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Escena de 'El hombre que nunca existió' (1956).
El cadáver que logró una gran victoria

El cadáver que logró una gran victoria

El servicio secreto británico logró engañar a Hitler sobre el desembarco en el sur de Europa mediante un cuerpo sin vida con documentación falsa que lanzó al mar frente a las costas de Huelva para simular el ahogamiento de un correo militar. El 'hombre que nunca existió' constituyó una de las más fructíferas estrategias que llevaron a cabo los aliados durante la Segunda Guerra Mundial

Anje Ribera

Miércoles, 16 de septiembre 2015, 17:45

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Si hay una frase que se ha escuchado hasta la saciedad con referencia a la Segunda Guerra Mundial es aquella que asegura que "jamás tantos debieron tanto a tan pocos". La historia de 'el hombre que nunca existió' se ajusta muy bien a este adagio. Su escenario, sorprendentemente, fue España, país neutral en la contienda. Concretamente la localidad onubense de Punta Umbría. Ocurrió en abril de 1943.

El protagonismo se atribuyó en un principio al mayor del ejército británico William Martin, miembro de los Royal Marines. Sin embargo, mucho después se ha conocido que realmente el héroe al que hoy nos referimos se trataba realmente de Glyndwr Michael, un pobre diablo sin familia, hogar ni trabajo que tuvo el duduso honor de ingerir matarratas no se sabe si para buscar la muerte o por hambre cuando su cadáver más se precisaba.

Martin o Michael comenzó su misión el 30 de abril de aquel año, cuando unos pescadores que recogían redes al alba en la costa de Huelva entre sus capturas toparon con un cuerpo sin vida, justo en la playa que une las localidades de El Portil y Punta Umbria. José Antonio Rey García, ayudado por otro joven de Lepe, arrastró a tierra los restos de quien, por su uniforme, parecía un militar británico que vestía también una gabardina y un chaleco salvavidas, además de portar un portafolios esposado a una de sus muñecas.

La Guardia Civil se hizo cargo del infortunado. Inicialmente fue trasladado a Huelva en una de las lanchas de la época llamada 'Rápido'. El análisis de su documentación le identificó como el oficial británico William Martin. Su autopsia fue realizada en el cementerio La Soledad de la capital. Inicialmente todo apuntaba a un ahogamiento, pero el doctor Fernández del Tormo, encargado de examinar el occiso, dudó desde el principio. "Este muerto está muy bien vestido" para el tiempo que se supone que debía haber estado en el agua, llegó a afirmar.

La tersura de la piel, el estado del cabello, el hecho de no aparecer mordeduras de peces o cangrejos y la presencia en los pulmones de un líquido, que aventuraba más a una enfermedad pulmonar como una neumonía que a un ahogamiento, aumentaron sus sospechas.

Sin embargo, sorprendentemente las autoridades franquistas mostraron gran interés en que el caso se cerrara pronto. Así, en el registro civil y en el libro del cementerio se certificó que la causa de la muerte fue "asfixia por inmmersión en el mar". Sin embargo, el médico nunca firmó el parte de defunción en esos términos. Sus sospechas no fueron tenidas en cuenta porque Fernández del Tormo tenía fama de anglófilo por no estar de acuerdo con la postura germanófila del régimen de Franco y, por ello, se creyó que con su informe trataba de engañar a los alemanes.

¿Pero engañar de qué? ¿Y para qué? Las respuestas a estas preguntas se dieron al comprobar que el portafolios que llegó unido al cadáver contenía un sobre lacrado con supuestos informes secretos vitales para el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, como se descubrió al ser abierto en presencia del cónsul británico Francis Haselden. El régimen español, oficialmente neutral, pronto los puso a disposición de Berlín.

Antes de mandarlos al Estado Mayor en Madrid, donde eran reclamados con insistencia desde la Embajada británica y desde Londres en numerosos telegramas enviados a Franco, los documentos de Martin/Michael se remitieron en primera instancia a la Comandancia de Marina de Huelva y de ahí a la de San Fernándo, en Cádiz. En ese periplo, algún militar español simpatizante con la causa alemana las sospechas recaen sobre el teniente coronel Ramón Pardo Suárez los fotografió para el servicio de espionaje germano, según da fe una carta capturada por los aliados en los archivos de Berlín una vez terminada la guerra. Aún no se sabe cómo se sacaron las cartas de los sobres sin romper los sellos lacrados.

