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Iñigo Muñoyerro
Jueves, 17 de noviembre 2016, 16:35
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Las Merindades terminan entre las brañas, bosques y barrancos de las montañas del norte de Burgos. Allí confluyen las tierras de Valdebezana, Valdeporres, Sotoscueva y Espinosa de los Monteros. Dominan el paisaje los montes de Somo y Valnera. Es un terreno salvaje, nevado en invierno, cubierto de hayedos, robledales centenarios y alguna tejera, refugio de corzos, jabalíes y lobos y surcado por numerosos arroyos y ríos. También hay cabañas pasiegas. Muchas abandonadas y arruinadas.
Los ríos principales son el Trueba y el Nela. El primero nace en las turberas del puerto de Las Estacas. Las fuentes del Nela son menos accesibles. Están en los Montes de Somo, en la Merindad de Valdeporres. Es un río bravo que desemboca en el Ebro cerca de Trespaderne 75 km después, tras pasar por Villarcayo.
Vamos hacia el nacimiento del Nela. Estamos en Valdeporres donde una carretera de montaña sube de Santelices hacia la divisoria entre Burgos y Cantabria. El arbolado está precioso con la otoñada. Ha mudado de color y comenzado a perder su follaje. Es más visible en las choperas. Los robles y las hayas aún lo conservarán hasta la siguiente nevada.
La carretera pasa por Cidad, pueblo antiguo con buenas casas que junto con el vecino Dosante (al otro lado del barranco) fue jurisdicción de los Porres. San Martín de Porres (Fray Escoba) era descendiente de estos Porres, concretamente de uno que fue Comisario Regio de Perú. En Cidad hubo una poderosa torre gótica (siglo XIV) que se ha derrumbado.
A unos kilómetros el bosque ralea. Se abren grandes prados donde pastan vacas y caballos. También hay pinares de repoblación. Alcanzamos un cruce. Por la izquierda la carretera lleva a Ahedo de las Pueblas y Robredo. De frente vamos a Busnela.
Robles y ruinas en Busnela
Más arriba, a mano izquierda de la carretera, aparece el dolmen de Busnela. Está en el extremo de una pradera, sobre una pequeña elevación del terreno. Es un megalito curioso por atípico. Para edificarlo apoyaron siete enormes lajas de piedra arenisca sobre una roca. Está datado hace unos 5.000 años.
La carretera entra en una vaguada cerrada de avellanos, rosales, arces, hayas, robles y olmos de montañas con sus colores de otoño y tras unas curvas llega a Busnela. Mejor dicho a las ruinas del pueblo. Se encaraman en la ladera entre la vegetación que ocupa todos los rincones. Los gigantescos robles, el árbol de la zona, sombrean el paraje y los arces ponen su color rojo.
Se mantienen en pie la iglesia. Al lado hay un tejo, árbol sagrado para los celtas, y cuatro casas restauradas por madrileños. Otras dos quedaron a medias -¿cambiaron de opinión?-. El resto se ha derrumbado. Su arquitectura tiene la tipología montañesa: edificio de piedra con amplia solana de madera. Las zarzas y la maleza invaden las eras. Lo mismo sucede con las vacas, que vagan libres entre las ruinas. En lo más alto del pueblo, donde termina la pista, hay una fuente embarrada con pilona.
Busnela es tranquilidad, árboles, pájaros y animales en libertad. También tristeza y desolación desde que se despobló en 1987. Hasta entonces sus únicos habitantes fueron los hermanos Idelio y Antonio López. Mantuvieron viva una aldea sin agua ni luz, que recibió la puntilla con la reforestación con pinos.
Las fuentes del Nela
Es el punto de partida para subir hasta las fuentes del Nela y recorrer los espesos bosques de robles y hayas que cubren los montes de Somo y Valnera. También podemos alcanzar una buena mancha de tejos jóvenes que medran entre las hayas en la ladera del arroyo Cobatos. Es una caminata larga y exigente sólo para gente aguerrida.
Comienza en lo alto del pueblo. De allí baja una pista por una ladera cubierta de brezos, árgomas y helechos al barranco Cortemoro por donde pasa el Nela. Luego gana altura y se interna entre el arbolado. Hayas y robles intercalados con arces, fresnos, abedules y acebos hasta alcanzar los prados vallados y las cabañas de Malverde, Ahidios y Runela. Un paraje precioso, típicamente pasiego. En esa zona, según los técnicos hidrográficos están las fuentes de Nela. También se puede llegar por la pista que sale del puerto de La Magdalena.
De Busnela el GR-1 va a Ahedo de Las Pueblas tras una marcha cuesta abajo que agota. Nosotros vamos en coche por una carretera que atraviesa uno de los mejores rebollares del Norte de Burgos.
Los italianos de Ahedo
Ahedo sorprende. Primero porque una verja impide el paso de las vacas al casco urbano. Luego porque está más cerca de Santander (69 km) que de Burgos (103 km). Tiene grandes casas de piedra dispersas que se integran en el paisaje. Son de buena construcción en piedra caliza. Las mejores rodean la iglesia de San Nicolás Obispo.
Tiene otra curiosidad añadida. En una peña cercana al caserío (preguntar) se conservan una serie de grabados realizados por soldados italianos durante la Guerra Civil. En los mismos identifican una esvástica, el Yugo y las Flechas, la palabra Duce y el perfil de una mujer desnuda.
No hay que olvidar que Ahedo fue línea del frente durante la Guerra. La artillería italiana disparaba desde lo alto de La Maza sobre las posiciones republicanas. Y que allí fue aniquilado el grupo de maquis conocido como la 'Guerrilla Azaña'. Cuentan que el 2 de julio de 1941 la guardia civil fue informada por una pastora que los guerrilleros estaban escondidos cerca de Ahedo. Durante el tiroteo cinco murieron: el líder Juan Gil del Amo y tres más. Otro, Vicente Gómez 'El Perro' se suicidó al verse acorralado cuando descendía del tren de La Robla. Fueron detenidos otros cuatro. Conducidos a Burgos, fueron juzgados por un tribunal militar, condenados a muerte y fusilados el 8 de julio de 1941.
Detrás de la iglesia un letrero señala la dirección a un dolmen. Está lejos. Es una excursión.
Los rebollos de Robredo
Robredo de las Pueblas está más abajo. Allí termina la carretera. Es un pueblo que huele a hojas, a otoño. Extiende sus grandes y recias casas de piedra bajo la mole de la Maza de Bezana. Muchas fueron reformadas gracias al dinero que enviaban los emigrantes a Argentina. Es tranquilo, quizá demasiado. Ladran los perros. Prados rodeados de tapias de piedra donde pacen vacas y caballos. Robles descomunales, nogales y un tejo junto a la iglesia de san Roque, del gótico tardío. Y poco más.
Se debe visitar un roble (no está indicado) que se salvó de la tala a cuenta de un dinero que aportaron 'los americanos'. Son necesarias varias personas para conseguir abarcarlo. Pero hay otros muchos, al cual más grande. Cerca hay un dolmen, que tampoco está indicado.
Cae la tarde, llega la sombra y la brisa que llega del Cotero arrecia y enfría. Nos volvemos al valle, a la civilización.
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