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Paseo entre robles y prados de Artzentales

Paseo entre robles y prados de Artzentales

Salida y llegada desde Santa Cruz, el barrio más alto de la localidad vizcaína con visita a la antigua mina Federico

Iñigo Muñoyerro

Jueves, 22 de diciembre 2016, 17:40

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El valle de Artzentales/Arcentales se extiende en el corazón de Las Encartaciones entre la cordillera de Alén y Kolitza y Burgüeno, estribaciones de los montes de Ordunte. Es un territorio en cuesta. De extensos robledales y pinares y prados, que envuelven pequeños barriadas de caseríos con fuerte influencia arquitectónica de la cercana Cantabria.

La capital es Traslaviña. Ocupa el fondo del barranco, junto a la carretera que lleva de Zalla y Balmaseda al valle de Villaverde y Carranza. Allí comienza la Vía Verde que va a Sopuerta. Hasta los años 70 del siglo pasado pasaba el tren que unía Bilbao con Castro Urdiales, ya desmantelado.

En Traslaviña comienza la carretera que nos llevará monte arriba hasta San Miguel de Linares y Santa Cruz, dos barrios que hasta mediados del siglo XX fueron uno de los centros neurálgicos de la zona minera. Porque los bosques, prados y sotos ocultan las huellas de un pasado desaparecido.

Donde ahora pastan vacas, ovejas y caballos hubo explotaciones mineras de hierro, cobre y plomo. Los bosquetes crecen sobre las escombreras y un torrente impetuoso y limpio, sin rastro del ocre del hierro de los lavaderos baja por el barranco de Peñalba. Incluso hubo un poblado minero.

Subimos hasta lo más alto de Santa Cruz para aprovechar el final de este largo y extraño otoño de viento Sur y disfrutar del cielo y de las arboledas aún con hojas, antes de la llegada del invierno.

Santa Cruz aparece tras un recodo del camino. Caseríos grandes y bien conservados. Prados vallados, vacas y rebollares rodean la ermita de Santa Elena. Es un modesto templo neoclásico construido en 1848. Se conoce con el nombre de Santa Elena de la Cruz. Festeja el día 14 de septiembre (Exaltación de la Santa Cruz) con una misa cantada y animada romería. Vamos a caminar hasta la Mina Federico, una de las más importantes que enriquecieron a los vecinos de Arcentales.

Aparcamos frente al templo. No hay un letrero indicador a la vista. Sí hay un panel informativo unos metros más abajo junto a una encina sagrada, frente a un caserío muy antiguo que aguanta de pie los años. Si no nos hemos enterado preguntaremos.

La marcha es sencilla. De San Elena caminamos cuesta arriba por el camino asfaltado que sube hasta las vaquerías de Aguirre. Nos reciben muchos perros, todos amistosos. Hay un antiguo lavadero abandonado y un robledal habilitado como área recreativa.

Continuamos cuesta arriba. La pista traza una curva (derecha) y poco después, bajo dos casas, otra a la izquierda. Allí se vuelve de grava y gana metros entre prados vallados. Pronto llanea y cruza una zona boscosa.

Vemos grandes robles y algunos castaños. Muchos pinos y eucaliptos invasores que cierran el monte y protegen acebos. Boñigas y huellas de paso nos recuerdan que recorremos tierra ganadera. Llanea y alcanza una cancela con un paso canadiense. Allí comienza la pista de cemento que baja al barranco del arroyo Peñalba y la Mina Federico.

Hemos empleado 45 minutos en llegar a un rellano llamado Campo de la Muela en medio de una selva. A un lado aparecen las laderas del mogote de Hilar, en Gordón. Caen a pico sobre el río y se conocen como Lastras de Rao.

La Mina Federico se esconde frente a nosotros entre una espesura enmarañada, bajo el arco de paredones calizos derrumbados por los barrenos.

Fue importante por el número de picadores y rendimiento. Primero producía pirita, galena y blenda. Luego hierro. En 1910 contaba con lavadero y dos trituradoras de mineral que trataban 100 toneladas diarias de tierras ferruginosas. Se trasladaba mediante camiones a Santa Cruz.

Es historia. La mina puede decepcionar. Está abandonada a su suerte. No hay paneles indicadores ni pinturas ni edificio alguno. Adentrarse en el bosque y tratar de llegar a las bocaminas es una aventura. Desechamos un sendero herboso (izquierda) que sube paralelo a un pinar. Seguimos otro bien pisado que recorre la maraña de encinas, cornejos y avellanos que ocultan las labores. Está pisado y desbrozado a tramos.

Se estrecha junto a una bocamina. Después el bosque oscuro, cerrado de zarzas paraíso de las becadas se extiende hasta los paredones. Allí hay más bocas y socavones. El silencio es absoluto. Encima vuelan los buitres que bajan del Alén.

Vuelta a la pista, para remontar hasta la cancela y retornar al robledal y las vaquerías. Aquí variamos el rumbo. Seguimos la pista asfaltada (derecha) en un suave descenso entre robles y prados, que nos permitirá pasar junto a los caseríos de Aguirre, Quintanal y Llaguno. Buenos ejemplos de la casa montañesa adaptada a Las Encartaciones. Perros ladradores, gatos esquivos y pájaros. En los pastizales pastan ovejas y cabras.

En la última revuelta aparece el palcio de Santa Cruz, del siglo XVIII. Es un magnífico edificio arruinado que sólo conserva la fachada. La pista sube llega a la encina sagrada y nos deja tras dos horas largas de marcha frente al templo. No hay bar, tampoco fuente. El más cercano (bar Ché) está en Santa Cruz de Linares.

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