan las sustancias químicas de su cuerpo para comunicarse con otras y decirles dónde está el mejor alimento, cuál es el grupo de cucarachas más cercano o qué camino deben tomar si quieren ir hacia el lugar perfecto para esconderse. Y no crean que aquí acaba la cosa. Las cucarachas necesitan tanto de sus congéneres, que si se quedan solas siendo muy jóvenes pueden quedarse sin aparearse al llegar a la edad de adultas, por no haber aprendido los correctos códigos de conducta en su momento. Y, aquí viene lo mejor, las heces que dejan a su paso permiten al otro o a la otra saber por dónde anda su churri y así, no equivocarse al buscar calor ajeno en la oscuridad del agujero. Y parecían tontas.

Lo que está claro es que no son vengativas. Al menos, que se sepa y de momento, no hay ningún ser humano con nombre de cucaracha. Ellas no son tan sibilinas. Lo que nos lleva al principio. Si el daño ha sido brutal, bien físico o emocional, dará igual que ponga usted su nombre y apellidos a un insecto. El dolor seguirá ahí. Y si la cosa no pasa de un mal recuerdo, sepan que esa cucaracha que llevará el nombre del amor roto, vivirá unos dos años. En cambio una ruptura mal digerida puede durar toda una vida. Y, si me apuran, sobrevivir a una guerra nuclear. Quizá los del zoo de Nueva York deberían darle una pensada y buscar, para el año que viene, otro temido animal.

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