Complot británico

Aquel cuerpo no apareció por casualidad en Huelva. Los ingleses conocían bien la provincia andaluza gracias a su presencia desde el siglo XIX en las minas de Río Tinto. De hecho, la playa de Punta Umbria era el lugar de convalecencia de los miembros británicos de la plantilla que tuvieran que recuperarse de alguna enfermedad. Y, con el tiempo, convirtieron la zona en sede de sus vacaciones con numerosos chalets, a pesar de que todavía no existía ninguna carretera de acceso y sólo era posible llegar al pueblo en barca.

Al mismo tiempo, Huelva acogía la sede de la propaganda nazi en España y en la ciudad operaba también Adolf Clauss, exmiembro de la Legión Cóndor que combatió en la Guerra Civil y actual jefe de la Abwehr inteligencia militar alemana en Andalucía. Desde su finca en La Rábida organizaba labores de vigilancia y sabotaje de los barcos ingleses en el Estrecho.

Por allí, asimismo, pasaba todo tipo de confidentes que espiaban los intereses aliados en la zona. Además, la importancia geoestratégica de esta región en la Segunda Guerra Mundial el triángulo Gibraltar-Tánger-Huelva era grande, tanto para los alemanes como para los aliados.

Por todo ello, Huelva fue elegida por el servicio de inteligencia británico para confeccionar un complot que pretendía engañar a la jefatura nazi en un momento vital para el desarrollo del enfrentamiento armado. A principios de 1943 el mando aliado preparaba en África el asalto al sur de Europa para sacar a Italia de la guerra. Se planteó entonces la necesidad de confundir al servicio secreto germano y hacerle creer que el desembarco se llevaría a cabo en Cerdeña y Grecia, cuando en realidad todos los planes tenían como objetivo la isla de Sicilia por su cercanía a las costa de Túnez, recientemente conquistadas y situadas a 150 kilómetros de la península transalpina.

Con ese fin se diseñó un plan que contemplaba el hallazgo casual del cadáver de un militar británico con documentos falsos. Se trataría de un correo cuyo avión hubiera sido abatido por los antiaéreos nazis del norte de África. El cuerpo resultaría arrastrado por el mar hasta las playas de Huelva. Otra de las opciones barajadas era lanzarlo con un paracaídas sobre Francia.

El servicio secreto británico se puso a trabajar en lo que llamó, en un alarde de humor negro, 'operación Mincemeat' (Operación Carne Picada). La idea original fue del novelista y militar Ian Fleming el autor de las aventuras del agente 007 James Bond, pero lo desarrollaron el teniente aviador Ewen Montagu y el comandante de marina Charles Cholmondeley. Conocidos como los pensadores locos de Churchill, eran universitarios de Oxford y Cambridge, que, paradójicamente, nunca habían volado el primero ni embarcado el segundo. La confección de su plan tuvo lugar en un sotano de Whitehall, sede del Comité XX, que coordinaba al MI5 servicio británico de seguridad interna y a la inteligencia naval.

Siguiendo la acción número 29 de las que recomendó Fleming para confundir al enemigo, se buscó el cuerpo de alguien que hubiera fallecido recientemente de neumonía o pulmonía, ya que sus síntomas se asemejan a la muerte por inmersión en el mar. El patólogo del hospital St. Pancras Bernard Spillsbury, alertado por su amigo el juez Bentley Purchase, localizó en una morgue de Londres los restos de un vagabundo alcohólico de 34 años que apareció muerto en un almacén abandonado y que no había sido reclamado por nadie. Para aumentar los síntomas de ahogamiento, se congeló el cuerpo durante tres meses.

El voluntario realmente había muerto al consumir matarratas, aunque se hizo pensar que perdió la vida víctima de una pulmonía y que fue su padre quien, altruistamente, cedió el cadáver por el bien de la patria. Uno de los síntomas que provoca este veneno es el encharcamiento de los pulmones.

