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Un grupo de niños recibe su ración de comida.
Los ángeles perdidos

Los ángeles perdidos

Miles de niños deambularon sin rumbo por las ciudades y carreteras europeas, sobre todo en Alemania, tras la Segunda Guerra Mundial. Eran huérfanos que se criaron sin padres, sumergidos en violencia y falta de cariño. Vivían en sótanos y alcantarillas, sobreviviendo mediante robos o prostituyéndose

Anje Ribera

Miércoles, 27 de abril 2016, 18:27

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La muerte no fue la única consecuencia trágica de la Segunda Guerra Mundial. La contienda terminó en Europa el 8 de mayo de 1945, pero la miseria y los sufrimientos no concluyeron en esa fecha. Ni siquiera muchos años después. El Viejo Continente fue, una vez calladas las armas, lo más parecido al infierno para su población. Ciudades en ruinas, hambre, violencia, delincuencia... constituían los elementos de un paisaje desolador.

Millones de personas arrojadas de sus hogares y alejados de sus familias vagaban por las ciudades y carreteras después de ser bombardeados, masacrados o expulsados de sus pueblos. Muchos fueron niños huérfanos, aunque parecieran viejos empequeñecidos con el espíritu destrozado, lacerada su moral, rotos los resortes de su voluntad y destruidas sus creencias.

Eran como objetos abandonados a su suerte. A todo temían y de todo recelaban. Obedecían triste y mansamente todas las órdenes que les daban los soldados aliados sin que pudieran comprender que los que se encargaban de ellos solamente se proponían ayudarles. Se movían como máquinas, en silencio. Ni una sola palabra salía de tan derrotada tropa infantil. Estos pequeños tenían derecho a una existencia mejor, pero la guerra se lo arrebató.

En el verano de 1945, solo en Berlín había más de 50.000 niños perdidos que sobrevivían en las calles. Se criaron sin padres y vivieron en sótanos y alcantarillas. Algunos encontraron demasiado pronto la muerte después de vagar sin rumbo, como autómatas, de un centro de acogida a otro. Sus desamparados rostros -famélicos, desaliñados, con mirada huidiza y triste- retrataba el horror de la guerra.

Plan de ayuda

Hasta mediados de 1947 -posteriormente esta labor recayó en la Organización Internacional para los Refugiados- los aliados se vieron obligados a crear programas para intentar amortiguar los sufrimientos de la población europea afectada por la guerra. Por medio de la Administración de Naciones Unidas para Ayuda y Rehabilitación (UNRRA) se trató de devolver a sus casas a los refugiados, especialmente a los menores de edad. Para ello se habilitaron instalaciones en Alemania, Austria e Italia, con el único objetivo de darles una nueva oportunidad y devolverles la humanidad de la que habían sido despojados.

Sus primeros inquilinos fueron niños judíos, supervivientes del holocausto, pero paradójicamente muchos de los refugios se instalaron precisamente en antiguos cuarteles nazis o campos de concentración, por lo que estos pequeños se encontraron de nuevo detrás de las alambradas. Habían sido liberados, pero en realidad no estaban libres. Para aliviar sus padecimientos, y para que pudieran ser educados en su fe, se crearon escuelas con maestros hebreos traídos de Israel y Estados Unidos.

Con ello se pretendía enderezar las vidas de los llamados niños de la guerra, pequeños que crecieron sin sus padres, que sufrieron el horror de la violencia, la falta de cariño y formación, quedando estigmatizados de por vida. Incluso se crearon grupos de entretenimiento constituidos por antiguos actores y se fomentaron conjuntos de música juveniles.

La principal meta era recuperar a aquellos niños fuera cual fuera su religión, volver a convertirlos en seres humanos y enseñarles a olvidar para construir una nueva vida. Muchos habían sido criados en el régimen autoritario del Tercer Reich, en medio de verdades y odios absolutos. Tras la guerra, estaban desubicados porque el mundo para el que les habían preparado sencillamente ya no existía. Habían pasado de formar parte de una raza superior a pertenecer a un pueblo vencido. Todo eran sentimientos de pérdida y soledad. Los horrores los habían convertido en adultos en un instante.

No resultó fácil, porque esos pequeños eran reacios a abandonar la seguridad que les daban sus 'refugios'. Es el caso de una niña alemana que durante largo tiempo vivió en una grieta abierta en un monumento al káiser Guillermo. «Aquí nadie puede encontrarme», relató a los servicios de ayuda americanos. Fue necesario mucho tiempo para convencerla de que abandonara su 'hogar', el que quizá le salvó de morir de frío o de ser violada.

Además, su educación también se enfrentó a grandes barreras: eran analfabetos, tenían serios problemas para concentrarse, hablaban distintos idiomas... A ello se unió la escasez de libros y otros útiles de enseñanza y hasta los profesores tuvieron que ser traídos desde Estados Unidos o Reino Unido.

Búsqueda de la familia

UNRRA creó de forma paralela la Agencia Central de Búsqueda para encontrar a parientes de los niños recogidos. Emisiones de radio y avisos en periódicos hicieron públicas listas de pequeños supervivientes e informaron del centro donde podían ser localizados. También se colocaron relaciones de perdidos en estaciones de trenes o en carteles callejeros. Incluso en los cines, antes de comenzar la película programada, se proyectaban imágenes y datos de niños perdidos, a la espera de que alguno de los espectadores los reconociera y aportara información sobre sus familias.

