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Porteadores y sus yaks regresan al campo base con material de montaña tras frustrarse una ascensión al Everest por un alud.
El Everest tiene un precio

El Everest tiene un precio

"Con dinero, hasta te montan una tele gigante de plasma en el campo base", dice Juanito Oiarzabal. Subir al Everest "como un señor" sale por unos 80.000 euros

borja olaizola

Miércoles, 22 de abril 2015, 00:17

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La espera en el campamento base de las condiciones meteorológicas idóneas para emprender el ascenso al Everest por la vertiente sur, la más frecuentada, puede ser muy larga. El lugar es un pedregal inhóspito situado a 5.300 metros de altura donde no hay mucho que hacer. "El tiempo pasa allí muy despacio, pero si tienes dinero incluso te montan una pantalla gigante de plasma en la tienda para que te entretengas viendo películas". Juanito Oiarzabal, el montañero que tiene en su haber más ochomiles que ningún otro (suma 28), cuenta la anécdota con un deje de amargura. "Yo conocí aquello cuando ascendí por primera vez al Everest en 1993 y entonces ni me podía imaginar en lo que terminaría convirtiéndose".

En el campamento base del Everest, en efecto, todo tiene un precio. A las muchas tasas que hay que desembolsar para instalarse allí -solo por basuras cada expedición abona unos 12.000 dólares- hay que sumar un sinfín de gastos relacionados con los preparativos de la ascensión: botellas de oxígeno (se necesitan cinco como mínimo y cada una cuesta unos 500 dólares), mascarilla, regulador, acetazolamida para el mal de altura, cuotas por el uso de las cuerdas fijas... Conviene costear incluso la ceremonia -la Puja- que hacen los sherpas para que los dioses locales bendigan la empresa (unos 200 euros).

Todos esos engorros desaparecen si uno recurre desde el principio a una agencia y negocia un precio cerrado por la ascensión. La cantidad varía en función del 'paquete' contratado pero podría decirse que oscila entre los 30.000 del más modesto y los 80.000 que puede llegar a costar la escalada con el apoyo de un guía particular. En ese Everest a la carta, sin embargo, no existen los límites: "Si quieres máximas garantías de cumbre te ponen un sherpa por delante, otro por detrás y un tercero a tu lado portando las botellas de oxígeno para que subas como un señor", ironiza el alpinista navarro Koldo Aldaz, que suele trabajar como guía en el Himalaya.

Son las agencias las que se encargan de todo: billetes de avión, permiso de escalada (unos 11.000 dólares por cabeza), porteadores, material técnico, alimentación en el campamento base... Incluso deciden cuándo se puede acometer la ascensión porque son las que mejor información meteorológica tienen. La fórmula de las agencias floreció a finales de los noventa y con el tiempo ha desplazado a las expediciones particulares. Su irrupción ha simplificado las cosas a decenas de aficionados que no habían tenido la posibilidad de acceder al Himalaya por falta de logística. Pero también ha atraído a un nuevo perfil de cliente: el coleccionista de trofeos. "En el campamento base te puedes encontrar con tipos que se ponen por primera vez en su vida unos crampones, nuevos ricos o gente del mundo de los negocios dispuestos a pagar lo que sea con tal de decir que han subido a lo más alto del mundo", cuenta Aldaz.

La cascada de hielo

Las agencias son también las que marcan ahora las épocas de escalada. Antes el Everest solía hacerse indistintamente en primavera u otoño, pero desde que se han hecho hegemónicas solo se sube en la primera de las temporadas. Eso explica que su campamento base esté desde el mes pasado en plena efervescencia. "En esta época puede llegar a haber unas 2.500 personas, es como un pueblo", observa Aldaz. "Los días de buen tiempo te encuentras hasta trescientos tipos en fila india dispuestos a hacer cumbre", tercia Oiarzabal. La temporada, dicen desde el Ministerio de Turismo de Nepal, va viento en popa. De momento hay ya una treintena de grupos registrados aunque se espera que la cifra vaya creciendo a medida que la primavera avance.

