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Johana Ramírez, Sebastiana Aquino y Olga Quiej, esta mañana en Bilbao.
Sebastiana, la lideresa maya

Sebastiana, la lideresa maya

Su marido la golpeó durante 22 años y hoy es una destacada activista contra la violencia de género en Guatemala, un país en el que asesinan a 45 mujeres al mes. Ha presentado en Euskadi el documental 'Ruda' sobre su experiencia y la de otras indígenas

Yolanda Veiga

Martes, 17 de noviembre 2015, 17:17

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Sebastiana Aquino prepara infusiones de ruda que calman el cuerpo y las endulza con palabras que sanan el alma. Ella la tuvo rota, por una infancia arrebatada a los 12 años, cuando la obligaron a casarse, y por los golpes con los que su marido convirtió en un infierno una vida doméstica no deseada. En Guatemala, la patria y el hogar de Sebastiana, se registran 45 feminicidios al mes y siete de cada diez mujeres han sido violentadas alguna vez. Ella sufrió 22 años de maltrato y en este tiempo tuvo doce hijos de los que solo le quedan seis. «Siete, porque tengo una niña adoptada. Su padre no respondió por ella, la recogí de la calle y le dí estudios. Ya tiene 17 años». A Sebastiana le asoma la sonrisa entre los surcos que arrugan su cara y le brotan las lágrimas por Diego, uno de los hijos perdidos, el mayor, que también soportó maltrato en casa: «Un día el padre le echó chile en los ojos». No quiere dar lástima, solo ejemplo, como el que vio ella en otras.

La asociación de mujeres Majawil Qij le ayudó a salir de aquel hogar, entera pese a las palizas. Ahora es la «lideresa» maya de doce comunidades de Chichicastenago, un municipio famoso por su mercado situado a 145 kilómetros de la capital, Ciudad de Guatemala. Y también una de las protagonistas del documental 'Ruda: mujeres indígenas organizadas por una vida libre de violencia en Guatemala', realizado por Oxfam Intermón y Pikara Magazine y que se ha presentado hoy en Bilbao -mañana en San Sebastián y el jueves en Vitoria-.

La 'receta' de Sebastiana

  • El documental Ruda es un camino de ida y vuelta, multidireccional porque la violencia contra la mujer no es triste patrimonio de Guatemala. En este año que no ha acabado 48 mujeres han sido asesinadas en España, tres de ellas en Euskadi. «Queremos abrir un debate en Euskadi porque hasta ahora el tema se ha tratado desde el ámbito institucional. Se ha trasladado a la víctima que la responsable para salir de la situación de violencia es ella, y que depende de que denuncie o no, cuando esa responsabilidad es de la sociedad», advierte June Fernández, de Pikara Magazine, y guionista del documental. Desvela una curiosidad, el por qué de ese título tan llamativo, Ruda. Es así la mujer fuerte que ya no tiene miedo, como reza el diccionario y también tiene ese nombre la planta que receta Sebastiana. «La ruda es una planta muy importante en la cosmovisión maya. Calma las emociones, da paz, serenidad...».

A Sebastiana, ataviada con el traje típico quiché y sandalias pese a la mañana fresca, le ceden un hueco preferente entre Johana Ramírez y Olga Quiej, otras dos lideresas guatemaltecas, que intercambian estos días su experiencia con colectivos femeninos de Euskadi. «En Guatemala el 98% de las acusaciones por violencia contra la mujer queda impune», denuncia Nerea Basterra, responsable de Oxfam Intermón en la zona norte de España. Johana, una enfermera auxiliar de la etnia xinca y del colectivo Cicam forma a los policías para que sepan actuar frente a los casos de violencia y ha logrado que las autoridades le faciliten el transporte para llevar a las mujeres a denunciar ante la justicia. «Mis hijos me decían: 'Mami, no te pongas enfrente de los jueces porque ellos tienen estudios'. Los servidores de la justicia nos han discriminado por no tener preparación académica, pero ese juez no tiene más derechos que nosotras. Es una persona igual que yo».

