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Monterosso es el único de los cinco pueblos que tiene una playa que merece tal nombre.
Cinque Terre: Como el mejor decorado

Cinque Terre: Como el mejor decorado

Los pueblos que forman las Cinque Terre italianas, con sus casas de vivos colores, están suspendidos sobre el mar de Liguria

César Coca

Miércoles, 10 de mayo 2017, 02:17

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Pueblos mínimos con casas de colores que se levantan en calles empinadas hasta lo inverosímil, el mar que juega con las rocas, adolescentes que se arrojan al agua desde el acantilado, pequeñas embarcaciones que se acercan a un muelle liliputiense. Visto en una película parecería un decorado extremo. Un lugar imposible de tan idílico. Una exageración al servicio de un guión almibarado nacido de la imaginación de un escritor vulgar pasado de limoncello. Y, sin embargo, esos pueblos existen. Son Riomaggiore, Manarola, Corniglia, Vernazza y Monterosso, y forman las Cinque Terre, una zona declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997. Si a usted le seduce el plan, conviene que no lo deje para muy adelante. Las Cinque Terre están ya en los programas de los mayoristas de viajes más importantes y el resultado es que empieza a notarse una cierta saturación de turistas en verano, sobre todo en la franja horaria central del día. La globalización también es esto.

Primero, localicemos la zona. Se trata de cinco pueblos situados en la costa del mar de Liguria, a unos pocos minutos de La Spezia. Esta ciudad es el mejor punto de partida para conocerlos: de allí parten trenes y barcos que se detienen en cada uno de ellos. Hay dos formas de verlos: una más esforzada y que requiere más tiempo, yendo de uno a otro caminando por los senderos que los unen y que serpentean sobre el acantilado, entre olivos y vides; otra más hedonista, trasladándose en tren o barco, limitando los paseos a recorridos por las calles estrechas a veces, galerías bajo las casitas y deteniéndose en terrazas y miradores. Mi recomendación: el hedonismo.

Cuando en el siglo XIX se construyó la vía férrea que une La Spezia con Génova, que en este tramo concreto discurre en buena parte por el interior de túneles, los cinco pueblos eran pequeñas aldeas que no generaban tráfico alguno. Por eso no sorprende cómo son las estaciones de algunos de estos enclaves, construidas mucho después de la apertura de la línea: la de Vernazza está literalmente dentro de un túnel y la de Riomaggiore, casi lo mismo. Y como debían de existir problemas geológicos para ensanchar la galería, el resultado es que los andenes son muy estrechos. En Riomaggiore y Manarola, el turista además debe recorrer largas galerías para llegar desde la estación hasta el centro del pueblo. Esto ya da una idea de lo que se va a encontrar.

Pueblos de dimensión mínima. Eso es lo que son los cinco. Corniglia, el más pequeño, está encaramado a lo alto de un acantilado, y requiere tomar el autobús que lleva desde la estación o subir una escalinata de 370 peldaños. Lo que el visitante halla arriba es un grupo de casas que flanquean la única calle que merece tal nombre. Las vistas son fantásticas pero el pueblo carece del encanto de los embarcaderos y el mar golpeando las rocas.

Montorosso es el mayor. No en su núcleo central, que se sitúa tras una pequeña playa, en una cala, y es un conjunto de calles pintorescas donde las sábanas tendidas al sol ponen la nota blanca. Lo es en la prolongación, a la que se llega a través de un túnel en el que los peatones comparten espacio con los automóviles. Allí, un arenal relativamente largo y varios hoteles con el aire de los viejos balnearios decimonónicos ofrecen una imagen que no es tan diferente de la de miles de pueblos costeros a lo largo del Mediterráneo.

Vernazza sufrió hace cinco años y medio una inundación que dejó el pueblo semisepultado en el barro. Lo único que queda hoy de todo aquello son unas fotos que muestran los destrozos. El puerto que sufrió muchos daños pero ha sido completamente recuperado está flanqueado por una pequeña fortaleza y dos iglesias. El turista avezado hará bien en no perder demasiado tiempo en la visita a esos lugares: la ermita de Vernazza, con tener su encanto, como la iglesia de Monterosso y el resto de edificios religiosos de la zona, carecen de interés artístico o histórico. En cambio, la placita que se abre sobre el puerto es perfecta para sentarse a mirar el mar y dejar que el tiempo pase.

También lo es el paseo-mirador construido hace medio siglo en la ladera norte de Manarola. En uno y otro pueblo, las casas de colores que escalan por la ladera ofrecen un panorama singular. Las calles son muy empinadas sobre todo en Manarola y los cantones, a veces literalmente cubiertos por arbotantes que unen los edificios de ambos lados, terminan en muchos casos en sucesiones de escaleras de altísimos peldaños. Manarola no tiene playa pero eso no desanima a los bañistas, que se encaraman a las rocas para tomar el sol o dejarse caer al agua para darse un chapuzón.

En Riomaggiore, la actividad con más adeptos para practicarla y contemplarla es lanzarse al agua desde un saliente de rocas, en un ejercicio de riesgo que es una reproducción a menor escala del juego de los clavadistas de Acapulco. Por lo demás, allí la expresión construcción vertical adquiere todo su setido. No, claro está, porque haya rascacielos, sino porque el tejado de una casa coincide en altura con la entrada de la que está justo detrás, tal es el encabalgamiento de los edificios.

Las calles, ya de por sí estrechas, están ocupadas por barcas, como si fueran parte de un decorado. En algunas, incluso han puesto carteles en los que piden a los turistas que no se suban a ellas para hacerse una foto. El fluir natural del paseo desemboca en un puerto que no es más que una hendidura en la roca en la que se construyeron casas a ambos lados. Si Monterosso es la localidad con menos cuestas, en Riomaggiore desconocen lo que es la horizontalidad, salvo cuando miran hacia el infinito.

En el tren (o el barco), de regreso a La Spezia, todos los turistas hablan sobre la belleza de Cinque Terre. Algunos también vaticinan que al día siguiente tendrán agujetas. Es el precio de subir y bajar tantas cuestas.

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