La localización por parte de los allegados en muchas ocasiones significó también el descubrimiento de la verdadera identidad de los niños. Muchos de ellos, por su corta edad, carecían de recuerdos de sus padres y desconocían sus orígenes. La única familia que habían conocido era la constituida por sus compañeros de supervivencia en las calles y ante sus salvadores se mostraban recelosos porque se resistían a sufrir un nuevo cambio.

Tras la guerra, hijos y padres supervivientes, separados por la crueldad bélica, deambularon desesperados de un sitio a otro en busca los unos de los otros. Sin embargo, las posibilidades de encontrarse eran muy complicadas.

Pese a ello, algunos de los huérfanos tuvieron suerte y pudieron reunirse con sus progenitores, que los habían ocultado durante los últimos días de la guerra. Entre ellos estuvo el cineasta polaco y judío Roman Polanski, que sobrevivió al gueto de Varsovia y años después localizó a su padre al ser liberado un campo de concentración. Pero a menudo pasaban meses sin que el reencuentro familiar se produjera. Los servicios de localización y los registros de supervivientes se vieron desbordados.

Otros afortunados fueron los niños adoptados por allegados o por extraños que se compadecieron de ellos. Pero estos casos tampoco eludieron los problemas, ya que los rescatadores se negaron luego a devolver a los pequeños a sus familias o a organizaciones judías. Se habían apegado a ellos y los tribunales tuvieron que decidir sobre las custodias.

Las sentencias también fueron complicadas de cumplir porque muchos pequeños querían a sus familias adoptivas y consideraban 'extraños' a sus verdaderos padres. A algunos jóvenes hubo que arrancarlos de los brazos de sus acogedores. Estos, por su parte, en algunos casos, volvieron a ocultar a los mejores tras desobedecer las órdenes judiciales.

Otra circunstancia que dificultó la solución del problema fue que muchos de los niños judíos ya no tenían vínculos con su religión -muchos ni sabían que eran hebreos- o simplemente tenían recuerdos lejanos. Otros incluso se sentían más cómodos en la seguridad que les otorgaba el cristianismo. Por ello ocultaban su verdadera identidad. Su antigua religión se convirtió en un símbolo de la persecución que padecieron. Para parecer cristianos repetían algunas frases antisemitas que aprendieron de sus compañeros de los centros de acogida.

Sin embargo, los más, a los que la suerte les dio la espalda, tuvieron que resignarse a vivir como miembros de bandas semisalvajes que se veían obligados a mendigar, robar, trabajar para los jefes del mercado negro o a prostituirse para sobrevivir. Algunos de estos desafortunados fueron asesinados o desaparecieron sin dejar rastro. Ninguno de ellos contó con familiares que les reclamaran. Fueron víctimas de una sociedad abatida por la guerra, la más inhumana de las acciones del hombre.

Todos los huérfanos de guerra padecían depresión, tendencias suicidas, autoestima baja, ansiedad, conductas erráticas... Para recuperarlos muchos gobiernos locales los declararon 'niños adoptivos de la guerra', quedando bajo la custodia de un comité del Estado. De forma oficial, el problema se dio por finalizado en 1952 y se procedió a clausurar todos los campos de acogida. La realidad demostró que todavía quedaron muchos casos sin resolver.

Cine y literatura

La poco conocida película 'Los ángeles perdidos', dirigida por Fred Zinnemann en 1948, es quizá la que mejor retrata la situación que vivieron los huérfanos que tras la guerra deambularon perdidos por todo el continente europeo tratando de sobrevivir. El filme que da título a este reportaje relata cómo la UNRRA intentó rescatar al mayor número posible de estos niños para darles una nueva oportunidad. Se rodó en ciudades alemanas destruidas por los bombardeos como Nuremberg, Würzburg o Ingolstadt, lo que le otorga un escalofriante realismo.

Pero, sin duda, la gran obra cinematográfica de la posguerra y sus consecuencias sobre la infancia es 'Alemania, año cero' -también de 1948-, de Roberto Rossellini. El genial director neorrealista italiano nos trasladó a una totalmente devastada ciudad de Berlín a través del personaje de un niño de 12 años que intentaba sobrevivir a las duras condiciones en una Alemania que ha quedado completamente derruida. Con maestría retrató destrucción, hambre y muerte, y, sobre todo, al pueblo llano germano, también gran víctima de los nazis.

Existen infinidad de obras escritas sobre la situación de los niños huérfanos tras la Segunda Guerra Mundial. Entre otros muchos libros, destacan 'Postguerra. Una historia desde Europa desde 1945', publicado por Tony Judt en 2005; 'Continente salvaje', obra de Keith Lowe que llegó al mercado de 2013, o 'Se desataron todos los infiernos' (2011), genial descripción de la posguerra a cargo de Max Hastings.

Cualquier lector interesado en profundizar en el tema puede interesarse también por el libro que escribieron conjuntamente el historiador británico Anthony Beevor y Artemis Cooper, y que responde al título de 'París, después de la liberación' (2025). La problemática de los niños tras la contienda bélica también podemos encontrarla en 'Alemania 1945' (2009), de Richard Bessel; y en la novela 'La piel' (2010), de Curzio Malaparte.

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