Faltaba sólo el visto bueno de Winston Churchill. El permiso lo pidió el coronel Johnny Bevan, a cargo de todas las operaciones de engaño al enemigo. El primer ministro le recibió tumbado en la cama mientras se fumaba un puro. Desde allí, dio su aprobación.

Arrojado al amar

Desde Escocia, un submarino el HMS Seraph trasladó el cadáver conservado en hielo seco hasta un punto de la costa de Punta Umbría. La pleamar hizo el resto. Cuando el cuerpo fue arrojado al mar de madrugada, a una milla de la costa, el teniente Bill Jewell, comandante de la nave, leyó el salmo 39 'Caducidad de la vida', que reza "Guardaré mis caminos sin pecar con mi lengua / Hazme saber, Señor, mi fin. / En ti está mi esperanza. / Reprendiendo sus yerros tú corriges al hombre". A la tripulación, ajena a la misión, siempre se le dijo que el cilindro que contenía el cuerpo era una boya meteorológica.

Para hacer creíble su identidad, al cadáver se le vistió de militar con un uniforme de campaña caqui y ropa interior cara que invitara a pensar su pertenencia a la clase alta de la sociedad británica. Ello invitaría a pensar de que se trataba de un oficial de rango. Concretamente el capitán de los Royal Marines, habilitado como mayor, William Martin, como acreditaba el carnet naval que se introdujo en la cartera guardada en un bosillo interior de su guerrera.

El cuerpo también portaba, entre otras cosas, un pase caducado para entrar en el cuartel general de operaciones combinadas de Londres, monedas, cigarrillos, cerillas, llaves, y cartas y una fotografía de su supuesta novia Pamela realmente la imagen pertenecía a Jean Lealie, una joven de 22 años que trabajaba en el servicio de inteligencia, además de facturas del Club Naval de Londres y de un carísimo anillo comprado para su prometida en la excusiva joyería J. S. Philips.

También se localizaron en su ropa entradas de un baile celebrado el 27 de abril de 1943 y hasta una aviso del Lloyds Bank sobre un descubrierto de 73,19 libras esterlinas, lo que completaba la imagen de señorito vividor. Incluso portaba una epístola de su padre en la que desautorizaba su próximo matrimonio. Era la forma de crearle un pasado creíble.

La historia del señuelo la redondeó el Club Naval de Londres, que notificó al periódico 'The Times' la muerte de su hipotético socio. En la edición del 4 de junio de 1943 del rotativo londinense se pudo leer en la lista diaria de bajas el fallecimiento del mayor William Martin. Ese mismo día el rotativo informaba que también había caído en la guerra Leslie Howard, uno de los protagonistas de 'Lo que el viento se llevó', cuyo avión fue derribado por la Luftwaffe. Como es sabido, en Inglaterra ni el Rey ni el Times mentían nunca.

Sobre lacrado

El portafolios que Martin/Michael llevaba sujeto a su cinturón por un cordón de cuero contenía un sobre lacrado con la inscripción 'personal y máximo secreto'. En su interior había unas cartas de presentación al jefe de la flota aliada en el Mediterráneo que presentaban a Martin como experto en lanchas de desembarco y de las que se podían deducir los planes de desembarco en Cerdeña. Además, también contenía una misiva personal del teniente general Archibald Nyel, del Estado Mayor británico, al general Harold Alexander, al mando de las fuezas del norte de África.

Aunque estaban en clave, una palabra engañó a los alemanes. 'Sardina' fue inmediatamente interpretada como Cerdeña. La isla acogería una maniobra de distracción, se aventuraba entre lineas, cuando el desembarco real tendría lugar en Grecia. Para despistar se incluían observaciones embarazosas sobre los americanos y algún cotilleo sobre nombramientos. Una genialidad que completó el engaño recurriendo a la psicología negativa.

¿La estrategia resultó exitosa? La respuesta puede darla el hecho de que el desembarco 'Operación Husky' se realizó en Sicilia el 10 de julio de 1943 y cogió por sorpresa a los alemanes, qe tenían dispersas sus fuerzas en otros puntos de atención como Grecia o Cerdeña, después de que el 12 de mayo Hitler entregara una orden a su Estado Mayor indicando que se reforzara la defensa del Peloponeso con dos divisiones panzer y 90.000 soldados traídos desde el frente ruso.