El alud

  • Trece cadáveres rescatados

  • Las fotos corresponden al alud que acabó el 18 de abril de 2014 con la vida de 16 sherpas cerca del campamento base del Everest. Trece cadáveres han sido recuperados y otros tres permanecen bajo el hielo. Fue la mayor tragedia registrada nunca en la alta montaña.

  • Seguridad

  • La mejora de materiales y los avances en predicción meteorológica han reducido los riesgos de la ascensión. Si hasta 1996 se contabilizaba un muerto por cada cuatro que hacían cima, desde ese año la relación se ha reducido a uno por cada 60.

El Gobierno nepalí está plenamente convencido de que el accidente que acabó con la vida de 16 sherpas hace un año -el pasado día 18 se cumplió el primer aniversario- ha quedado atrás. La tragedia, la mayor registrada hasta ahora en el Everest, canceló de forma anticipada la temporada. Porteadores y guías, muchos de ellos parientes o vecinos de los fallecidos, se negaron a trabajar y plantearon una lista de demandas para mejorar las condiciones de seguridad. La mayor parte de los 334 montañeros que habían obtenido autorización para subir a la cima tuvieron que irse por donde habían venido. Nepal ha ampliado hasta 2019 la validez de esos permisos para que sus titulares acudan de nuevo al Everest. Las autoridades saben que hay mucho en juego: la montaña representa hasta el 4% del PIB. El país, uno de los más pobres del mundo, no puede permitirse el lujo de renunciar a esos ingresos.

Pero además de abortar la temporada, la tragedia del año pasado volvió a sacar a la luz las deplorables condiciones de trabajo de los sherpas. El accidente tuvo lugar en la cascada de hielo del Khumbu, un laberinto salpicado de profundas grietas y seracs que forma parte de un glaciar en continuo movimiento. Es un desfiladero de unos 450 metros tan inestable que hay un grupo de sherpas que trabaja allí todos los días fijando el itinerario menos peligroso. Se les llama 'icefall doctors' y colocan cuerdas fijas y escaleras metálicas para que los montañeros puedan salvarla. Las agencias procuran que sus clientes atraviesen la cascada el menor número de veces para minimizar los riesgos. Los sherpas, en cambio, la cruzan mucho más a menudo mientras transportan el material desde el campamento base a los campos de altura. No es casualidad que la avalancha de hielo se precipitase precisamente sobre ellos.

El Gobierno nepalí ha abierto un nuevo itinerario que evita el paso por la cascada en un intento de acallar las voces más alarmistas. La vía alarga la travesía entre una y tres horas, un peaje que parece razonable si garantiza la seguridad de sherpas y montañeros. No es la única medida adoptada tras la tragedia: también se ha reforzado el equipo médico del campamento base y, sobre todo, se ha incrementado la cuantía del seguro de accidentes que cubre a los sherpas. Todo ello redundará en un incremento de las tarifas de las agencias que es bien visto entre la gente de la montaña siempre que beneficie a los guías y porteadores locales.

En el Everest trabajan entre trescientos y cuatrocientos sherpas en temporada alta. Las remuneraciones varían mucho -no cobra lo mismo un simple porteador que un guía especializado en conducir a sus clientes a la cumbre-, pero en esos dos meses pueden sacarse entre 5.000 y 6.000 euros, diez veces más que el salario medio anual en Nepal. "Para ellos es un trabajo muy rentable aunque también muy arriesgado", observa Koldo Aldaz. El montañero navarro es uno de los promotores de la construcción de un albergue que ha empezado a ser explotado esta temporada por una familia sherpa en la localidad de Lukla, paso obligado de todas las expediciones en su aproximación al Evererst por la vía nepalí. "Ya es hora de que ellos también empiecen a beneficiarse de la montaña".

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