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Carlos, cartero anarquista del fin del mundo, en su oficina.
El cartero del fin del mundo es anarquista

El cartero del fin del mundo es anarquista

Carlos tiene su propio reino libertario en la oficina postal más austral del planeta, en la región argentina de Tierra del Fuego

Luis López

Martes, 12 de mayo 2015, 18:01

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¿Puedo hacer una foto aquí, jefe?

Estás en Latinoamérica. Podés hacer lo que te dé la gana.

Este Carlos es todo un personaje. Responde desde el otro lado del mostrador, rodeado de fotos de Evita y del Che Guevara. "Hombre, lo que me dé la gana, pero sin joder mucho al vecino, supongo", matizamos. "¡Exacto!", certifica él, abriendo mucho los ojos y dando estocadas al aire con el dedo índice. "¡Ese es el principio básico del pensamiento libertario!", añade al tiempo que levanta la barbilla, como para dar más énfasis a sus palabras.

Carlos de Lorenzo es especial por varias cosas: por ser un anarquista con bigotes de mariscal prusiano, por haberse inventado un país y por ser el cartero del fin del mundo. Sí, el cartero del fin del mundo. Reina en la estafeta de Correos más austral del planeta, en pleno parque nacional de Tierra del Fuego, la provincia argentina donde muere el continente americano. La última escala antes de la Antártida. La oficina es una precaria construcción de chapa metálica que vuela sobre el canal de Beagle, sostenida por varios pilotes de madera.

¡Pues muchas gracias, señor!- agradecemos tras una breve conversación.

¡Aquí ya no hay ni señores ni caballeros! Eso se acabó cuando echamos a los españoles -provoca y sonríe-. Me tratas de tú o de Carlos...

Carlos nunca contesta con monosílabos porque le gusta el palique. Y a sus 67 años tiene mucho que contar. Fue maestro en Buenos Aires y hace casi dos décadas decidió embarcarse en la creación de la estafeta de Correos del fin del mundo. En principio estaba en la isla de Redonda, en medio del canal de Beagle. Allí paraban navegantes y aventureros para dar señales de vida a sus allegados lejanos. Pero la vertiginosa mejora en las comunicaciones redujo hasta lo anecdótico la utilidad práctica de este servicio. "La inmensa mayoría de quienes pasamos por aquí seremos turistas, ¿no?", preguntamos. Al otro lado del mostrador encoge los hombros y, con las palmas de las manos hacia arriba, concede: "Obvio". Lo dice como con cierta resignación. Como si el hecho de ejercer de mero atractivo turístico traicionase de algún modo sus convicciones libertarias. Como si fuese una concesión al sistema.

La cuestión es que hace unos años dejó aquella isla y ubicó la oficina en su emplazamiento actual, en la bahía Ensenada Zaratiegui del parque nacional de Tierra del Fuego, a sólo diez minutos de navegación de la Redonda. Hasta ahí llegan los buses procedentes de Ushuaia. Esencialmente, transportan viajeros que se internan en este imponente entorno para realizar caminatas espectaculares. De fondo, picos nevados y bosques de lenga, nubes de mármol y el espejo azabache en el que se convierte el canal de Beagle cuando no le azota el gélido viento sur.

Muchos de los que se acercan hasta aquí entran en la oficina de Correos por curiosidad -¿qué hace este chamizo en medio de un espacio tan salvaje?-. Otros lo hacen con el objetivo de vacilar de viajados e intrépidos ante sus conocidos. Es costumbre mandar algunas postales con el sello del fin del mundo, e incluso estampar en el pasaporte que se ha estado en uno de los lugares más remotos del planeta.

La verdad es que sí resulta chocante que sea Carlos quien gestiona el negocio, serio tras su mostrador, aguantando estoico el cambio de los tiempos. Pero todas esas fotos del Che y de Evita advierten de que estamos en su reino. De las paredes también cuelgan artilugios extraños vinculados al mundo marinero, imágenes históricas de expediciones, viejos carteles, maquetas de barcos... "Sólo hay dos tipos de yankis buenos, ¿sabes cuáles son?", pregunta divertido. Y empieza a poner a parir al poderoso vecino del norte, habla de las luchas hispanoamericanas de liberación, se alinea con todo movimiento planetario que suene a revolución...

Ah, habíamos adelantado como mérito curioso de este hombre singular el haber sido creador de un país. Se llama República Independiente de Redonda. Y sí, es la isla donde vive con sus hijos. Cincuenta hectáreas de tierra y vegetación rodeadas por las aguas que llegan del Pacífico. Se ha inventado hasta un pasaporte y un sello conmemorativo del nacimiento en 1948 del líder y primer ministro, que es él mismo. Naturalmente, esta porción de tierra mínima en el canal es oficialmente de soberanía argentina. Pero, ¿qué le importa eso a un libertario?

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