El almirante germano Karl Doenitz escribió en su diario que el Führer no estaba de acuerdo con la apreciación de Mussolini de que el punto más probable de una invasión fuera Sicilia. Según su opinión, los documentos anglosajones descubiertos confirmaban que el ataque se dirigiría contra Cerdeña y el Peloponeso.

Los aliados ya dieron por bueno el engaño el 12 de mayo, cuando Chuchill recibió un telegrama del MI-5 que decía "carne picada tragada entera. Se tragaron el cebo, el anzuelo, la cuerda y la caña".

Enterrado en Huelva

Según reza desde 1943 en la tumba del cementerio onubense de La Soledad, donde reposan los restos del héroe, Martin nació el 29 de marzo de 1907 en la ciudad de Cardiff y murió el 30 de abril de 1943. Sin embargo, la desclasificación de algunos documentos secretos en 1996 permitió al historiador aficionado Roger Morgan identificar al también galés Glyndwr Michael como el hombre que falleció por segunda vez en bien del bando aliado. Desde entonces en la lápida aparece asimismo el nombre de este singular héroe involuntario. Martin y Michael comparten el epitafio 'Dulce et decorum est pro patria port' (morir por la patria es hermoso y honorable).

Paradójicamente, recientemente además se supo que Glyndwr Michael intentó alistarse al estallar la guerra, pero fue rechazado por su precaria salud. Su afán patriótico no pudo materializarlo en vida, pero la muerte le concedió ese honor.

Despejeada la duda de la identidad real del protagonista de esta historia, aún queda otra por resolver. ¿Quién manda las flores que desde 1946 aparecen cada 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, sobre la tumba de aquel héroe anónimo que propició uno de los mayores golpes del contraespionaje de la Segunda Guerrra Mundial? Isabel Naylor Méndez, hija de un trabajador de la Compañía Minera de Riotinto, es la encargada de adornar la tumba siguiendo una tradición de su padre. Aún hoy se desconocen los motivos.

Libros y películas

Tal fue la trascendencia de la historia que en 1956 se llevó al cine. El título de la película no pudo ser otro que 'El hombre que nunca existió'. Se rodó parcialmente en la playa de Punta Umbría dirigida por Ronald Neame y participaron como extras habitantes de la localidad onubense, un trabajo por el que cobraron cincuenta pesetas.

En la literatura, Ewen Montangu, uno de los padres de este juego de estrategia y engaño, nos ofreció en 1953 'The man who never was' (El hombre que nunca existió). Salió al mercado a instancias del propio Gobierno británico para desmentir algunas informaciones fuera de su control. Fue inmediatamente un best seller y dio pie a la película antes reseñada. Montagu, que obtuvo la Orden del Imperio británico por su participación en esta acción bélica, hizo un cameo.

El escritor Ben Macintyre, por su parte, también tuvo acceso al informe secreto de Montagu y fruto de este privilegio surgió 'Operación Mincemeat' (Operación Carne Picada), que también cosechó un considerable éxito de ventas.

El pasado año se produjo una nueva aportación bibliográfica al tema. Bajo el título 'El misterio de William Martin - Desentrañando la trama', recoge más de dos años de investigación y aporta importantes novedades. Sus autores, Jesús Copeiro y Enrique Nielsen, aseguran que también existió una operación alemana para sustraer el cuerpo y transportarlo en un submarino a la base italiana de La Spezia para realizar una segunda autopsia. Respecto a su identidad, piensan que se utilizó el cuerpo de uno de los marinos ahogados en la explosión del portaaviones 'Dasher', en Escocia.

También John y Noreen Steele pusieron en duda la filiación del hombre enterrado en Huelva. En su libro 'The secrets of HMS Dasher' (Los secretos del HMS Dasher) sostienen que el cadáver de Martin / Michael se descompuso antes de poder ser utilizado y que finalmente fue sustituido por el de un anónimo marinero muerto en el 'carrier' hundido en la costa escocesa. Pueden tener razón, pero es mucho más romántica la historia primitiva.

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