Habla Sebastiana con una razón indiscutible y con un aplomo que siempre estuvo intacto pese a los golpes. «Yo escondía la cara como un pollito y me ponía a llorar. Le atendía en todo, le ponía la comida... Pero a él le daba igual, me pegaba patadas, me agarraba por el pelo. Yo le decía: '¿pero qué le he hecho?'». A Sebastiana le arregló el matrimonio su madre, sin hacer caso a su negativa, que fue firme; ni a los miedos con fundamento de una niña a la que no dejaron serlo nunca. Su padre las abandonó y su madre la dejaba sola casi todo el día porque salía a trabajar. Con 8 años se empleó «en casa de la señora Hortensia», que le daba comida y techo a cambio de que barriera la casa lavara «los trastos...». «Tenía dos hijos y me pegaban patadas. Yo pensaba que eso me ocurría porque no tenía padre». Cuando valió para ellos se ganó la vida arrancando bejeques de debajo de las matas del café y habría trabajado hasta caer exhausta porque la alternativa era peor. «A veces no aguantaba la carga. Y un día me salió una serpiente, no me mordió».

Jamás le pidió a su madre nada que no pudiera darle, que era bien poco. Solo le pidió que no la casara. «Fui obligada, la familia de mi esposo le dio a mi mamá un octavo de licor y durante el año que duró la pedida le entregaban cosas cada mes, carne, una canasta de pan... Mi marido, Tomás, me dijo: 'Te tengo comprada, tienes que aguantar lo que yo te hago'. Después de dos décadas de sufrimiento en silencio y rechazo por parte de la familia de él -«mi suegra y mi cuñada me escondían la comida»- Sebastiana encontró una familia nueva en la asociación de mujeres Majawil Qij. «Antes había ido a quejarme de lo que me hacía mi marido al alcalde auxiliar pero él me advirtió: 'No te voy a dejar tranquila'. Sufrí mucho». Entonces, otras mujeres que habían soportado lo que ella antes pusieron nombre a lo que ocurría en su casa: «Supe que era una víctima de la violencia. Entendí que las mujeres tenemos que defendernos, así que le dije a mi marido: 'Tomás, no me pegarás, me tienes que respetar porque si no, te van a mandar a la cárcel».

Hace 17 años que no convive con él y siente un agradecimiento infinito porque su sufrimiento pueda librar de algo así a cualquier otra mujer. «Nunca había soñado con estar aquí», se emocionaba esta mañana en Bilbao y ofrecía un avance de lo que relata el documental, que la semana que viene se podrá ver en abierto en las redes sociales: «Tenemos que caminar mucho, horas... para llegar a cada comunidad. Descanso el sábado y el domingo y el lunes otra vez, a veces llego a casa y hay mujeres esperándome a la puerta, otras veces me dan las once y no encuentro carro que me lleve de vuelta a casa. Entonces llamo a los bomberos para que me traigan y les pago la gasolina». Sebastiana ayuda a las mujeres a denunciar y trata de tú a los abogados que pueden pagar los maridos, que siempre la tratan como a una invitada indeseada. «A veces una tiene que ponerse en medio de los dos esposos y, si hace falta, llevarle a él a los tribunales. Entonces se enojan y no me escuchan. Dicen que le doy malos consejos a las mujeres».

Johana extiende el trabajo con las mujeres a los hijos de estas, niños y adolescentes que a veces también son víctimas la violencia. «El trabajo de lideresa es agotador pero poder compartir estas experiencias con otras mujeres de otros países hace que nuestras alas sean más fuertes». A ellas, a las indígenes, se les exige ser más fuertes porque son las más discriminadas. «Tenemos derechos específicos, un traje como el que hoy llevamos, un idioma... porque en Guatemala se hablan 23 lenguas mayas y el castellano. Entonces llegas a las ciudades, donde solo usan el español y a veces no te aceptan. Hay leyes contra la discriminación pero no se cumplen», denuncia Olga Quiej, lideresa del municipio de Zunil y maestra de 22 años.

Guatemala tiene 14 millones de habitantes, un 52% mujeres, la mayoría indígenas, como Johana, Sebastiana y Olga, tres «heroínas», les dice Eva Mejía, responsable de Oxfam Guatemala. «Supervivientes... que no víctimas», les gusta decir a ellas.

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